Los Perros de Sigmund Freud

By on marzo 30, 2017

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Los Perros de Sigmund Freud

Sigmund Freud fue un médico neurólogo austriaco de origen judío, padre del psicoanálisis, y una de las mayores figuras intelectuales del siglo XX. Muchos de sus coetáneos dirían que era una persona seca, rígida y adusta, pero cualquier perro puede ablandar hasta el corazón más temible.

Su acercamiento al mundo canino fue en su senectud, y lo hizo a través de una serie de perros de raza Chow Chow hasta el momento de su muerte. Freud tuvo contacto con los animales cuando le compró a su hija menor, Anna, un pastor alemán de nombre Wolf, para que pudiera caminar con mayor tranquilidad por las calles de Viena

En 1928, al poco de cumplir 72 años, apareció en su vida una cachorra de esta raza del norte de China, cuyo nombre fue Lün. Aunque no fue su preferida, sí es la que precedió y abrió el camino de su amor por estos perros. De vacaciones en la Alta Baviera en una casa de campo en la frontera con los Alpes, Lün tuvo un fatal desenlace. La naturaleza de la cachorra era que pronto tuviera su primer celo. Una amiga de la familia que debía volver a Viena, convenció a la familia de que lo mejor para Lün era que pasara esa etapa en la ciudad, mucho más tranquila y alejada de cualquier macho que la pudiera montar. Pero el día de la partida, en la estación de tren, la perrita se despistó entre la multitud de gente, sin que se lograra encontrar su paradero. Cuatro días más tarde, se encontró el cuerpo sin vida del can sobre una de las vías del ferrocarril.

Los hijos de Freud no dejaron que la tristeza se apoderada del médico, y fue su hija Anna quien le obsequió con la compañía de Jofie, la preferida.

Jofie se convirtió en una especie de asistente en las sesiones psicoanalíticas; acompañaba a Sigmund en estas sesiones, quien reconoció que dependía de sus perros para hacer una evaluación del estado mental de sus pacientes. También se dio cuenta de que los perros tenían una influencia tranquilizante en los pacientes, especialmente en los niños.

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Cuando su perro se sentaba junto al paciente, significaba que estos estaban relajados; si se mantenía distante, era un indicativo del estrés del paciente. Jofie le ayudaba a darse cuenta cuándo la terapia debía terminar: muchas veces se ponía de pie antes de que Freud hubiera acabado la sesión terapéutica, adelantándose a su finalización, cosa que sorprendía siempre al médico. Además, siempre echaba una mano a su amo con la terapia. Si, por ejemplo, después de olisquear a un paciente se apartaba de él y se escondía gruñendo debajo del escritorio de su amo, Freud daba por hecha la primera parte del diagnóstico. «La gente que le cae mal a Jofie, es porque no es trigo limpio,» decía siempre el profesor.

Es innegable que dio el primer paso para la utilización de animales en diferentes terapias tanto físicas como psicológicas en la actualidad.

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Sigmund gustaba decir que los perros tenían una innata capacidad para discernir a aquellos que brindaban amor y los que “donaban” odio, cosa que para los humanos era algo imposible, ya que eran propensos a confundir ambos sentimientos. En una carta que le escribe a su ex paciente Marie Bonaparte, la cual tenía un perro Topsy sobre el cual había escrito un libro que fue traducido al alemán por Sigmund y su hija Anna, Freud le decía lo siguiente:

“…y consigues explicar los motivos de que se pueda querer a un animal como Topsy (o Jofie, el perro de Freud) con tanta intensidad; se trata de un afecto sin ambivalencia, de la simplicidad de una vida liberada de los casi insoportables conflictos de la cultura, de la belleza de una existencia completa en sí misma. Y sin embargo, a pesar de todas las divergencias en cuanto a desarrollo orgánico, el sentimiento de una afinidad íntima, de una solidaridad indiscutible. A menudo, cuando acaricio a Jofie, me he sorprendido tarareando una melodía que, pese a mi mal oído, reconocí como el aria de Don Juan.”

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 En 1926 le confesó al periodista George S. Viereck que padecía un cáncer en la mandíbula y de paso le dijo:

 “Prefiero la compañía de los animales a la compañía humana. Son más simples. No sufren de una persona dividida. El animal es cruel, salvaje, pero jamás tiene la maldad del hombre civilizado. Ésta es la venganza contra las restricciones que esa sociedad les impone… Mucho más agradables son las emociones simples y directas de un perro al mover su cola, o al ladrar expresando displacer. Las emociones del perro nos recuerdan a los héroes de la antigüedad. Tal vez sea esa la razón por la que inconscientemente damos a nuestros perros nombres de héroes como Aquiles o Héctor.”

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Jofie murió de un ataque al corazón en 1937, ya que su salud coronaria era delicada. Freud y la familia tuvieron un duro duelo, ya que fueron siete intensos años de estrecha relación. Inmediatamente le obsequiaron otro Chow Chow dorado, a la que llamaron Lün II en honor a la primera perrita. Esta parte de la vida de Freud, aquejado por su cáncer, tuvo que pasarla en Londres. Tras la anexión de Austria por parte de la Alemania nazi, la familia tuvo que partir hacia Gran Bretaña, y Lün II también les acompañó.

Durante seis meses debió soportar una cuarentena aplicada a su perrita. En esa época, los animales que arribaban desde otro país (hoy también es difícil entrar a Inglaterra con cualquier animal) debían de separarse de sus familiares para que no pudieran transmitir ninguna enfermedad infecciosa. Si bien se la podía visitar, éstas eran cortas y eso hacía desfallecer a Sigmund, cuya enfermedad estaba bastante avanzada.

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El doctor murió en septiembre de 1939. En sus últimos días, ni siquiera Lün II quería acercarse a él por el hedor que desprendía su mandíbula. Como diría Freud: “Sabe, como todo perro, lo bueno y lo malo. No conoce la hipocresía ni la confusión.”

Los perros son los seres más nobles y fieles que pueden existir y Freud lo comprobó, como muchos que hemos tenido el privilegio de ser sus compañeros de vida.

Para finalizar, he aquí el comentario de una persona anónima:

“Un paciente me contó que tenía una perra de mascota, y que cada que su padre llegaba de trabajar, ella corría a besarlo, subiéndose al mueble; pero una vez la perra, que se disponía a recibir como siempre a besos a su padre, se bajó del mueble y no volvió a celebrar más la llegada de su amo de esa manera. Cuando descubrieron que su padre tenía una amante, y los abandonó por ella, entendieron por qué la perra había cambiado tanto.”

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«Los perros aman a sus amigos y muerden a sus enemigos; muy diferente a las personas, que son incapaces de amor puro y siempre mezclan el amor y el odio.»

–Sigmund Freud

Y es muy cierto: podemos engañar a los humanos, pero a los animales no. Si ellos no aceptan a alguna persona de nuestro entorno como una amistad, saben por qué lo hacen, y el tiempo y los hechos suelen darles la razón.

Dra. Carmen Báez

Presidenta

El Muro Mérida A.C.

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