La Educación Maya – IV

By on junio 23, 2022

Educación Maya

IV

LOS MAYAS

 

No vinieron los indios, los indios florecieron

simplemente en el campo

Magaloni.

 

Posiblemente los primeros pobladores de América que, necesariamente hicieron su entrada por el estrecho de Behring, llegaron entre 65,000 y 55,000 años a.C., o quizá algo más tarde, entre 50,000 y 45,000 a.C. Los descendientes de estas oleadas de migrantes –pues debieron ser varias– las debemos de tener distribuidas a lo largo del continente. Los cráneos más antiguos son dolicocéfalos y el tipo general no fue mongoloide3.

En épocas posglaciales, hace 5 mil o 6 mil años, arribaron grupos con características somáticas distintas a los primeros inmigrantes, con tipo mongoloide y cultura más avanzada: de éstos provienen los esquimales y otros grupos que avanzaron hacia el sur. Entre estos grupos vinieron los antecesores de los mayas.

En el trayecto, varias culturas se desarrollaron, considerándose el inicio del Preclásico –2,000 años a.C. – época de la supuesta integración de la superárea mesoamericana. La que más nos atañe es la olmeca, en una región del extremo sureste de Veracruz y el extremo oeste de Tabasco.

Afirma el profesor Alfredo Barrera Vásquez4 que la lingüística es guía valiosa para conocer los caminos recorridos por los pueblos en su evolución, y que el área maya es un territorio ideal para estudios glotocronológicos, porque está bien circunscrito, y en él hay contenidas varias lenguas hermanas. Apoyado en autorizados lingüistas, asienta que la lengua maya propiamente dicha o maya yucateco, es miembro del grupo mayano o yucateco que comprende también el itzá, el lacandón y el mopán, y que junto con otros nueve grupos lingüísticos, constituye la gran familia llamada protomaya, a la que se considera pertenecen 28 lenguas diseminadas en la Península de Yucatán y su base, que incluye los Estados de Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Tabasco y Chiapas, y las repúblicas de Guatemala, Honduras y Belice, que en conjunto constituyen el área maya, subárea de Mesoamérica.

Para Barrera Vásquez «estos elementos, hechos y factores, proporcionan a la ciencia un laboratorio ideal para investigar cómo un grupo humano, desde un momento y desde un lugar dados, se expande, se readapta y desarrolla una cultura, y cómo además, recibe impactos de otras culturas, los asimila o rechaza, se alza y declina pero dura aún hoy»5.

En tiempos no muy lejanos, a pesar de los empeños de algunos evangelizadores: Las Casas, Cogolludo, Landa, en los primeros años de la conquista, el misterio cubría el pasado de este pueblo que, habiendo construido obras arquitectónicas monumentales –lo único que era motivo de admiración–, había descendido a la indigencia. Pero, desde mediados del siglo XIX, concretamente a partir de la publicación de Viajes a Yucatán de John Lloyd Stephens en 1841, ameno libro de aventuras vividas en la región maya, se genera un interés que va de exploradores a turistas, investigadores a historiadores que hurgan en lo poco escrito, después de que, por más de tres siglos, tan singular civilización había sido menospreciada.

Vuelto el interés sobre las culturas del nuevo mundo, antropólogos, arqueólogos, sociólogos, etnólogos, han penetrado lo que parecía insondable, desmoronando hipótesis fantasiosas.

Lucubraciones, largas indagaciones, desvelos y sacrificios de hombres y mujeres nacionales y extranjeros, cuyos nombres forman listas interminables, aferrados a sus novedosas ciencias, dan luz al rastreo histórico: origen geográfico y étnico, ubicaciones, caminos, fechas, costumbres, escritura, son dados a conocer día con día. Y lo que la ciencia pone a la vista, relacionado con lo aún vivo que nosotros podemos penetrar, constituye subyugante motivo de interés y motivación para reafirmarnos en una sana identidad de pueblo mestizo que posee el patrón valioso del autoctonismo maya.

Se supone que cuando los migrantes que habrían de distribuirse y ocupar, al paso de los años, lo que hoy es conocido como área maya, fueron llegando por el litoral del Golfo de México, traían una cultura rudimentaria proveniente del tronco asiático del que se habían desprendido, y disponían del germen de una educación oral e imitativa que fueron enriqueciendo con las experiencias del peregrinar.

Un plácido temperamento, aún reconocible, debió reafirmárseles al contacto con ciertos factores geográficos, pero también recio temple debieron dejarles inclementes carencias y agrestes sitios que hubieron de allanar, llegando a desarrollar un armónico entendimiento y espíritu de lucha y recíproca protección y ayuda entre los miembros de sus comunidades, las que si padecieron escisiones y enfrentamientos bélicos, pero no tuvieron un rompimiento total en su unidad cultural, a pesar de la amplia extensión que en tiempo y espacio abarcaron.

El profesor Barrera Vásquez da por sentado que es esta unidad cultural original, que adoptó con el tiempo variantes, la que constituye la esencia de lo maya, cuando afirma: «Se hace claro el hecho, de que, sobre el sustrato rural, una élite, en cada caso, desarrolla la civilización, que luego se debilita y cae, permaneciendo lo rural»6.

Lo anterior se reafirma con la clarificación de sucesos pretéritos que ciertamente están conformando la historia de los mayas: que ponen a la vista sus logros, grandezas y debilidades, haciendo tangibles notables valores culturales dignos de señalarse en épocas y sitios múltiples. Entre estos valores, como sólidos pilares de la civilización, sobresalen en las huellas del pasado y se manifiestan en la permanencia rural de hoy, tres entidades. Una de ellas, objeto de nuestro estudio, es la educación, y las otras dos, inseparables de la primera, el lenguaje y la religión.

 

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3 Mirabell, 1995:24.

4 Barrera Vásquez, 1987:23.

5 Barrera Vásquez, 1987:8.

 

 

Candelaria Sousa de Fernández

Continuará la próxima semana…

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