Magia, mitos y supersticiones entre los Mayas (VIII)

By on octubre 3, 2019

VIII

LAS SUPERSTICIONES

Por supuesto que se trata de una afirmación sin base científica –éste no es, ni pretende ser, un libro de ciencia–, pero es de creerse que el pueblo maya es uno de los más supersticiosos, si no el más, de los que existen en el mundo.

Casi no hay cosa, ocasión, animal, persona o actitud que no se preste a una creencia sobrenatural, o que no se relacione con algún presagio, generalmente desastroso. Buscar el origen de estas consejas es una labor que rebasa los fines de esta obra. Algunas supersticiones tendrán un origen antiquísimo, relacionado con la vieja cultura maya; otras serán adaptaciones de supersticiones que trajeron los españoles. También las habrá que sean simples inventos y ocurrencias, así como otras surgen del subconsciente colectivo y parecen pertenecer a mitos que comparte toda la humanidad.

Lo cierto es que son numerosísimas. Aquí nos vamos a referir, sin mucho orden –dejemos eso a los especialistas–, sólo a las principales.

Ya hemos mencionado el estrépito que se arma cuando se produce un eclipse, que menciona el Dr. Don Pedro Sánchez de Aguilar desde el siglo XVI. Pues bien, se cree que si durante el eclipse una mujer que está encinta se rasca alguna parte de su cuerpo, el niño nacerá con una mancha en esa misma parte, lo que se llama una chibaluna. Para evitar esto, hay que lavar con poca agua la piedra de moler y dar de beber esta agua a la embarazada.

Cuenta doña Narcisa Trujillo (“Indios y Mestizos de Yucatán”, 1946) que una vez una familia que había cambiado de casa, por ser esta otra más grande que la anterior, decidió volver a su casa antigua pues decían que en las noches de lluvia no los dejaba dormir el llanto de un niño que provenía del patio. Decían que una mujer que vivió en esa casa tuvo un niño que murió y lo enterró en el patio. Los mayas dicen que todo niño recién nacido que después de muerto es enterrado en algún patio llora mucho en las noches de lluvia, pues no fue inhumado en el cementerio, esto es, en tierra consagrada, y por haber muerto sin ser bautizado.

Para los hombres, como en la religión cristiana y en casi todas las religiones, la muerte no era el fin, sino el paso a otro lugar, según el comportamiento observado en la tierra. Si el indio fue perverso iría a dar al Mitnal, donde sufriría grandemente, y si había sido bueno tendría su lugar en un sitio agradable para descansar.

Así habla de esto Fray Diego de Landa:

“Esta vida futura dezian que se dividía en buena y mala vida; en penosa y llena de descansos. La mala y penosa dezian que era para los viziosos, y la buena y delectable para los que uviesen vivido bien en su manera de vivir.”

“Los descansos que dezian avian de alcanzar –sigue Fray Diego– si eran buenos, era ir a un lugar muy delectable donde ninguna cosa les diese pena y donde uviese abundancia de comidas de mucha dulzura, y un árbol que allá llaman Yaxché, muy fresco y de gran sombra que es zeyva, debajo de cuyas ramas y sombras descansassen y holgassen todos siempre.”

Dicen también que cuando una persona se ahorca, aparece en ese lugar un gran perro negro que es encarnación del diablo. Hay que hacer la señal de la cruz para que desaparezca.

Si un árbol no da fruto hay que propinarle doce cintarazos, especialmente el día de San Juan, y al año siguiente fructificará. Cuando una mujer llega a tener gemelos, debe pedir caridad, para que no se enfermen y mueran.

Para el maya el agua y el alimento son “cosas Santas”, la “gracia de Dios”. Por tanto, no debe desperdiciarse el agua, y si algo queda en la jícara después de beber, debe arrojarse a una pared, nunca en el suelo. Sólo el agua sucia debe tirarse, y nunca se debe pisar un alimento ni los residuos, porque es una ofensa.

Para el indio, el perro es un amigo fiel a la vez que un compañero útil en muchos aspectos. En primer lugar, el can puede ver a los espíritus y los hace huir con sus ladridos. Así avisa a su amo. A veces los seres invisibles se disgustan con el escandaloso animal y lo apedrean.

El perro también es defensor del maya en el sentido de que a veces percibe los efectos de algún hechizo destinado al hombre. Por eso mueren repentinamente algunos perros, sin tener enfermedad, ya que libraron a su amo de una brujería o de un “mal viento”.

Hay cosas y animales que cuando se ven o se escuchan son signo de que sobrevendrá alguna desgracia. Ver una culebra con ojos rojos, o a una tarántula o un alacrán cargados de sus recién nacidos, son cosas de malísima suerte. Y también lo es ver que las abejas se peleen entre sí o, peor aún, escuchar el canto o el grito de una lechuza. Esas son cosas que anuncian que habrá una muerte en la familia.

Y si usted duda que sean verdad estas creencias, pregunte. No faltará quien conozca casos que las comprueben. Siempre hay un amigo, familiar o simple conocido que sufrió en carne propia el maleficio. Afortunadamente, casi siempre se dispone de contramedidas para alejar, debilitar o nulificar las malas influencias.

Pongamos por caso que el indio tiene unos pavitos en su patio, y uno de ellos muere. Pues entonces lo que hay que hacer es enterrar el polluelo hacia el oriente de un árbol de K’an xul para salvar a los demás. También se puede prevenir el mal pasando un hilo de color fuerte por la piel de la cabeza de uno de los polluelos. Eso alejará a los malos espíritus.

Hay que tener cuidado –dice el campesino maya– para evitar que los niños toquen las flores de siempreviva. Es bien sabido que dejan en las manos, cuando se juega con ellas, una mancha invisible que ocasiona problemas posteriores. La persona que tiene esa “mancha” en las manos no puede obtener buenas crías en su corral.

Si se piensa realizar alguna empresa, de ninguna manera debe iniciarse ni en martes ni en viernes, pues son días desafortunados. En cambio, los lunes y sábados son de buena suerte, apropiados para casamientos y comprar billetes de la lotería.

Los números, así como los días también tienen significación misteriosa. Son números importantes el nueve y el trece, y pueden tener relación con el bien o con el mal. Por ejemplo, las operaciones curativas deben realizarse nueve veces, pero también las hechicerías para ocasionar un mal se hacen nueve veces.

El trece tiene relación con las ceremonias religiosas y, por ejemplo, en las ceremonias del Wahicool, “para dar las gracias”, y en la del Cotz-cal-Tzo, del “degollamiento de los pavos”, las ofrendas deben ser de trece capas de tortillas y, en el último caso, de trece pavos que llevan a sus trece danzantes.

Cuando se encuentra un ciempiés en martes debe ser dividido en nueve partes para que la persona tenga buena suerte. Si se ve una serpiente verde, especialmente con los ojos rojos, hay que matarla y dividirla en nueve pedazos, de lo contrario quien la vio se morirá en el plazo de un año.

Agotemos nuestros conocimientos sobre el número nueve, aunque más adelante tengamos que referirnos a esta cifra, al tratar del tema de las hechicerías y las prácticas curativas, pues el nueve tiene influencia en el curso de las enfermedades.

Para evitar la tosferina, por ejemplo, hay que colgar en la entrada de la casa durante nueve días tantas jícaras de pozole como miembros de la familia haya. Al noveno día el pozole debe ser compartido con algunos amigos. Nueve hojas de naranja agria, por otra parte, puestas en agua caliente, resultan un excelente aperitivo para los enfermos del estómago.

Durante nueve días se debe dar gracias por algún buen acontecimiento, y durante nueve noches hay que rezar cuando muere alguien de la familia.

Oswaldo Baqueiro López

Continuará la próxima semana…

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