IX
PROSA
Decidido amante de la poesía en verso –más aun, rimado y medido–, así como de la atildada pieza de oratoria, pocas veces empuñó la pluma para el poema en prosa, aunque creó algunos al final de su juventud. Los dos que aquí aparecen en el mismo esquema modernista de sus versos, fueron encontrados, sin su firma, entre sus viejos papeles escritos a máquina. Las fechas indicadas, el estilo, incluso su biografía –poco antes de casarse– garantizan, no obstante, su autoría.
Por lo que hace a las cartas elegidas, fue un molde que siempre admiró, si bien cayó pocas veces en su tentación. Sin embargo, al hacerlo, invariablemente lograba transmitir –en una poética prosa, enérgica y tierna a la vez– todo su fervor espiritual y humanista, junto al donaire de su gala descriptiva. –CPP.
Pétalos
Muchas veces sentí sobre los míos, con la dulzura de una caricia luminosa, tus ojos tristes y enternecedores, como almas de crepúsculo dormidos en sombra… Suspiré al roce impoluto del bocillo inefable que empalidece más tu rostro sobre la fruta de tus labios, al sentirlos creo que sobre los míos, sedientos y anhelantes de las primicias de tu lozana y jugosa juventud. Y vi muchas veces, junto a tus cejas perfectas, la palidez del ensueño, mistificando tus sienes perladas junto al arco pensativo de tu frente.
Un soplo, como venido de los horizontes del destino, trajo a mi alma hipertésica, arreboles de recuerdos y raudales de esperanza.
Vino a mi mente cierta máxima de filosofía simplista que leí no sé dónde y que decía: “Cada ser trae en sí mismo escritos, al venir al mundo, la finalidad de su destino y el objeto de su vida”.
¿Puedo dudar, ahora que me has dado en tus ojos lo divino de tu alma y en tus labios lo insondable de tus ansias, que la finalidad de mi destino es adorarte y que el objeto de mi vida seas tú?
…Anoche, en los transportes alucinantes de la fiebre, una voz, en mis profundos, me dictó, cual Daniel el Simbolista, los lineamientos hondos en que se cifra el arcano de nuestras respectivas existencias.
Sentí en mi alma, argentada por el beso de tu amor, que deja en mis sueños sensación de atardeceres costeños, más que nunca, la seguridad de haberte querido antes de conocerte.
Entonces recordé que hace algunos años, allá en las primeras horas de ensimismamiento adolescente, soñé con la juventud y la belleza de una novia blanca y tierna, comprensiva y sensiblera, que supiese amar la dirección de mis ideas y las orientaciones de mi espíritu… que latiese con las fiebres de mi mente y vibrase con las ensoñaciones de mi alma… que llegase a amar las jornadas de mi cerebro forjador y tenaz, y junto con ellas, los himnos santos de mi corazón de artista…
¿Quién puede negarme que en la inocencia de mis juegos infantiles primero, en la algazara loca de mis turbulencias mozas después, y, más tarde, en el canto quejumbroso y doliente de mis versos tristes, impregnados de Devoción y de Imposibles, pasó tu imagen, pasó el fragmento de Infinito que vive en tus pupilas, pasó tu alma sensitiva y honda, hecha como de jirones del azul…?
Naciste para mí… Me lo dicen tus ojos, fuentes de ensoñación… Me lo dice tu boca, rosa y sabrosa, que incendia mis delirios y pone el ajenjo del vértigo en la fogosidad de mis sentidos… Me lo dice la dulzura de tu voz y el reflexivo don de tus silencios…
Álvaro Peniche Castellanos
1929
Continuará la próxima semana…