La Aventura Musical de Coki Navarro – IX

By on junio 11, 2020

IX

Continuación…

Hoy conocí en EE.UU. una televisora. No creo lo que estoy viendo. No. Ayer me compré dos pares de calcetines en el otro lado. Qué bonitos están y qué baratos: cuarenta y dos centavos de dólar por los dos pares, ah, y además me obsequiaron una postal de El Paso, Texas. Me voy, junto con dos amigos míos, a conocer El Paso y nos adentramos por la ciudad. Qué bonito y tranquilo se ve. Trailers rodando en sus calles, elegantes coches. Parques bien cuidados y niños jugando con sus papás. Nos vamos a caminar por un barrio que está ubicado a orillas del río y nos encontramos a dos viejitos que viven en una casa de las “meras” pobres, como casi todas las que la rodean. Ellos son coahuilenses y juntos anduvieron con Pancho Villa en la revolución. Nos contaron sus correrías y nos muestra la señora (de aproximadamente 70 años) sus cicatrices que le dejaron la metralla. En cambio, su viejo como siempre andaba fumado en la batalla, pues se salvaba de las balas. Ella llora un rato y él traga y se masca cinco cigarros juntos mientras nos relata algunos pasajes de su vida, la cual está terminando, como la mayoría de los mexicanos valientes que lucharon por entregarnos un México mejor: en la miseria. Pobrecitos. Les obsequiamos unos pesos mexicanos y ellos nos regalan sus bendiciones. Pobrecitos, viven en una casa que no la envidiaría ni el perro más zarrapastroso del mundo. Cobija con cincuenta años de uso, zapatos viejos que encontraron en los basureros que frecuentemente visitan y una peineta vieja que adorna la blancura santa de la viejita, que la luce ufana en su plateada corona. Cabellos blancos de tantas noches sin luna, (¿paradójico no?) de tanta desesperanza. Héroes anónimos que la Revolución olvidó para siempre. Así es la vida, hermano, me dice el viejo, y es él ahora quien suelta unas lágrimas.

xxx     xxx

Hoy comenzamos a trabajar en los EE. UU., en El Paso, Texas, para iniciar nuestra gira en el extranjero. Ofrecerá Paco Miller una función gratuita en Fort Bliss (al infierno los que critiquen mi escritura inglesa). Qué lindura de lugar. Soldados bien vestidos. Aviones a propulsión que cruzan el cielo antes de que podamos verlos bien. Todo un arsenal bélico y jovencitos que muy pronto estarán al frente, peleando sin saber por qué o de qué y ni contra quién. Sangre joven contra hermanos del otro lado del mundo. Niños grandes que van a matar gente que no conocen; o a que los maten otros que tampoco los conocen a ellos. Ironía de la vida, pues tal vez les cruce la carne una bala hecha en su país. La guerra es la máxima estupidez que ha creado el hombre. Entre los artistas americanos, o norteamericanos, veo uno que se parece a Van Johnson. Es él, me dicen, y lo dicen unos chicanos que también están enrolados en el Army. Bueno, pues ya actuamos y regresamos a El Paso a nuestra función de paga; avanzo 20 años en experiencia al pensar en tantos soldados que morirán sin decir adiós.

Después de la función, nos instalamos cómodamente en un hotel que atiende una señora “de color”. Así llaman en los EE.UU. a la gente que no es del color del sol que ellos tienen. René ya se compró un radio pequeñito, aunque no portátil, pues tiene que enchufarlo para que suene. Le costó 14 dólares, no nuevo. Me encanta cenar hamburguesas y tomar algunos litros de cerveza “gringa”. Güeras lindas estas meseras de las cafeterías. Vestidas de Nylon transparente hasta las carnes rosadas, se nos iban las traidoras miradas incontenibles detrás de ellas.

Salud por los EE. UU. AA. Estamos aprendiendo a maquillarnos al estilo americano, para salir a actuar. El primer día nos pintamos demasiado y hay risitas alegres de nuestros compañeros artistas, que festejan nuestro subido color. Público de todas clases y edades, colores y nacionalidades. Unos no entienden, pero aplauden, otros entienden más y aplauden más (esos son los latinos). Nos están pagando en dólares y comemos manzanas rellenas de carne molida, jugo de tomate y mucha leche que, al menos a mí, me aligeran la digestión. Envío tarjetas a todos mis amigos de Veracruz., Progreso, Mérida y otros lugares en donde los he ido conociendo. Gano 8 dólares diarios y me alcanza para todo. Como todo lo que podría alcanzar en el estómago de una ballena, duermo entre sábanas limpias y me baño en una pila que lleno de agua caliente para remojarme en ella horas enteras. Qué buena vida me estoy dando, pero en verdad cuánto estamos trabajando ahora, pues actuamos cuatro veces al día. Me compré dos pares de zapatos, René otro más y Polo unas botas más grandes y escandalosas que las que adquirió en Chihuahua. ¡Ah! Polo tiene una novia que lo va a ver actuar. Una “gabacha” que puede ser divisible entre los tres, pero él no la comparte; ya se le acabará el gusto, pues mañana nos iremos a trabajar a Tucson, Arizona. De hoy en adelante, viajaremos en un lujoso autobús que Paco Miller ha contratado de la compañía Grey Hound (Galgos). Llegamos a Tucson, salimos a caminar por la ciudad y me sorprende ver que enfrente de cada comercio hay una línea blanca pintada en la acera o escarpa, como de 25 centímetros de ancho por todo lo largo de la calle, en donde son depositadas monedas de todas denominaciones. Asombroso es mirar tanto dinero en el suelo y sin que nadie lo pretenda robar, pues es para obras benéficas. Lo mismo me había sorprendido en El Paso, Texas, pero pensé que solamente ahí se usaba esa práctica. En verdad que los EE. UU., tienen organizaciones de poder y fuerza. Tres días en Tucson, tocando cuatro veces diarias y comiendo toda clase de golosinas y dulces que se fabrican en los EE. UU. Ya conozco un poco más a la gente y me doy cuenta que algunos latinos nos invitan a sus casas a comer, pero que llevemos nuestras guitarras para cantar alguna canciones. QUE SE VAYAN MUCHO A LA CHINGADA, PUES YO HE APRENDIDO A TRABAJAR POR HAMBRE, MAS NO A REGALARME POR UN PLATO DE FRIJOLES. Que se metan la comida por el… y que inviten a su mamacita para que los arrulle.

Sigo acumulando experiencia que me obsequian los mal intencionados. Ya puedo entrar solo a los bares a tomar cerveza fría, pues por mi altura parezco de más edad. Ya aprendí a decir Good Morning y lo más indispensable y apetitoso: I LIKE YOU BABY. ¿Quién dijo que las gringas son frías?… Cuando lo encuentre le cortaré la lengua por pecador y mentiroso, pues las güeras queman tanto como las morenas del trópico o las japonesas, las francesas, las alemanas o las sirenas de las Galápagos, si es que existen. Hoy nos vamos a cenar y despedirnos de una familia que nos atendió a toda la compañía con mucho cariño. Ellos fueron artistas en sus años mozos y, cuando llegan sus compañeros a Tucson, los atienden en su casa con fiestas y conversaciones de recuerdos imborrables. Buena gente ésta.

Salimos rumbo a Phoenix (léase Finix), Arizona. Llegamos de noche y, como no teníamos nosotros tres y el “viejo gordo”, cupo en el hotel en donde la compañía se alojaría, pues tuvimos que dejar nuestro equipaje encomendado en ese hotel y salir a caminar para encontrar dónde pasar la noche. IGNOMINIA, VERGÜENZA Y DESESPERANZA, somos mexicanos, y el único hotel en el que hay “vacancy” han instalado un hermoso letrero que dice; NO BLACK, NO MEXICANS. Nos dice el gerente: Mexicanos no dormir en este Hotel porque ser sucios. ¿Y dónde carajos vamos a dormir? Ni modo que nos quedemos deambulando por toda la ciudad, pues a cada momento se detiene una patrulla policiaca para preguntar qué hacemos, explicándole el “viejo” que acabamos de llegar y estamos en busca de un cuarto para pasar la noche. Hay que mostrar los pasaportes y acreditarnos como miembros de la compañía de Paco Miller. Al fin, encontramos un dormitorio común en donde por 0.30 (TREINTA CENTAVOS) de dólar puede uno pasar la noche, acostado junto con doscientos cabrones más que están de paso para los campos de trabajo. Qué joder esa noche. Qué apestoso lugar. Ni pensar en conseguir alguna cobija. Noche de Paz, noche de Amor… ¿Quién hijo de su madre estará cantando esa canción? En las calles cantan villancicos, o como les quieran llamar. Ya no aguanto más y me voy a caminar desde las seis de la mañana hasta llegar al hotel en que mis demás compañeros duermen plácidamente. Ni modo, hoy me tocó perder. Al otro día conseguimos cuarto en el Hotel Jefferson, lindo Hotel, elegante, alfombrado, caro, pero nos aceptan.

Cinco días en Phoenix, Arizona, y a Nuevo México. Más whisky y más güeras. Más dólares y más veces en que hay que subirse al escenario. Duermo pocas horas, pues no quiero perderme ningún detalle de los EE. UU. Nos vamos ya a California, pero en el trayecto cruzamos el gran Cañón de Colorado. Esplendoroso de majestuosidad hecho por la naturaleza. Trabajaremos un día en Santa Fe. Seguimos viaje y pasamos por muchos pueblos, y seguimos viajando durante muchas horas hasta que llegamos a San Bernardino. Ahora sí, ese si se puede llamar frío. ¡Qué frío hay aquí! Bendito Dios, solamente estaremos dos días actuando en el Teatro Azteca. Bien que nos está yendo. Ya se ha hecho costumbre que después de cada función me encuentre con algunos compañeros para ir a conocer el lugar, cruzándonos entre pecho y espalda unas bien reconfortantes copas de lo que sea. Al camión y a Los Ángeles, California, visitando Mendoza, lugar convertido en “cementerio” de los desechos de guerra: fusiles, cañones, máscaras antigases, jeeps… un carajatal de armamento; armas frías con muerte silenciosa en sus entrañas.

Qué belleza de imponentes construcciones, pero qué insensible es el concreto de las ciudades. Nos hemos instalado en el Hotel Northon. Es un hotel bueno y barato en donde usualmente llegan a Los Ángeles los artistas como nosotros, pues Paco y las estrellas de la Compañía se hospedaron en otro mejor. Actuaremos en el teatro Million Dólar. Imponente este teatro. La compañía se ha hecho de más familia, pues han llegado de México D.F. nuevos compañeros. Nos vienen a visitar al camerino aproximadamente “doscientos mil yucatecos”. Todos los yucatecos de ahí nos saludan y nos invitan. Nos vamos a casa de algunos a cantar, porque también sentimos la necesidad de estar cerca de nuestros paisanos; sobre todo los progreseños que radican en esa grande y peligrosa ciudad californiana.

Ah, eso sí que es el acabóse. ESTOY EN HOLLYWOOD… Paseo en el coche convertible de unos amigos. Me emociono conociendo las casas donde viven tantos y tan famosos artistas estadounidenses. No sé qué fecha es ni qué día… ni me importa. Sólo sé que cuando estoy solo en mi cuarto y meditando con mi almohada, no tengo explicación al ¿por qué yo he podido llegar hasta el lugar en que ahora me encuentro? Vuelvo a ser niño. Voy a Long Beach a divertirme en su feria junto al mar. Me acuerdo de mis playas progreseñas; de mis padres, mis hermanos y mis amigos. ¡Qué gusto me daría si me vieran aquí, triunfando…! Otra vez la palabra triunfo se aparece en mi pantalla mental y la borro de un sacudón de cabeza. ¡Aléjate de mis pensamientos, palabra sin sentido!

Hoy nos visita un amigo que conoce el ambiente de Los Ángeles y nos propone ir a una variedad al cabaret El Sombrero. Claro que vamos, pero ha de ser antes de las doce de la noche, pues de lo contrario nos expulsan de los EE. UU. por contravenir sus leyes y el juramento que unos días antes hicimos en el juzgado correspondiente que está en el edificio City Hall de Los Ángeles y donde, con la mano derecha sobre una biblia o código, nos hicieron jurar que respetaríamos las leyes norteamericanas. Una actuación en el Bar El Sombrero, otra en algún pueblo cercano a Los Ángeles, cuatro más en el teatro Million Dólar y un programa de radio era ya suficiente para nuestras frágiles embarcaciones corporales, por lo que terminábamos extenuados de tanto viajar y cantar. Pero eso fue en los primeros días pues, una vez acostumbrados a ese ritmo de trabajo, en lo que a mí respecta, me daba tiempo de ir en compañía de algún compañero a conocer Los Ángeles. ¡Qué noches aquellas!… Ahí comienzo a conocer y experimentar la “bohemia”. Cantar hasta el amanecer y amanecer para seguir cantando. Dormir apenas un rato y seguir con los cuates en plan de “hombres de perdición”. Niño apenas, entrando a ser una caricatura de un hombre, pero niño de comportamiento serio y gozador de “lo que viniera”. Me daba igual amanecer en casa de un amigo, compartiendo sus tristezas y la de sus familias por vivir lejos de Yucatán, que disfrutando ese tiempo en el departamento de la amiga de un amigo que nos presentó hoy quién sabe quién. Viva la vida… Viva la farra… Viva lo que estoy conociendo y gozando… Vivan las mujeres de cualquier nacionalidad… Viva el vino, la alegría, la noche, el día; vivan los EE. UU. y Viva México. Ya no existe horario que rija mi destino, más que el de mis horas de trabajar que, eso sí, siempre he respetado y sigo respetando con íntegra responsabilidad, ya que la disciplina siempre me ha controlado y no tolero una falta que no tenga justificación y, en mi caso, faltar por estar de farra NO TENÍA JUSTIFICACIÓN. Bien recuerdo que muchas veces, estando “en lo mejor”, me “escapaba” de donde estuviera para ir a cumplir con mis compañeros, en mi trabajo que tanto me gustaba. Hoy se me ocurre ir a misa, y sin darme cuenta entro a una iglesia donde están congregadas gentes de todos colores, pero que no son católicos. Otra experiencia adquiero al observar que cualquier religión es buena, con la devoción y el respeto que se merecen las congregaciones. Qué bonito cantaba el coro. Qué armonía en sus voces. Qué bien la pasé esa hora. No entendí nada del sermón, porque lo dijeron en inglés, pero cuánto fuego ponía en sus palabras y acciones el predicador. Al final del sermón, todos cantaron en un coro de quinientas voces que parecían desprendidas del cielo. Nunca sabré a qué religión pertenecían, pero les aseguro que eran todos, o casi todos, gentes de buena y noble intención.

Coki Navarro

Continuará la próxima semana…

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.