“Comprendo la indecisión
Pero no me importa quedar rezagado
De la gente que vive compitiendo.
Todo lo que deseo es tranquilidad…”
Piece of Mind, Boston
No sé ustedes, pero con mucha frecuencia saber de las hazañas de grupos y personas tan insignes como la CETEG, el rector de la UADY, nuestros gobiernos federal y estatal, de los políticos y sus tranzas, de los funcionarios y sus metidas de pata, y de tanta y tanta palabrería de todos los anteriores y de sus jilgueros que intentan salvar lo insalvable, o de presentarnos que el apocalipsis nos está alcanzando –dependiendo del humor con que despierten– me pone “óptudimóder” (Dehesa dixit) y me es necesario olvidarlos aunque fuera por un momento.
Cuando se vive continuamente bajo una atmósfera como la anteriormente descrita, necesariamente debemos buscar una vía de escape, una manera de “aterrizarnos”, so pena de formar parte de lo que nos rodea, o de caer en una espiral de molestia, desánimo y depresión que no lleva a nada bueno.
Algunos eligen el alcohol en sus diferentes presentaciones, otros eligen los cigarrillos, otros dejan salir su estrés y molestia a través de los deportes, otros usan drogas “fuertes”, otros buscan a través del contacto con otros humanos sublimar lo que viven – no siempre positivamente y muchas veces agresivamente–, otros buscan en la abundante oferta de espiritualidad las soluciones, los medios para sobrellevar y sobrevivir.
El caso es que todos buscamos cómo desentendernos, aunque sea por unos momentos, de la barbarie y de la inconsciencia que parece rodearnos y amenaza con engullirnos.
Dios me ha enseñado que a veces tan solo es necesario observar con detalle la maravilla de Su Creación para alcanzar esa ansiada serenidad. Esa Creación nos rodea en todo momento y, en nuestro vertiginoso transcurrir, perdemos de vista que formamos parte de todo y de todos, que no somos islas, que está en nuestra naturaleza intimar y, sobre todo, dar y recibir Amor.
Mi padre, por otro lado, fue quien me indujo a buscar en los libros, en el cine y en la música, en el arte, esa paz que me es tan necesaria y que, a la vez, me permite conocer más de mi insignificancia en el contexto y lugar que ocupo, y del rol que aún me toca jugar en esta travesía que llamamos Vida.
Cuando tengo un libro en mis manos y dejo que la historia me atraiga y me haga parte de ella, el mundo y sus problemas desaparecen, aunque fuera por unos momentos. Lo mismo sucede cuando escucho música – y aquí disiento de los que piensan que únicamente la música clásica puede llegar a relajarnos; muy bien puedo sentirme refrescado después de escuchar a Tool o a Black Sabbath – y los compases, y cómo se entretejen las notas, me llevan de la mano a ese nirvana. Ir al cine, ya sabemos, es abstraernos y zambullirnos en la historia en la pantalla durante su duración.
Así pues, opciones hay muchas para no caer en las garras del pesimismo y, aunque sea temporalmente, desconectarnos.
Desde esta perspectiva –y aquí radica el gran secreto que pudiera abrir paso a la luz en esta penumbra que vivimos actualmente– en la misma medida en que nos abrimos al arte, a la educación y a la cultura, en esa misma medida nos volvemos más humanos, nos alineamos más a lo que es nuestra humanidad, nos sen-si-bi-li-za-mos. Esa sensibilización alcanzada, esa paz, entonces se vuelve defendible, y pobres de aquellos – como los personajes mencionados al inicio – que atenten contra ella.
Recarguemos, pues, nuestras pilas mientras nos educamos un poco más, mientras buscamos la paz…y no permitamos que esos malandrines nos la arrebaten.
Gerardo Saviola
gerardo.saviola@gmail.com