Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – XXXVII

By on noviembre 25, 2021

XI

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Chac Xib Chac le cumplió a Ah Puch con magnificencia: en los siguientes días celebró más de diez ceremonias con gran boato y la actuación de los mejores cantantes e instrumentistas de la ciudad. Hizo interpretar himnos en los que se ensalzaba a la muerte y al propio dios de los muertos. Hizo declamar a los poetas exaltadas composiciones en honor de la cadavérica deidad. El propio Chac Xib Chac presidía los rituales, tocados de un morboso fervor, en la misma caverna de aquel dios compendio de huesos y retazos de carne putrefacta; en la misma caverna donde una lejana noche había empujado al niño Hunac Kel contra el viejo esqueleto de cruenta calavera, sórdida imagen revestida de pulseras y collares de cascabeles de cobre, que soplados del viento producían sonidos de la más profunda angustia.

En aquellos días, Chac Xib Chac se tomaba la libertad de hacer mofa del niño, pero hoy, al niño hecho hombre, le temía y le ponía enfermo la sola mención de su nombre. Por este pecado de cobardía alguien, que no fuera él mismo, tenía que pagar. Ojos de Culebra y Pluma de Gavilán movieron mar y cielo, y reunieron, en grandes jaulas de madera, decenas de esclavos y aún de muchachos del pueblo: ellos pagarían con su vida la cobardía de Chac Xib Chac. El rey necesitaba de la sangre de estos infelices para festejar y mantener contento al ídolo que adoraba y temía. Había que cumplir para que lo auxiliara a recuperar a su esposa sin que él corriera ningún peligro. «¡Ay, Ah Puch, gran dios del Noveno Infierno –clamaba–, haz buena mi petición, dame la inspiración para matar a Hunac Kel y recobrar a mi esposa!»

Chac Xib Chac hizo pintar de azul la enorme piedra de los sacrificios de la caverna; la imagen del dios de la muerte fue limpiada y abrillantada, y alrededor de la garganta le colgaron un nuevo y reluciente collar de cascabeles de oro. El lugar se colmó de sacerdotes y curiosos que apenas podían respirar el aire incómodo de la caverna húmeda y oscura, azotada de murciélagos que huían en desbandada de la luz de las teas. Amarrados con sogas de henequén, veíanse a cierta distancia de la piedra azul recuas de hombres y mujeres aguardando su turno de recibir el fatídico navajazo. Unos lloraban clamando piedad al sacerdote principal, un hombre con una máscara de puma que parecía una estatua de piedra. Otros trataban de aferrarse a los verdugos, que eran jóvenes e inconmovibles, sustitutos de Garra de Fuego y Ojos de Puma, que habían sido jubilados porque, siendo viejos, perdieron el toque mágico de la puntería. Por ahí andaban los antiguos chaques, golpeando con tremendos puñetazos a los prisioneros histéricos o rebeldes. Fueron semanas sombrías en Chichén Itzá, noches de lamentaciones y alaridos, de gemidos y gimoteos, de la cuchillada larga en juego de malabares, de corazones levantados en vilo ante el dios descarnado, de sacristanes lavando el exceso de sangre derramada.

–Has abusado de tus poderes, Chac Xib Chac –le recriminaba en privado Águila Divina–. No sólo has hecho sacrificar a decenas de esclavos, sino a todos los hombres y mujeres jóvenes que sorprendieron tus capitanes en los caminos de los pueblos. Gente inocente, adolescentes los más.

–Esa es justamente la sangre que deleita a Ah Puch, Águila Divina –contestaba el rey–, sangre joven, como la de los púberes. Lástima que no nos fue posible echarles mano a los niños: su sangre hubiese hecho óptima la ofrenda.

–Pero tú sabes que este tipo de ceremonia sólo la practicamos cuando existe la amenaza de una hambruna, de una calamidad, de una catástrofe… y se la consagramos al Serpiente Emplumada, no a Ah Puch.

–¿Qué acaso no consideras una catástrofe el robo de mi querida esposa por ese demonio de Hunac Kel? Su sola existencia es una calamidad en el mundo. El ritual de la muerte que hemos celebrado es bueno a los ojos de Ah Puch y estoy seguro de que su auxilio para mí viene en camino. Mi recuperación de Blanca Flor está en sus manos.

Águila Divina se mostró sorprendido:

–¿Todavía piensas en recuperar a Blanca Flor? –dijo–. Estás loco de remate: tuviste la oportunidad de hacerlo con el enorme ejército de la Confederación, pero a última hora desististe ante la dichosa diarrea que, estoy seguro, no era cosa de muerte, y diste marcha atrás. Ahora tus aliados se harán de la vista gorda cuando los exhortes a intentarlo de nuevo. Sienten que te burlaste de ellos.

–¿Quién habló de mis aliados, Águila Divina? No he mencionado esa palabra en absoluto. Yo ya no tengo aliados. Trabajaré por mi cuenta y no tendré que darle la cara a mi odiado enemigo. Te sorprenderá con qué facilidad recobraré a mi amada. No creas que sólo me he consagrado a loar y a consagrarle sangre joven a Ah Puch; también he trabajado en mi nuevo plan de rescate que es más sencillo de lo que te imaginas, y no requiere de miles de soldados ni de capitanes mandones. Y, hasta el momento, todo marcha de maravilla.

–¡Qué bien, querido rey! –exclamó Águila Divina–, pero no debes enemistarte de tus aliados de la Confederación de Mayapán.

–¿Qué quieres decir?

–Bueno, acabas de mencionar que ya no tienes aliados…

–Es verdad; por ahora, no incluiré a Ah Ulil ni a Tutul Xiu en mi nuevo plan, pero tampoco son mis enemigos.

–No importa; ya te he dicho que se sienten frustrados y piensan que con tu decisión de último momento de no llevar al cabo el asalto a Mayapán, te burlaste de ellos.

–Déjalos que piensen lo que les dé la gana. Ya los verás rendidos a mis pies en la celebración de mi próximo banquete.

–Vaya, no había pensado en eso, y tienes razón: ellos no se perderán tus banquetes por nada del mundo. Ahora debo recordarte que no me has dicho todavía una palabra de tu nuevo plan para recuperar a tu esposa, y eso no es justo. No olvides que sigo siendo tu consejero.

–¡Oh, Águila Divina! –Chac Xib Chac se mostró teatralmente entusiasmado–. Mi maestro, mi consultor, mi hombre de confianza… Te juro que todo te será revelado… pero a su tiempo.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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