Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – XV

By on junio 24, 2021

VI

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Por las tardes, cuando no llovía, el rey y su tutor visitaban los talleres de los artistas. Les fascinaba sorprenderlos en la magia de su creatividad: los escultores abstraídos en arrancar formas milagrosas a la piedra, los pintores extasiados en plasmar pinceladas multicolores o en el delicado dibujo de nobles señores de entre los que era seguro darse de cara con la intrepidez de un guerrero de precisa lanza e hiriente flecha, y a veces el personaje central del colorido mural de un templo o un palacio. Otros artistas se esmeraban en el detalle, en el trazado de una línea que daba sustento y santidad a algún sacerdote arrebujado del humo del copal, o a la cromática efigie de un rey o un dios, que no era otro que Ah Me’ex Cuc con aquello que lo hacía único en la vida: sus blancas y relucientes barbas de ardilla.

Hunac Kel no ocultó su admiración:

–¿Y cuando me pintarás a mí, ilustre artista? –le preguntó a bocajarro al pintor, un hombre maduro de suaves y aristocráticos modales. El artista ensayó una reverencia antes de responder:

–Oh, señor–dijo– pronto ha de figurar tu insigne imagen en uno de mis murales. Yo soy Ah Cuytún, pintor que fui de la corte de Ah Me’ex Cuc por un tiempo. Tú eras muy pequeño entonces y acaso no me recuerdes.

–No, en efecto, no te recuerdo, Cuytún, pero no importa: me agrada tu estilo grandilocuente que le va muy bien a mi personalidad; has pintado a un Ah Me’ex Cuc majestuoso y eso me ha fascinado. Así quiero ser retratado por tu pincel, artista.

Ah Cuytún, que era vanidoso y disfrutaba el elogio, se sintió halagado ante las palabras del rey: –Te agradezco el cumplido, señor –expresó–, pero en comparación con los antiguos, yo sólo soy un aprendiz. Lo que no se me puede reprochar es que siempre hago mi mejor esfuerzo. Mira: pronto pintaré un gran mural, y he pensado en ti, señor, como la figura central. ¿Te agrada la idea?

–Escucha, Cuytún–se sinceró el soberano–. En realidad, no quiero sólo un mural sino una multitud de murales en los que yo figure, ¿me entiendes? Tú y tus discípulos más aventajados plasmaréis mi imagen en todos los grandes edificios de Mayapán, comenzando por mi palacio. Pintadme también en vasos y en platos que adornarán las casas de los notables de la ciudad. Tú eres maravillosamente creativo, Cuytún, quiero que me plasmes siempre en una actitud heroica…

Tigre de la Luna, avergonzado de lo que oía, lo llamó aparte y le dijo por lo bajo: –¿Qué ocurre contigo, Hunac Kel? Apenas has tomado posesión de tu cargo y ya pretendes perpetuar tu imagen de héroe en toda la ciudad… ¡Ea, te estás adelantando a los tiempos!

El rey defendió su postura:

–Bueno, viejo –contestó–. No me adelanto a nada. Lo que le he pedido al artista no es para ahora; no me corre ninguna prisa como tú piensas. Soy joven, puedo esperar, pero es preciso hacerles saber a los pintores con antelación lo que deseo. ¿O acaso no soy el rey de Mayapán, maestro querido?

–Lo eres, y en buena hora–dijo el viejo–, pero necesitas madurar un poco antes de pensar en hacerte pintar a lo grande por toda la ciudad.

Pero Hunac Kel no pensaba renunciar a sus sueños de gloria, así contrariara a su maestro, y cuando éste le presentó a los poetas y a los historiadores, el rey les pidió de inmediato que contribuyeran a exaltar su grandeza como rey de Mayapán y como descendiente de un águila y de un semidiós, ante el disgusto de Tigre de la Luna.

–Escríbeme unas estrofas que canten mis glorias –le dijo al viejo poeta Ah Nachan Pat, quien se admiró de la audacia del soberano al hacerle semejante petición.

–Podría componer un himno sobre tus orígenes divinos–contestó Ah Nachan Pat–, pero no puedo inventarte glorias inexistentes. Habrá que tener paciencia, señor.

–Está bien–admitió Hunac Kel–. Mis hazañas están por darse todavía. Aguardaremos un lapso de diez años, poeta. ¿Qué te parece? Te prometo que para entonces andarás por las plazas de los pueblos cantando mis glorias, acompañado de un tunkul.

Ah Nachan Pat se rio para sus adentros: era demasiado viejo y no viviría los diez años que le pedía el rey para vagar por el mundo como un vulgar pregonero elogiando a un mitómano.

Con los historiadores el asunto fue más sencillo, ya que Tigre de la Luna llevaba un diario con los acontecimientos de la vida de Hunac Kel a partir de su nacimiento, diario que sería de sumo provecho para la redacción de códices y libros.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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