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Dos siglos de dramaturgia regional en Yucatán – L

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Teatro Yucateco

L

 

Leopoldo Peniche Vallado

 

Cecilio El Magno

PRIMERA PARTE

 

EPISODIO SEXTO

  

Personajes:   JACINTO PAT         CECILIO CHÍ

 

El 27 de marzo de 1848, en Tihosuco, cuartel general del comandante JACINTO PAT. Es de mañana. En escena, JACINTO PAT y CECILIO CHI.

 

JACINTO: Si me hubieras anunciado tu visita, te habría preparado una recepción digna de tu jerarquía.

CECILIO: No era necesario; sabes que yo no puedo ni debo informar de los pasos que doy. Mis actitudes tienen que ser sorpresivas, como lo fué mi visita a Culumpich en el pasado agosto. Ahora mismo, ni tú ni nadie sabe dónde he amarrado mi caballo.

JACINTO: ¿Trajiste ayudante?

CECILIO: Ninguno. He venido disfrazado desde Dzitnup.

JACINTO: Supe de la sangrienta derrota que infligiste allá a los blancos. Y también de la hazaña del sargento Miguel Huchim.

CECILIO: Huchim me sirvió lealmente. ¡Con qué facilidad cayó en la trampa el presuntuoso coronel Victoriano Rivero con el Vicario Sierra y los militares que lo acompañaban! ¡Y pensar que Rivero se atrevió a medir sus armas conmigo! ¡Con el odio que le tenía por haber sido el que redujo a cenizas a Chichimilá, el pueblo de nuestro inolvidable Manuel Antonio!

JACINTO: Los mataste fríamente.

CECILIO: Como merecían. Pero respeté a los eclesiásticos. A esos les conservé la vida. ¡Ojalá y Dios me lo tenga en cuenta!

JACINTO Tu siempre serás el mismo, jefe Cecilio.

CECILIO: Convéncete de que ningún blanco merece compasión. Su falta de malicia corre pareja con su iniquidad. Ya ves lo excesivamente confiados que son pese a que tienen conciencia de los graves males que nos han causado. Bastó que el sargentillo Huchim les hiciera una supuesta invitación en mi nombre para entrevistarse conmigo en Halal, para que los incautos fueran a la muerte por sus propios pies. Como se ven perdidos, están desesperados por concertar la paz. Y no es para menos: cada día se sienten más reducidos a la impotencia. En el preciso momento en que Rivero y sus socios caían muertos, ante el pelotón de Muchucux, Valladolid la orgullosa, Valladolid el último gran bastión de los blancos, caía en nuestro poder. ¡Qué bello símbolo, Jacinto! ¡Qué mayor emoción puede sentir un soldado vengador!

JACINTO: Antes de un año de haber comenzado esta guerra, los mayas ya somos dueños de las tres cuartas partes del país.

CECILIO: Te lo anuncié. No han podido con nosotros, y están apelando a recursos extremos.

JACINTO: Yo sé a qué recursos te refieres hace apenas dos días que don Santiago Méndez se dio por vencido y puso el gobierno en manos de don Miguel Barbachano.

CECILIO: Hizo algo más terrible: Ofreció en venta la soberanía de Yucatán a los Estados Unidos. ¡Y luego nos censuran a los indígenas incivilizados porque aceptamos las armas que nos venden los ingleses! ¿Y qué hacen los civilizados blancos devorados por la desesperación? Ja, ja, ja, ja….

JACINTO: Debo informarte, como jefe que eres, que están tratando de parlamentar conmigo las condiciones de su rendición.

CECILIO: Ya lo sabía, comandante. Pero quería oírlo de tus propios labios. Para eso he venido cuando tú no me esperabas. Y me satisface comprobar que no has faltado a la lealtad, como se había supuesto que ocurriría. Porque has de saber que por allá se dice que tú actúas como si te sintieras el verdadero jefe, y que como eres amigo de los Barbachanistas, la paz se hará por tu conducto. Y en cierto modo tú has dado pábulo a la versión. ¿No es verdad que a fines de enero convocaste a un grupo de jefes indios para una conferencia en este tu cuartel general sin mi participación?

JACINTO: No lo niego. Soy amigo de los Barbachanistas, te lo he dicho en otra ocasión, y sostengo la tesis de que nos favorecería una transacción con ellos para acabar esta guerra que nos está aniquilando a todos. Pero no sería capaz de traicionarte.

CECILIO: ¿Conoces la proclama que lanzó Méndez al dejar el poder?

JACINTO: La verdad te confieso que no ha llegado a mis manos.

CECILIO: A las mías sí. Y te anuncio que es una prueba más en contra tuya. Dice entre otras cosas: (Saca un papel y lee.) “Hay una fracción de los sublevados que inspira confianza, porque repugna el exterminio de las otras razas: Hay un caudillo entre ellos que por sus antiguas relaciones, por su índole y mediana civilización, ofrece algunas garantías. Este es Jacinto Pat que, según se sabe, se opone constantemente a las demasías, ferocidad y encarnizamiento del bárbaro Cecilio Chí y otros. Aprovechar la influencia y las disposiciones de Pat, ha sido un pensamiento del gobierno y de muchas personas sensatas.” ¿Qué te parece?

JACINTO: Ya te he dicho cuanto tengo que decir. Y no tienes razón para dudar de mí.

CECILIO: La verdad, no tengo. Pero es conveniente que estemos en contacto más íntimo y frecuente; es la única manera de aclarar malentendidos que nunca faltan. JACINTO: Ahora te voy a relatar los antecedentes que explican los conceptos de la proclama de Méndez que tanto te han preocupado. Conociéndolos, tendrás base cierta para tus juicios. En Tekax comenzó a funcionar, como has de saber, hace algunos meses una llamada comisión pacificadora, y al ocurrir en días pasados la ocupación de Valladolid causó el mayor desaliento que han sufrido los blancos, el gobernador Méndez consideró que ese grupo de hombres podía ser la tabla de salvación buena para el caso, y se propuso darle todo su estímulo. Los caudillos principales de Valladolid, Sotuta, Tihosuco y otros, recibieron cartas en las que se transcribió la última pastoral del obispo Guerra vertida en maya. La pastoral pide a los indígenas que escuchemos con atención el mensaje que nos va a traer el cura Vela y los sacerdotes que con el forman la comisión; nos autoriza a exponerles nuestras quejas en la seguridad de que ellos sabrán transmitirlas a las autoridades respectivas para que éstas pongan el remedio a cada caso. Además se hacen invocaciones a Dios y a la fraternidad humana. Varios de los caciques que recibieron la carta la han contestado.

CECILIO: Y tú, ¿contestaste ya?

JACINTO: No puedo ocultarte nada. Contesté sencillamente aceptando un arreglo pero previas condiciones que señalemos juntos tú y yo. Además, le puse una carga de cortesía al gobernador Barbachano en respuesta a la invitación que él también me hizo para concertar la paz. Las cosas no habían pasado a más, hasta que hace pocos días, por instrucciones que di a mi lugarteniente Ignacio Tuz, caudillo de Macunay, éste les escribió a los comisionados invitándolos para una conferencia en Tzucacab a efecto de tratar definitivamente sobre la rendición blanca. Saldré para esa población en breve.

CECILIO: ¿Cómo te has atrevido a adquirir semejante compromiso?

JACINTO: La diligencia que no se hace es siempre la más mala, no lo olvides Cecilio. ¿Quién te asegura que de estas pláticas no puede salir una fórmula conveniente para nosotros y para ellos?

CECILIO: No hay más fórmula que el exterminio de los blancos para que los indígenas disfrutemos la libertad. ¿Necesito decírtelo una vez más? A ver ¿qué dice la carta que enviaste?

JACINTO: No tengo ningún inconveniente en leértela. (Saca de la bolsa un papel y lee:) «Recibí vuestras comunicaciones y a ellas contesto manifestando que de no haber sido por los daños que nos han hecho los señores españoles aquí en Tihosuco, estos pueblos no se habrían alzado; pues si lo están, es por defenderse de la muerte que empezó a causarles Antonio Trujeque. Los indios se alzaron cuando vieron que se les cogía para amarrarlos en la plaza del pueblo de Tihosuco. Trujeque igualmente fue quien empezó los incendios, quemando al pueblo de Tepich, y quien dio principio a la maldad cogiendo a los indios como se coge animales del monte. De orden del propio comandante también fueron matados muchos indios. Además se nos recargan las contribuciones y los derechos parroquiales, y si no se pone remedio a estos males que padecemos, sólo la vida o la muerte decidirá este asunto porque yo ya no tengo más recurso…»

CECILIO: Argumentación débil. Debiste ser más preciso y más enérgico. Esos buenos y piadosos hombres que hoy nos exhortan a la convivencia pacífica con los blancos y a perdonar los agravios que hemos sufrido, no se acordaron de nosotros cuando se nos explotaba nuestro trabajo, se nos discriminaba y se nos mandaba a la picota y al patíbulo por racimos. Entonces no nos tuvieron lástima. No recuerdas ya cuando el padre Herrera -devoto varón- puso la silla de su caballo en las espaldas de un indio; y montando sobre él comenzó a azotarlo lastimándole la barriga con sus acicates. Cuando nos estaban aniquilando ¿no se acordaron de que hay un solo Dios verdadero que nos manda amarnos los unos a los otros? Porque si ahora estamos matando nosotros, es porque antes ellos nos mostraron el camino; ellos pusieron las armas en nuestras manos y nos enseñaron a usarlas y a disparar contra los blancos en sus luchas de partidos. Si hoy se están quemando las casas y las haciendas de los blancos, es porque antes ellos quemaron el pueblo de Tepich y los ranchos de San Bonifacio, Cholul, Santa María y muchos más habitados por los indios, y les robaron el ganado que ellos poseían en sus terrenos. ¡Cuántos trojes de maíz de los indios robaron los blancos! ¡Cuántas milpas de indios cosecharon los blancos! Y mientras eso hacían, iban tras los propios indios matándolos con pólvora. ¿Y las destrucciones de los objetos sagrados? ¿No fueron ellos los que quemaron a Santa Rosa en la iglesia de Tepich? La verdad es que ni más ni menos que lo que nos han hecho los blancos, es lo que nosotros les hacemos ahora. Nos estamos cobrando. Tenemos grandes deseos de medir nuestras fuerzas con ellos y vernos las caras. ¡Que los blancos conozcan bien nuestras armas y nuestra furia! Debemos decirles que necesitamos castigarlos, porque es mucho lo que nos han engañado…

JACINTO: Todo eso y mucho más le diré al cura Vela y a los enviados de Barbachano en Tzucacab. No lo dudes, Cecilio; por mí no quedará. De esas pláticas no derivará ningún agravio más para los indios, puedes estar seguro.

CECILIO: Eres un caudillo, Jacinto Pat; pórtate como tal…

 

Oscuro

 

Fernando Muñoz Castillo

Continuará la próxima semana…

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