Crónicas Retrospectivas II

By on febrero 6, 2017

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II

Un caserío de pescadores se alza en cierto lugar de la costa yucateca. Sus humildes jacales hablan de la pobreza del lugar de sus moradores, pero la belleza incomparable del lugar es un exponente de la riqueza con lo que ha dotado la pródiga naturaleza.

Circunda al caserío el verde esmeralda de los manglares, salpicado con el rosa del plumaje de los flamencos y el blanco de las garzas. Al azul del mar responde arriba el azul del cielo, que en las mañanas neblinosas se entinta de suaves tonalidades rosáceas, y por las tardes se empurpura con la sangre del sol moribundo.

Cantan las olas su canción monorrítmica y cantan las aves marinas tierra adentro. Trinos, color y luz.

De trinos, de color, de luz, está llena la vida de los habitantes del caserío de pescadores que se alza en cierto lugar de la costa yucateca.

Este “es un lugar saludable” pues, aunque no tiene una población formal, los pocos que habitan allí disfrutan de buena salud.

“La ciénaga, relativamente a la de Sisal, es aquí muy baja, de poca profundidad, de tal manera que en parte del año se encuentra seca y transitable.” (Juan Miguel Castro, Mérida, mayo de 1870).

Estas son las características del lugar denominado El Progreso, que dista de la capital yucateca solamente unas cuarenta y dos mil cuatrocientas varas.

Este caserío de pescadores habría de disputarle a Sisal el privilegio de ser el primer puerto del Estado de Yucatán. La lucha fue enconada y, entre los partidarios del uno y el otro lugar, se entablaron prolijas y documentadas discusiones que, a la postre, culminaron con el triunfo de El Progreso sobre Sisal.

Por un lado, don Juan Miguel Castro encabezaba el grupo de las personas que deseaban que El Progreso se constituyera en el primer puerto de Yucatán, aduciendo para el caso la menor distancia existente entre dicho lugar y la ciudad de Mérida, capital del Estado, en contraposición con la muy larga que media entre Mérida y Sisal, único puerto de importancia de entonces, en la provincia.

Por el otro lado, entre los partidarios de que Sisal continuara disfrutando de su primacía figuraba a la cabeza el señor don Felipe Ibarra Ortoll, quien se enfrentó al señor Castro con razones que hoy se nos antojan peregrinas, pero que en aquel entonces indudablemente debieron ser de peso, pues hicieron que la balanza de la decisión fluctuara durante mucho tiempo, tanto, que abarcó el período del Imperio y el de la restauración de la legalidad.

El señor Castro inició una tenaz campaña en favor de su proyecto, para cuyo efecto propugnaba la traslación a El Progreso de la aduana marítima establecida en el puerto de Sisal, y la construcción de una vía férrea entre la dicha localidad de El Progreso y la ciudad de Mérida.

Los intereses creados en Sisal por el señor Ibarra Ortoll y los suyos se vieron desde luego severamente amenazados por el proyecto del señor Castro, pues a nadie ocultaba que la muerte de Sisal sobrevendría inmediatamente al erigirse El Progreso en puerto de altura, una vez trasladada allí la aduana marítima establecida en Sisal, y construido un ferrocarril que lo ligara a la capital del Estado.

Las discusiones que se entablaron en torno a tan importante asunto interesaron vivamente a todos los pueblos del Estado de Yucatán y, justo es manifestarlo, todos ellos se pronunciaron en favor del proyecto del señor Castro, al cual apoyaron decididamente haciendo gestiones ante las altas autoridades federales y ante el Congreso de la Unión para que El Progreso fuese elegido puerto de altura.

Interesantes en grado sumo fueron las representaciones que todos los municipios del Estado hicieron entonces. Para dar una idea de la importancia de dichas representaciones, transcribimos las del Ayuntamiento y de caracterizados vecinos de la ciudad de Mérida y del Ayuntamiento de Valladolid, a cuyo tenor se ajustaban más o menos las de los demás municipios.

Continuará la semana próxima…

Esteban Durán Rosado

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