Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – XXXVI

By on noviembre 18, 2021

XI

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En Chichén Itzá, Chac Xib Chac celebraba reuniones frecuentes con los señores de la Confederación. Todos estaban indignados contra Hunac Kel, que había fracturado la integridad de la Triple Alianza con su felonía. Los capitanes confederados se pasaban las horas hablando de estrategias militares. El plan de atacar a Mayapán ya estaba resuelto, pero faltaban los pormenores, y las discusiones se alargaban sin que, por miedo o respeto al legendario Hunac Kel, se alcanzara un consenso.

–Ya ha transcurrido demasiado tiempo– se quejaba, temblando de ira y de ansiedad, el rey de Chichén Itzá– y todavía no fijamos la hora y la fecha de la toma de Mayapán. ¿Qué aguardamos, amados dignatarios, aliados de mi causa, que es la vuestra? Sí, porque si hoy me ha robado a la esposa este canalla, mañana os violará a una hija o quizás asalte vuestras tierras. Todo se puede esperar de un gandalla como él. La Confederación de Mayapán, aunque sin Mayapán, está viva, y si lleva ese nombre no es por obra y gracia del maldito Hunac Kel, sino en honor de la ciudad que fundó nuestro patriarca Kukulcán. Ahora somos más fuertes porque contamos con la adhesión de vuestros pueblos a Chichén Itzá.

Todos estuvieron de acuerdo con las palabras del camarada en desgracia, cuya honra había sido pisoteada:

–Estamos contigo, Chac Xib Chac –tomó la palabra el rey Ulil, de Izamal, en nombre de todos los dignatarios ahí reunidos–, y combatiremos a tu lado. Yo, en lo personal, como vosotros sabéis, le debo la vida a Hunac Kel y es un hombre al que siempre he admirado y respetado, pero hoy le he perdido toda admiración y todo respeto, y sólo merece mi más profundo desprecio. El pecado de Hunac Kel no tiene perdón: ha ensuciado el honor de un rey y se ha burlado de todos los que pertenecemos a la Confederación. Y tiene razón Chac Xib Chac: si hoy se ha atrevido a robarle a la mujer, mañana intentará robarse a la mía, o invadir a Uxmal y ejecutar al rey Tutul Xiu o a alguno de los jóvenes príncipes. Hunac Kel es una mala hierba que hay que arrancar de raíz.

Se alzaron voces respaldando los razonamientos del rey de Izamal y algunos confederados pedían a gritos la cabeza de Hunac Kel, el felón, el indigno, el apóstata que había traicionado la confianza de los miembros de la Triple Alianza.

–Y tú, ilustre maestro y consejero mío –Chac Xib Chac se dirigió de pronto a Águila Divina, que poco había intervenido en la sesión–. ¿No tienes nada qué opinar?

–Sí señor, pero no he querido interrumpir vuestros argumentos –habló con su cachazudo acento mientras masticaba su acostumbrada dotación de tabaco fresco–. Todo eso que decís está muy bien, y os respaldo, ilustres señores de los reinos confederados, con mis preces a los altos dioses, mas no olvidéis que es fama que Hunac Kel Cahuich desciende de un águila y de un semidiós y goza de poderes extraordinarios. Es un brujo, un encantador, una leyenda viva.

Los dignatarios ahí reunidos se miraron unos a otros, asombrados ante las palabras del consejero del rey, y algunos se atemorizaron, pero Ulil, que era sabio y sincero, replicó con su ronca voz:

–Pues brujo o no brujo, leyenda o embuste, lo acabaremos y colgaremos su sucia cabeza del armazón del Tzompantli.

–Ya has escuchado al rey Ulil, Águila Divina –Chac Xib Chac se dirigió a su consejero–, y no es un cualquiera sino un hombre sabio…

–Os ruego que no toméis a mal mis palabras, insignes dignatarios –dijo Águila Divina–; yo estoy de acuerdo con vuestra decisión y sólo os recordé los divinos orígenes de Hunac Kel y lo que ellos significan. Por lo demás, seguid adelante con vuestros planes: invadid Mayapán a voluntad y arrasad con todos los mayapanenses, y si podéis, coged vivo al escurridizo brujo y haced justicia en su cuerpo bien sea ahorcándole o lapidándole hasta la muerte. Pero os digo: andad con cuidado.

Las postreras palabras del consejero áulico provocaron una brusca baja de presión sanguínea en Chac Xib Chac; pálido y tembloroso se aproximó a su consejero y, cogiéndole del brazo, lo condujo a un rincón de la gran sala de discusiones.

–¿Qué has querido decir con eso de andarnos con cuidado, Águila Divina? –le preguntó por lo bajo–. ¿Acaso piensas que sus poderes mágicos, o como les llames, serían capaces de frenar la andanada de flechas de nuestro inmenso ejército? Vamos, dime sinceramente lo que piensas de la situación: tú sabes de mi profundo respeto hacia ti y de lo necesarias que me son tus recomendaciones. Hasta sería capaz de cambiar mi plan de ataque si así lo consideras…

–No, Chac Xib Chac –respondió el consejero–; ya es algo tarde para eso. Mira nada más la algarabía de tus aliados, que ya se piensan victoriosos y presumiendo la cabeza de Hunac Kel como trofeo. No los decepciones ahora y prosigue con tu plan original.

–Pero si ya me has sembrado la duda. Tus palabras me han hecho perder los ímpetus y ahora me siento débil y vulnerable. ¿No tenemos otra alternativa?

–Ninguna por ahora. Escucha Chac Xib Chac: la vida es una cadena de decisiones que debemos tomar. Tú y tus aliados se han decidido por asaltar Mayapán y rescatar a tu joven esposa. Entonces yo no puedo tomar una segunda decisión, pues todos me verían con malos ojos. Hágase la voluntad de la mayoría, que es decir la Confederación de Mayapán, y cúmplanse sus expectativas. Lo que sí te aconsejo es que, antes de partir, le ofrendes algún sacrificio al ídolo de Ah Puch, tu dios consentido, que quizás te auxilie en tu confrontación con Hunac Kel.

Esa misma tarde tomaron los últimos acuerdos los soberanos: apegándose a la sugerencia de los capitanes, atacarían de noche en un gran rodeo de las murallas de Mayapán. Gracias a la adhesión de los otros pueblos, Chac Xib Chac reunió a un enorme ejército que partió hacia su destino a la siguiente noche.

El rey Ulil iba el primero, tranquilo, recostado en una suerte de camilla de algodón transportada por sus criados; no evidenciaba ningún temor de vérselas con el terrible enemigo, el que ahora sólo le provocaba desdén. A la retaguardia, llevados en andas, marchaban Chac Xib Chac y Tutul Xiu, el primero, pálido y ojeroso por culpa de una inoportuna diarrea que no cesaba de atormentarlo, a pesar de los desabridos mejunjes que le hacían tomar sus curanderos obligados a viajar, contra su voluntad, para atender al gran jefe, cuyos nervios estaban destrozados.

–¡Brutos! ¡Idiotas! –vociferaba Chac Xib Chac contra sus médicos–. Sois buenos para un carajo, putos matasanos: vuestros brebajes no sirven ni para curar una cagalera.

–Hombre, ya se te pasará –intentó calmarlo el viejo Tutul Xiu–. Encomiéndate a Ixchel, la diosa de la salud, y confía en tus médicos. Yo también he sufrido de diarreas nerviosas, pero me he sabido controlar y me he aliviado.

Chac Xib Chac, furioso por la imparable molestia, maldijo a Hunac Kel con todo su corazón, porque en el fondo sabía que aquella diarrea no se debía a otro motivo que al miedo que le provocaba su inefable enemigo.

En plena marcha, Chac Xib Chac le hizo una seña a Ojos de Culebra; el miliciano se aproximó a su jefe, que algo le dijo al oído. Entonces el rudo capitán gritó con todas sus fuerzas que, por el momento, se cancelaba la invasión a Mayapán, y que las tropas se dispusieran a regresar a Chichén Itzá:

–¡El rey se muere! –aulló Ojos de Culebra, exagerando las cosas–. Sus médicos no dan con el remedio para detener la terrible dolencia, y es preciso volver al palacio. No es posible continuar la jornada, a riesgo de que se nos muera en el camino nuestro ilustre soberano.

Muchos se lamentaron de la suerte de Chac Xib Chac pero otros maldijeron el fallido destino de la invasión:

–¡Coño! –le decía el rey de Uxmal al de Izamal–. Una pinche cagalera no es una razón válida para arruinar un movimiento de esta envergadura. Lo que sí te puedo asegurar es que Chac Xib Chac rehúye de plano el enfrentamiento con Hunac Kel.

–Eso mismo pienso yo, Tutul Xiu –dijo Ah Ulil–. Le teme de verdad a Hunac Kel. Lo malo es lo que ha costado mover a tanta gente para nada. Me siento profundamente defraudado.

–Es un pendejo Chac Xib Chac. Tenía la victoria asegurada. Con este ejército tan poderoso habríamos asolado Mayapán, muerto a su rey y recuperado a Blanca Flor. Ahora todo se jodió y regresaremos a nuestros pueblos: imagínate, Ah Ulil, la larga jornada que me espera hasta Uxmal.

–Te comprendo, Tutul Xiu, te comprendo. Todo nuestro gran esfuerzo ha sido de balde.

El retorno a Chichén Itzá devino lento y tedioso, el ancho camino blanco parecía no terminar nunca. Durante la jornada, Chac Xib Chac no abrió los ojos en absoluto; estaba como dormido y algunos lo creían muerto, debido a su palidez cadavérica, posible resultado de las ocho o diez deposiciones que los médicos no pudieron contener. Extrañamente, a través de todo el retorno no se repitieron las evacuaciones. Y es que, una vez cancelada su confrontación con Hunac Kel, el obeso rey ya no tenía por qué andarse zurrando. Mientras se hacía el enfermo, con los ojos cerrados, dio en pensar en otras formas menos riesgosas de rescatar a Blanca Flor, y para ellos determinó encomendarse a Ah Puch y regalarle con la sangre de sus esclavos en altivas ceremonias de sacrificios que organizaría en cuanto arribase a Chichén Itzá.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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