Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – LXVII

By on junio 23, 2022

Novela

XX

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En la Casa Colorada reinaba la peor algarabía. No pareciera que los siete capitanes aztecas celebraran una confabulación sino una fiesta. Sentados en bellas esteras de algodón bordadas por alguna mano milagrosa, los conjurados bebían balché y comían con ordinariez enormes trozos de kutz que les había cocinado Ix Nahau Cupul, la cocinera predilecta del rey.

De pronto, Sinteyut les mandó callar:

–Armáis demasiado ruido, capitanes –los reprendió–. ¿Es que no sabéis comportaros como señores? Pronto seréis ricos y vuestra conducta es más propia de gente corriente como los winicoob. No es conveniente a nuestra causa gritar; el asunto que estamos tratando es sumamente delicado y no sabemos si algún hijo de la chingada de las confianzas del rey pudiera estar escuchando.

–Vamos, Sinteyut –díjole Itzquat, que ya estaba medio tomado–, el maldito rey te considera su hermano y su confianza en ti es absoluta. No se atrevería a irritarte enviando un espía a nuestra casa.

–Él no –razonó Sinteyut–, pero el capitán Puma Rojo o el caciquillo ese podrían hacerlo por su cuenta.

–Hunac Kel no les creería –insistió Itzquat–. Ya ha ocurrido antes y no sólo te respaldó, sino que te mantuvo de su lado.

–De todas maneras–les instó Sinteyut–, obremos con cordura. No es necesario levantar la voz para entendernos.

–¡Ea, capitanes! –intervino Taxcal, quien se había conservado sobrio durante la reunión–. Tiene razón Sinteyut. No debemos confiarnos: pudiera haber un soplón en el patio, detrás de una albarrada, o en la copa de un árbol, escuchando nuestra conversación. Bajemos el tono de nuestras voces para tratar nuestro asunto. Escuchad –añadió con voz queda, poniéndose en cuclillas sobre su estera–: ayer Sinteyut y yo hemos hablado en privado con Hunac Kel acerca del tema de la restauración de la ciudad; acordamos vernos con él mañana por la tarde en la cancha del Juego de Pelota con objeto de revisarla antes de que los winicoob comiencen la tarea de desbrozarla. La cancha es el sitio idóneo para culminar con nuestro proyecto de asesinarlo y apoderarnos de Chichén Itzá, y después de Mayapán. Pero yo no seré quien os explique los detalles de nuestro proyecto. ¡Que diga tu boca las palabras precisas, Sinteyut!

–Mañana por la tarde sólo nos presentaremos en la cancha Taxcal y yo. Vosotros –Sinteyut se dirigió a los capitanes restantes–, llegaréis al lugar mucho antes y permaneceréis ocultos entre la maleza, que es muy tupida, y en los altares y los palcos reales, donde tampoco seréis visibles.

–¿Acudiremos armados? –preguntó tontamente Kakaltecat.

–¡Eres un imbécil, Kakaltecat! –le reclamó Taxcal, que era duro de pelar–. ¿Vienes a matar a un rey y te presentas desarmado? ¿En qué cabeza cabe tal estupidez?

Pero Kakaltecat se defendió:

–Bueno, ¿por qué no? –esgrimió–, podría yo matarlo con mis manos: quizás podría estrangularlo.

–Pero cómo te atreves a decir semejante idiotez –habló ahora Sinteyut–; Hunac Kel te desollaría vivo. ¿Qué ocurre con el pensamiento de este hombre –se volvió hacia los demás– que no merece pertenecer a nuestro círculo? –y miró con desprecio al impertinente–. ¿Es que tienes piedras en el cerebro, Kakaltecat?

El tipo ya no supo qué decir y prefirió servirse un gran trago de balché que se escanció de un enorme cántaro.

–Perdona la necedad de Kakaltecat, Sinteyut –habló Taxcal– y prosigue con el plan.

Sinteyut retomó la palabra:

–Decía que fuera de nosotros dos, que mantendremos distraído al rey con nuestra conversación, vosotros permaneceréis ocultos y no abandonaréis vuestros escondites hasta que iniciemos el acuchillamiento. Escuchad bien, capitanes: no llevaremos lanzas ni flechas, ni cualquier otra arma que nos delate, con excepción de nuestros cuchillos, que ocultaremos bajo nuestras capas…

–¿Y tu macana, Sinteyut? –preguntó Tzuntecum–. ¿La llevarás contigo?

–No, no, es demasiado grande, y al acudir a la cancha la gente se percataría de ello. Nada de armas grandes, capitanes, con sólo los cuchillos bastará. Son menos visibles y pasarán desapercibidos bajo nuestras capas. Es todo lo que requerimos para destriparlo de lo lindo. Una vez comenzado el acuchillamiento, vosotros abandonaréis vuestros escondites y nos auxiliaréis en su exterminio. Hunac Kel es muy fuerte y resistirá, pero nada podrá contra siete filosos cuchillos de pedernal desgarrándole las entrañas.

–Será el fin de ese demonio –expresó Pantemit, un fulano tan feo como Sinteyut–. Será el fin de un hijo de puta que se burló de nosotros y nunca nos dió nada a cambio de ayudarlo a ajusticiar a Chac Xib Chac y a quedarse con Chichén Itzá. Ahora nosotros mandaremos y enterraremos su famosa leyenda.

Sinteyut lo interrumpió:

–No te anticipes, Pantemit –dijo–: lo primero es dar fe de su muerte, pues siempre se ha jactado de sus poderes divinos el maldito. Después visitaremos al caciquillo para informarle del fallecimiento de su jefe y de los preparativos que deberá efectuar para mi inmediata entronización como el nuevo rey de Chichén Itzá. Pero para ello lo conduciremos con sus consejeros a la Casa Colorada, desde donde citará al sacerdote el Señor Triste y en una breve ceremonia, sin mucho ruido, me juramentarán y me señalarán mi trono…

–Espera, Sinteyut –lo interrumpió Taxcal, que continuaba sobrio–. En la manera en que hablas de tu entronización, la cosa suena demasiado fácil y no lo es. Quizás con el caciquillo y sus consejeros no tengamos dificultades a la hora de tu coronación, pero tratar con el Señor Triste es otro cantar: este religioso, que tiene cojones de verdad, podría rehusarse a juramentarte. Entonces todo nuestro esfuerzo habría sido en vano.

Se armó un clamor en la Casa Colorada y todos los capitanes querían hablar al mismo tiempo. Pero ya Pantemit había arrebatado la palabra a sus cofrades:

–No estoy de acuerdo con lo dicho por Taxcal –dijo–, y nada de eso ocurrirá. Tendrá muchos cojones el tal Señor Triste–y acarició la funda de su puñal–, pero se cagará de miedo en cuanto sienta el frío pedernal de mi cuchillo en su gaznate. Entonces veremos si no juramenta a Sinteyut.

Enseguida, entre el tumulto de voces, imperó la de Tzuntecum:

–Estás mal, Pantemit –opinó–; yo pienso como Taxcal, pues he oído que el sacerdote es bravo y no rehúye a la muerte. Puedo apostar a que se negará de plano a juramentar a Sinteyut, así lo amenacemos con descuartizarlo.

Kakaltecat, borracho como una cuba, intentó dar su opinión, pero justo en ese instante se escuchó el escándalo de algo que se rompía y una voz áspera que no era otra que la de Sinteyut:

–¡A callar, capitanes! –gritó al momento de arrojar furioso contra la pared su copa de balché que se fragmentó en mil pedazos–. ¡Basta ya de tantas idioteces! ¿Por qué no os comportáis como los señores ricos que seréis? Ya os lo he dicho muchas veces pero parece que de nada ha servido. Vosotros me conocéis a fondo y sabéis que los cojones de un sacerdote no me van a impedir ser rey de Chichén Itzá. Si el viejo se resiste a coronarme, yo mismo le arrancaré los huevos y luego lo destriparé con mi cuchillo, y sobre su ensangrentado cadáver celebraremos el ritual. Váyase a la chingada el Señor Triste, y sea el caciquillo, que es gente mansa y pendeja, quien me juramente. Y ya dejad de estar jodiendo y ocupad mi boca con una copa nueva, pero llena de balché.

–Bien, muy bien –dijo Taxcal con una enorme sonrisa–. Ya escuchasteis, cabrones, al futuro rey de Chichén Itzá. Ocupad ya su boca con una copa de balché; y brindemos, capitanes, brindemos por el buen éxito de la empresa que estamos a punto de consumar.

Brindaron todos con sus copas rebosantes de licor e, ignorando las advertencias de Sinteyut, hubo gritos y risotadas. Ya todos se soñaban disfrutando de sus riquezas, de sus tierras y sus esclavos, precisamente lo que Hunac Kel les había negado.

Luego los siete se sangraron las orejas y los miembros genitales y, un poco medio rezando y otro poco medio canturreando oraciones en la lengua mexicana, untaron su sangre en los ídolos de Ixpuxtequi y Huitzilopochtli, que les sonreían complacidos con sus enormes y tenebrosas bocas.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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