La Conjura de Xinúm – XXV

By on enero 13, 2022

XXIII. Los Chenes

Aquellos caciques lograron traspasar la cordillera del Sur y levantaron en armas a los indígenas de la región de los Chenes tenida hasta entonces por solitaria y pacífica. Iturbide fue el primer pueblo que padeció las consecuencias de esta intromisión. Al principio, las tropas defensoras mandadas por el coronel Cirilo Baqueiro lucharon con bizarría, pero después de algunos combates empezaron a flaquear y a dar muestras de abatimiento. Ante la gravedad de la situación, Baqueiro pidió auxilios y pertrechos al cantón próximo pero, antes de que pudiera recibir ayuda, los rebeldes se apoderaron del pueblo y lo incendiaron.

Venciendo dificultades, Baqueiro se trasladó a la hacienda de Santa Sofía, donde recibió orden de replegarse a Hopelchén. Obedeció contra su voluntad, pues sabía que el camino estaba infestado de partidas rebeldes. Para evadirlas, hizo un rodeo siguiendo las veredas de herradura y, al llegar a su destino, con sorpresa, se percató de que apenas si le quedaban escasos sesenta hombres, algunos ya sin armas. Los restantes habían desertado o perecido en el camino.

Los vecinos del pueblo suplicaron a Baqueiro los condujera a sitio más seguro, pues estaban convencidos de que allí corrían peligro. Vista la gravedad de la situación, Baqueiro procedió a evacuar la plaza junto con aquellos infelices. Iniciaba la salida, cuando una partida de indios cayó sobre el pueblo, arrolló a la tropa y se dedicó a cometer todo género de excesos. En pocas horas Hopelchén quedó convertido en ruinas; las casas fueron saqueadas y en las calles sólo se veían hombres y animales muertos. Nada escapó a la furia de aquellos rebeldes. Baqueiro se vio punto menos que deshecho y casi sin elementos para proseguir la lucha.

En cuanto el gobierno conoció estos sucesos, procedió a reorganizar la defensa de la región puesta en tan grave aprieto. Pero al dar los primeros pasos se encontró con que no había disponible ni un militar calificado, ni siquiera de alguna experiencia que se hiciera cargo de semejante tarea, pues todos actuaban en el oriente y en el sur de la Península, desalojando a los últimos sublevados. En vista de esto, don Pantaleón Barrera, hombre civil, pero de mucho coraje, se ofreció a conducir la fuerza que se pusiera a sus órdenes. El gobierno aceptó sus servicios y le otorgó el grado de coronel para facilitarle el desempeño de su misión. Ni tardo ni perezoso, Barrera hizo una leva entre los vecinos de Campeche; los armó como pudo y con ellos salió del puerto. Dos días después se encontró en plena selva, donde merodeaban no pocas partidas de alzados. Realizó varios reconocimientos y de modo casi temerario cayó sobre Hopelchén, donde recogió más de cien fusiles y cerca de veinte barriles de pólvora, amén de no pocas cargas de maíz. Ordenó una redada de indios y se retiró a Hecelchakán para mejor equipar a su gente. Realizada esta labor se dirigió a Bolonchentikul; pero a medio camino lo sorprendió una granizada tan fuerte que apenas pudo rendir jornada en el rancho de Halal. Aquí no encontró ni una mala choza para albergarse, pues poco antes los rebeldes habían incendiado y saqueado el lugar. Su tropa sufrió lo indecible bajo aquella intemperie y más ante la amenaza de los indígenas que merodeaban cerca. Al despuntar el alba, Barrera siguió su marcha sobre Bolonchentikul. En este sitio pudo fortificarse gracias a la ayuda y buen ánimo de los vecinos.

Entre tanto, los rebeldes que actuaban por el norte iban incendiando caseríos y haciendas y apoderándose de los pertrechos abandonados por las pequeñas guarniciones que huían ante la amenaza de verse aniquiladas. Así fue como se atrevieron a amagar el propio puerto de Campeche. El peligro de la próxima llegada del enemigo infundió tanta alarma en la ciudad que las familias de los barrios de Lerma y de San Román abandonaron sus casas y corrieron a refugiarse en el recinto amurallado. Cuando parecía inminente la caída de la plaza, salió a batir a los rebeldes un pelotón de caballería formado por voluntarios del barrio de San Francisco. Este pelotón detuvo la embestida de aquella chusma y aun logró alejarla. Sólo así se restableció la tranquilidad entre los vecinos.

Mientras tanto, la situación de Barrera se había vuelto precaria e insostenible. De hecho, estaba inmóvil en medio de aquella soledad. Sus hombres, sin rancho y casi sin armas, cada día daban muestras de más desaliento. Fue en vano que solicitara auxilios de los cantones vecinos. Para salir de tal apuro, decidió trasladarse a Hopelchén, por considerar más seguro este reducto. Con mil fatigas pudo llegar a Tinúm, pues en el camino una gavilla desorganizó sus columnas y aun le causó bajas de consideración.

Aquí terminó su campaña, en las circunstancias lamentables que se cuentan. En cuanto tomó posesión del lugar se le presentaron los sargentos pidiéndole licencia para volver a Campeche, so pretexto de que habían dejado abandonadas a sus familias. Como era de esperarse, Barrera negó tal permiso, pensando con razón que el resto de la tropa le podía hacer igual súplica. Aquellos hombres no quedaron conformes con la negativa y se retiraron murmurando palabras subversivas y, antes de que nadie pudiera evitarlo, en franca rebeldía, se lanzaron a la calle, invadieron el pueblo, saquearon las casas y las tiendas y, precipitadamente, tomaron el camino del puerto. Desde entonces y por mucho tiempo, los rebeldes fueron dueños y señores de la región de los Chenes.

Ermilo Abreu Gómez

Continuará la próxima semana…

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.