De la miel y las abejas (II)

By on enero 17, 2020

II

De los dioses a los hombres

Todas las civilizaciones han tenido a la miel y a las abejas en muy alta estima. La miel tiene una presencia larga y cautivante mucho más antigua que la del hombre, pues cuando éste aún no existía las abejas ya estaban fabricando ese “dorado manjar” que posteriormente el hombre primitivo cazaría junto con otros alimentos. Esa “caza” que todavía se practica en algunos lugares del mundo condujo a la Apicultura.

Nos podemos imaginar a un hombre primitivo, no sé cuántos milenios atrás, espiando el vuelo de algunas abejitas para poder localizar el panal y apoderarse de él. Exponiéndose a las picaduras del insecto envolvería, tal vez con la misma piel del animal que usaba como vestido, el tesoro obtenido de un tronco hueco, para llevárselo a la cueva donde habitaba el clan. Allí, niños y adultos disfrutarían de este dulce, quizá el único que conocían en ese tiempo, mientras la compañera ponía agua en la cara del ladrón de miel, inflamada ya por las picaduras de los animalitos. Seguramente era un día de fiesta aquel en el que un osado cazador compartía el panal con los habitantes de la cueva.

El arte rupestre se vio enriquecido con escenas relacionadas con la caza de la miel. Un bello ejemplo es la “Recolección de la Miel” representada en la Cueva de la Araña en Valencia, correspondiente al 7,000 A.C. aproximadamente. En esta escena dos hombres escalan una pared de roca, valiéndose de unas larguísimas sogas, para coger la miel de una colmena de abejas que amenazan a su alrededor.

En las Cuevas de Altamira, del norte de España, también se encontraron panales y escaleras para sacar la miel y puede calcularse que estos dibujos datan de 15,000 a 10,000 años A.C.

En algunas regiones de África, así como la India, Borneo e Indonesia, la miel todavía se cosecha en forma tradicional; los cazadores, en ocasiones, suben por escaleras de bambú hasta los huecos de los árboles para apoderarse de los panales, peligrosa actividad (20 metros de altura) que realizan durante la noche, como vienen haciendo desde hace siglos.

La miel viajó en el tiempo desde los troncos huecos de los árboles, las grietas en las rocas y los agujeros en la tierra, pasando por canastas de mimbre, recipientes de arcilla, calabazas, cocos y otros objetos donde los primitivos apicultores alojaron sus colmenas, hasta llegar a nuestros apiarios.

Desde hace 100 a 150 millones de años existen las plantas que dan flores y producen néctar y polen. Desde hace 50 a 25 millones de años existen las abejas solitarias y también los primeros primates. Hace 10 o 20 millones de años aparecieron sobre la tierra las abejas sociales que producen y almacenan miel. Durante unos pocos millones de años el hombre ha existido y ha comido miel.

Se cree que el hombre ha explotado este producto durante 10,000 años. Aunque las primeras crónicas que se conocen sobre la cría de abejas en las colmenas y la cosecha de la miel encontradas en Egipto datan del 2400 A.C., lo más probable es que el hombre la haya comido desde el principio de su existencia sobre la tierra a imitación de una costumbre animal más antigua. El oso es el mejor conocido de los animales que gustan de comer miel, otros son los mandriles que adoptan tácticas complicadas para apoderarse de los panales, incluso se ha visto a chimpancés meter una vara en el panal y sacarla embarrada de miel.

Sabemos que la miel no se echa a perder como la mayoría de los alimentos, y sigue siendo comestible después de décadas. Un dato asombroso tomado del bellísimo libro de Eva Crane es que en el Museo de Agricultura de Dokki en Egipto se conservan dos recipientes de miel de tumbas del Nuevo Imperio (aproximadamente 1400 A.C.) que aún contienen miel. Así, podemos comprender que en el mundo antiguo su uso estuviera muy extendido para conservar cadáveres y para embalsamar; otras veces se empleaba la cera, y uno y otro procedimiento podían, en efecto, preservar los cadáveres de la descomposición cerrando todos los poros de la piel al contacto con el aire. En Egipto, Anubis, el dios del embalsamamiento, era ayudante de Osiris que, además de ser el dios más querido entre los egipcios, era la deidad de los cereales, de la vegetación; desde los tiempos de los faraones la miel era usada en medicina y en cosmetología, y las abejas mismas, consideradas milagrosas, eran las lágrimas del dios Ra, que se transformaron en los primeros hombres, antepasados de la humanidad.

Se consideró sagrada a la miel antes que a las abejas pues, mientras la miel era un alimento, las abejas molestaban a la gente. Hubo una época en que se pensó que el néctar era un rocío de miel que caía al suelo. Aristóteles decía: “La miel cae del aire, principalmente cuando salen las estrellas y cuando se posa en la tierra el arco iris,» a lo cual Plinio el Viejo añadió: “Si este líquido es el dulce de los cielos, o si es una saliva que emana de las estrellas, o un jugo que exuda del aire mientras se purifica a sí mismo… de todos modos nos llega puro, limpio y genuino”. Por lo tanto, era un alimento de los dioses tanto como de los mortales. Así, en la literatura clásica, la miel, de origen celeste, vino a ser alimento de un dios y el hidromiel su bebida: se les llamó ambrosía y néctar o viceversa. Aún más, según Alfonso Reyes, en las cuadras del Olimpo los caballos pacen ambrosía.

Según autores griegos, las primeras abejas aparecieron en la isla de Creta, donde Zeus fue escondido por su madre Rea para protegerlo de Cronos, su padre, que quería devorarlo. Parece que estas primeras abejas habían surgido del cadáver de una joven llamada Melisa, por orden de Deméter, diosa de la Agricultura y hermana de Zeus. Dice una leyenda que Zeus fue amamantado con la leche de la cabra Amaltea y la miel que le llevaban las abejas sagradas o ninfas. Según otra versión, dio origen al Cuerno de la Abundancia, un cuerno repleto de flores y frutos que simbolizaba la prodigalidad de todos los dones. (Un género de abeja llamado meliponea amaltea debe tener su origen en estas historias). La piel de Amaltea sirvió a Zeus de escudo o coraza en su lucha contra los titanes, y como premio fue puesta en el cielo en la forma de una constelación, Capricornio.

Abeja en griego es mélisa, de ahí que se llamara melisas a las sacerdotisas de la antigua Grecia, tal vez porque los grandes templos se podían comparar con una colmena debido al murmullo, semejante a un zumbido producido por la muchedumbre que acudía a ellos. El nombre de las sacerdotisas estaba desde luego relacionado con la Melisa cretense, primera sacerdotisa de Rea, que con su hermana Amaltea (otra versión) había alimentado a Zeus de niño.

Tanto la ambrosía como el néctar eran nueve veces más dulce que la miel y producían nueve veces más placer al ingerirse. El néctar se usaba también como ungüento y entonces su olor divino era irresistible; como bálsamo, curaba todas las heridas, menos aquellas producidas por las flechas de cupido. La ambrosía también otorgaba la inmortalidad cuando era untada por un Dios en el cuerpo de un mortal. Antes de que hubiera néctar y ambrosía, los dioses se alimentaban con el humo del incienso quemado en su honor y con las exhalaciones de los sacrificios. Muy grave fue el delito del Tántalo, según algunas fuentes, cuando robó el néctar y ambrosía de los dioses para brindarlo a sus amigos; por esto Tántalo, antepasado de Agamenón y de Orestes, fue precipitado en el abismo infernal donde le fue aplicada la tortura constante del hambre.

Por ser un alimento de los dioses, la miel debía ser también sacrificada, y de hecho era una de las ofrendas más universales; muchos pueblos seguían esta costumbre, entre ellos los de Sumeria, Babilonia, la India, Egipto, Grecia y Roma, el norte de Europa, África, y la América Central. Una lista de las ofrendas hechas por Ramsés (1198 – 1167 A.C.) a los dioses del Nilo sumaba alrededor de 10 toneladas de miel. La miel era usada universalmente en los ritos de santificación cuando la gente deseaba hacer algo especialmente santo y aceptable a una deidad, como expresión de agradecimiento, de penitencia o de expiación. Los ritos que utilizaban la miel pertenecían a los cultos más primitivos, los de los espíritus de los muertos, de las deidades infernales y de las serpientes. Muchos de ellos remontan a épocas en que la única bebida embriagante era un líquido hecho con la fermentación de la miel.

En Grecia, la importancia de la Hestía era tan grande como diosa del hogar, que se le invocaba antes que a su hermano Zeus en los banquetes, pues a ella se ofrecían las primeras y las últimas libaciones de vino y miel, o sea las que han de arrojarse al fuego, de cuya perpetuación se ocupaba la diosa. Melisponda se llamaba a los sacrificios consistentes en libaciones de miel.

Darle miel a un niño cuando nacía, así como su uso en las ofrendas, tiene un origen prehistórico. Los griegos y los romanos la ofrendaban a las divinidades campestres (como Pan, Hermes, Agroter, Ceres, Perséfone y Dionisio) y a las Divinidades como ctonias que presidían la muerte como Hades y Hécate, pues relacionaban a la miel y a la abeja con la resurrección y la inmortalidad correspondiendo a esta misma idea la costumbre de llevar miel a las tumbas de sus muertos y de tomarla en sus libaciones que sobre ellos hacían. Junto a la meiligmata y ofertas gratas al difunto, ente las que se encontraba la miel, se colocaba una torta también de miel, indispensable para que el Can Cerbero permitiera el paso al Hades o mundo de los muertos. La fertilidad y el amor, incluyendo la belleza femenina, fueron los aspectos del culto en que participaba particularmente la miel, Afrodita, diosa del amor, recibía con beneplácito esta ofrenda.

Ana María Aguiar de Peniche

Noé Antonio Peniche Patrón

Continuará la próxima semana…

 

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