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Relatos del pájaro sabio – VII

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Relatos

VII

La cacería del armadillo

La ansiedad de su hijo por escuchar otro relato hizo que don Búho dejara de sacar el agua de lluvia que inundaba la cueva donde vivían. Agitó sus alas para sacudir el líquido que lo había empapado, tosió tres veces como solía hacerlo para atraer la atención, y comenzó un nuevo relato:

“En el pueblo de Sodzil había cuatro grupos de cazadores de armadillo. Uno de esos grupos lo integraban Nicasio, Joaquín y Rafael, quienes iban de cacería dos veces a la semana, con el fin de variar un poco la alimentación de sus familias.

Rafael tenía un perro bien amaestrado para detectar y perseguir dentro del monte al armadillo hasta hacerlo entrar en su “casa”. Si la suerte les sonreía, atrapaban dos armadillos en una noche.

Durante años se dedicaron a esta actividad sin novedad alguna, pero cuando comenzaron a comercializar el armadillo que cazaban se presentaron problemas.

Cierta noche que andaban de cacería en montes de Kamozón, a Joaquín le dio ganas de defecar y se separó del grupo. En espera del compañero, Nicasio y Rafael, al ver una piedra plana un poco saltada de la tierra, quisieron averiguar si debajo de ella habitaba la especie de avispa nativa conocida como xiik’, con la intención de aprovechar la miel que produce este insecto.

Cuando Joaquín retornaba al lugar donde dejó a sus compañeros, vio que retrocedían temerosos del lugar donde estaba la piedra, como si los amenazara un animal feroz. Al ver que Joaquín había regresado, Nicasio le dijo:

–¡Mira esa piedra, Joaquín, se eleva solita en el aire y se asienta nuevamente en la tierra!

–No puede ser. Yo no veo que se mueva del lugar donde está.

–¡Sí, Joaquín, se eleva en el aire!

–Nicasio no miente –intervino Rafael– mírala bien.

Joaquín desestimó lo dicho por sus compañeros e intentó levantar la mencionada piedra, pero por más esfuerzos que realizó, no logró moverla del lugar donde estaba incrustada.

–¿Cómo es posible que porfíen en decir que la piedra se eleva por sí sola? ¿Acaso no ven que por más que lo intento no puedo ni siquiera moverla?

–¡Se levantó solita!, ¿verdad Nicasio? –dijo Rafael.

–Es cierto, Joaquín ––afirmó, Nicasio.

Con tal de calmar a sus compañeros, asustados por lo que según ellos ocurría, Joaquín los convenció de que se acostaran a descansar un rato; tiempo que él aprovechó para escarbar alrededor de la piedra, y de esa manera arrancarla de la tierra para cerciorarse de que no hubiera debajo una ochkaan1 que la moviera al inflar su cuerpo. Después de sacar la piedra con mucho esfuerzo y comprobar que no había ningún animal, llamó a los amigos:

–Rafael, Nicasio, será mejor que regresemos a casa! Lo que ustedes vieron pudiera ser un aviso de Yum K’áax para que salgamos del monte; una alerta para prevenirnos de algún percance que pudiéramos sufrir esta noche.

A pesar de no haber logrado cazar ningún armadillo, Rafael y Nicasio no se opusieron a la sugerencia de Joaquín, se levantaron y juntos emprendieron el retorno al pueblo. No habían avanzado mucho, cuando Nicasio comentó:

–Si nos entercamos en seguir andando en el monte en busca del armadillo, seguramente tendríamos serios problemas. ¿Se dieron cuenta?, los perros no se separaron de nosotros, tal parece que hasta ellos tuvieron miedo.

Los otros dos cazadores no contestaron los comentarios de Nicasio, y aligeraron el paso para llegar pronto a descansar. Ya estando en el pueblo, Joaquín fue el primero en despedirse, luego, Rafael de Nicasio. Ninguno de ellos sugirió una fecha para ir nuevamente de cacería.

Una semana después de aquel suceso, Joaquín visitó a Nicasio y a Rafael para invitarlos a cazar armadillo ese mismo día por la noche en el monte ubicado al sureste de Sodzil.

A poco de haber llegado al citado monte, escucharon venir en dirección de ellos una parvada de pich’o’ob, yuya’ob, y k’awo’ob graznando fuertemente, y detrás de estas aves, un viento huracanado que derribó árboles y arbustos. Al apartarse del camino del vendaval, que provenía del oriente con rumbo al poniente, los cazadores observaron que había dejado un claro de unos cuatro mecates de ancho. Con el miedo reflejado en sus rostros se dirigieron al norte en busca del camino de regreso al pueblo.

Al día siguiente, los tres amigos se reunieron para comentar lo ocurrido y decidieron ir al monte para corroborar si de verdad el fuerte viento había arrasado las plantas o sólo se trataba de una alucinación.

Rafael sugirió que uno de ellos debería quedarse, a fin de pedir ayuda si los otros dos sufrían algún percance. Nicasio y Joaquín estuvieron de acuerdo en ir juntos al monte la mañana siguiente, en tanto que Rafael los estaría esperando.

A su regreso, los compañeros informaron a Rafael que el monte estaba intacto, sin señal alguna de haber sido azotado por aquél viento huracanado, Rafael se mostró muy extrañado y comentó que le intrigaba tal acontecer, pues eran ya dos veces que se veían impedidos de cazar armadillos y quiso saber si Nicasio y Joaquín tenían alguna idea de lo que aquello significaba. Ninguno tenía respuesta alguna; sin embargo, sabían de algunas personas que andando por el monte de noche habían observado cosas extrañas, pero tampoco tenían idea de por qué ocurren; se limitaban a decir. “vimos esos fenómenos sobrenaturales porque llegamos al lugar en el preciso momento que ocurrían”.

A pesar de haber sufrido esas dos malas experiencias, los tres amigos no dejaron de cazar, algunas noches lograban obtener la presa y otras no. El enigma se presentó nuevamente cuando estaban de cacería en el monte conocido como t’u’ulich. Aquella noche, los perros olfatearon el armadillo y lo persiguieron hasta hacerlo entrar en un hueco que seguramente era la guarida donde vivía. Los cazadores comenzaron a cavar la tierra; conforme avanzaban, el camino del armadillo se iba ensanchando hasta que llegaron a cierto punto donde una persona puede caminar de rodillas. Se detuvieron a intercambiar opiniones, tratando de llegar a un acuerdo: desistir de su intento de atrapar al armadillo o continuar con la faena. Al notar la indecisión de sus compañeros, Joaquín, dijo:

–¡No vamos a quedarnos con la vergüenza de no comer armadillo en píib2 después de haber trabajado tanto! Por favor denme la linterna, yo iré adelante y ustedes me siguen. No teman, procuraré alumbrar arriba y abajo. Si acaso encuentro a mi paso una serpiente, le corto la cabeza con mi coa.

Joaquín avanzó lentamente, hasta que llegó a la orilla de un cenote. Se sorprendió mucho al ver entre los pececillos de diversos colores un enorme armadillo blanco que irradiaba luces. Se tendió al piso y estiró la mano con la intención de atrapar al animal por el tronco de su cola. Al darse cuenta de que no lograba cogerlo, pidió el rifle a Nicasio con la intención de pegarle un tiro. Nicasio no sólo le negó el arma, también lo regañó:

–¿Qué es lo que te pasa Joaquín? ¿Estás loco? ¡Cuidado con causarle daño a ese animal! ¿No te das cuenta que no es un armadillo común y corriente? Probablemente sea el guardián de las aguas vírgenes del cenote. Lo más prudente es salir de este recinto sagrado, antes de ser castigados por haberlo profanado.

Antes de abandonar el lugar, pudieron ver que el armadillo se alejaba nadando, hasta que desapareció en lo más profundo de la gruta, siguiendo el curso del agua subterránea.

Con motivo de este último incidente, Nicasio y Joaquín acordaron dejar para siempre la cacería de armadillo, ante el temor de sufrir algún accidente de graves consecuencias. Rafael hizo cuanto pudo para convencerlos de que se retractaran de su decisión, pero ellos se mantuvieron firmes en su propósito. Muy molesto, les dijo:

–¡Está bien, miedosos, poco hombres! ¡Si no quieren acompañarme, no lo hagan! ¡No los necesito! Para eso tengo a mi perro amaestrado.

La primera noche que Rafael fue de cacería sin la compañía de sus amigos, no tardó en regresar con un armadillo en el sabucán. Al día siguiente, cuando terminó de cocerse el píib de armadillo, envió con su hijo una taza del guiso a cada uno de sus ex compañeros de cacería para demostrarles que podía bastarse por sí solo. La siguiente vez vio que el perro, al perder el rastro del armadillo, se quedaba aullando durante un buen rato. Sin malicia alguna, pensó: “¡Pobre de mi perro!, creo que ya le pesa la edad, se pone a llorar al sentir que no tiene las energías suficientes para seguir corriendo detrás del armadillo; hasta ahora vengo a comprender que sólo cuando uno es joven hace lo que quiere”. Acarició la cabeza del perro para tranquilizarlo y le dijo:

“Vayamos a descansar compañero, dentro de tres días regresaremos, seguramente para entonces estarás bien recuperado”.

Pasados tres días, Rafael fue nuevamente de cacería. Se encontraba todavía frente al plantel de henequén Santiago, cuando escuchó un ruido detrás de la albarrada, igual al que produce una persona caminando entre hojarascas. Su perro detectó el sonido y de inmediato saltó el cerco de piedras, dispuesto a atrapar al que lo producía como si se tratara de un armadillo. Instantes, después, Rafael lo escuchó ladrar del mismo modo que lo hacía al encontrar la presa; pero enseguida, en vez de ladridos, el perro lanzó aullidos de dolor, cada vez más fuertes, como si alguien lo torturara con saña. Rafael traspuso la albarrada y empuñó su coa, presto a enfrentar al atacante del “cazador”. Cuando alumbró con la linterna el lugar de donde provenían los quejidos lastimeros del perro, se llevó un gran susto al ver que un armadillo del tamaño de una tortuga marina –caguama–, golpeaba con la cola al can, tendido en el suelo, con los pelos erizados y el cuerpo ensangrentado.

Temeroso de recibir el ataque del armadillo, Rafael salió corriendo a toda prisa del lugar, y huyó encomendándose a Dios e implorando protección. El “mal viento” de aquél ser sobrenatural le provocó una fiebre muy alta. Con mucho esfuerzo, arrastrando los pies, logró llegar a su casa. Apenas podía hablar; con balbuceos narró a su esposa lo ocurrido y poco después murió. No se salvó del castigo de Yum K’áax, el dueño de los animales silvestres.

Al finalizar el relato, padre e hijo se retiraron a descansar, si bien, tan impresionante final, hizo que el buhito tardara en conciliar el sueño. Se escuchaba el canto de otras aves cuando se quedó dormido.

 

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1 Ochkaan (Boa)

2 Píib (Cocido bajo tierra).

 

Santiago Domínguez Aké

Continuará la próxima semana…

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