La Conjura de Xinúm – XXIII

By on diciembre 30, 2021

XXI. Muerte de Marcelo Pat

A pesar de estos triunfos, Jacinto Pat adivinó que las cosas de la guerra empezaban a marchar de mal en peor y que la derrota de los suyos era sólo cuestión de tiempo. Quiso luchar contra este destino y para ello, haciendo un esfuerzo, reunió cerca de cinco mil hombres en el centro de la Península. Por desgracia, apenas mil disponían de rifles y escopetas; los más estaban armados sólo de palos y de hondas. Al principio, Pat pretendió encabezar este ejército, pero bien pronto cambió de idea y pensó que era más prudente y más político ponerlo a las órdenes de su hijo Marcelo y del cabecilla José María Barrera, los cuales no sufrían la inquina de los caciques soliviantados por el tratado de Tzucacab. Además, ambos estaban llenos de osadía y coraje. Así lo hizo. Marcelo y Barrera no esperaron mucho para ponerse al frente de sus tropas y comenzaron la lucha. En un primer movimiento se inclinaron hacia la banda del sur, precipitándose sobre Tixcuytún. Atacaron la plaza y sus defensores se batieron en retirada hacia la hacienda San José. Tal refugio les valió poco, pues una gavilla les dio alcance, los desalojó de la hacienda y los derrotó de nuevo.

Después de esto el ejército rebelde se atrevió a avanzar sobre el pueblo de Ticúm y ya tocaba sus goteras cuando le salió al encuentro la brigada del coronel Dávalos. Los rebeldes lucharon con denuedo, pero a la postre y casi en desorden, se vieron obligados a alejarse de aquel sitio. Marcelo y Barrera no se dieron por vencidos; en pocos días reagruparon su gente y bajaron hacia la cordillera con el propósito de apoderarse de Oxkutzcab, donde esperaban encontrar aliados. Sitiaron la plaza y al cabo de dos horas de pelea, la guarnición los obligó a retirarse a Tzucacab.

Entonces Marcelo y Barrera abrigaron un plan ambicioso: dominar el territorio que se extiende entre Ticul y Tekax, trasponer la Sierra e invadir la región de los Chenes. Dada su bravura y decisión, seguramente habrían logrado sus deseos si no sucede lo que aquí se dice.

Avanzaban con buena suerte, desbaratando las partidas que les salían al paso, cuando en una emboscada, cerca del pueblo de Santa María, Marcelo cayó herido de gravedad. Aquello fue como un rayo para su ejército y en el acto sobrevino la más terrible confusión. A duras penas, Barrera logró contener el terror y la desbandada de su gente. Los peones que estaban cerca recogieron a Marcelo y, con mil cuidados, lo condujeron a Peto, desde donde enviaron aviso a Jacinto Pat, que se encontraba en la selva levantando más tropas. Pat acudió presuroso e hizo llamar a los mejores curanderos de la región para que atendieran al herido. Estos no tardaron en presentarse e hicieron lo imposible por salvarlo; pero su ciencia y sus conjuros resultaron inútiles. El muchacho, sin habla ni conocimiento, estaba ya en agonía y su fin no tardó en llegar: a eso de la medianoche murió en los brazos de su padre y rodeado de sus más fieles compañeros. Tremendo fue el dolor de Jacinto Pat; desde aquel momento, presa de desesperación, se dedicó a beber y a beber sin medida. Junto al cadáver de su hijo con gran voz decía:

–Señor, Señor, si era bueno y valiente ¿por qué me lo quitaste?

Cuando se cantaban las honras fúnebres de Marcelo, Jacinto Pat se presentó en peor estado de ebriedad; hizo que descubrieran el cadáver y, después de contemplarlo, le acarició la frente y dijo al padre Vales:

–Padre, canta bien a mi muchacho, cántale bien, porque si su alma no va al cielo, ¡te mato! ¡Te lo juro, te mato!

Y el padre Vales no tuvo más remedio que prolongar la ceremonia por horas y más horas. Cada vez que callaba, Pat se erguía y volvía a decir colérico.

–¡Más, más, cántale más! ¡Su alma debe ir al cielo!

Y luego, abatido, se derrumba en su silla y repetía:

–Señor, Señor, si era bueno y valiente ¿por qué me lo quitaste?

Ermilo Abreu Gómez

Continuará la próxima semana…

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