La Aventura Musical de Coki Navarro – XXXI

By on noviembre 12, 2020

XXXI

Continuación…

Ya estamos en el teatro Arbeu. Son las 8 de la noche. Seguimos ensayando nuevamente y renuevamente la canción de “Pepe” Martínez pues, aunque ya la hemos repasado diez millones de veces, el Tax Canto no deja de preguntarme cómo va la segunda parte. Caramba, ya me están poniendo nervioso a mí también. Dejen de pensar y cuando salgamos a escena veremos qué pasa. En verdad, no siento miedo. ¿Cómo voy a sentir miedo cuando ya he cantado con un puñal entre las costillas, o una pistola que me apuntaba por la espalda y el balazo puede salir de las manos estúpidas de un borracho, más estúpido que el que inventó la pistola?… NO, yo lo que quiero es que sepan en Progreso que Pepe Martínez no hizo mal papel. Al fin, a escena el trío de Pepe. Y a requintear el bambuco y a cantar. Me acuerdo de la cara de Tax Canto. Estaba con el rictus de la muerte reflejado en su rostro, pues en su vida había pisado un escenario, no digamos del Teatro Arbeu, de ningún otro teatro, y mucho menos cantar ante cientos de gentes. Pero salimos al fin y pudimos expresar el bambuco con el sabor de bambuco. Los Yucas, Los Caminantes y varios paisanos que ni siquiera conocíamos, nos animaron mucho, aunque algunos de los tantos y tantos concursantes nos decían que era bonita la cancioncita, pero la de fulanito o zutanito estaba ya lista para el primer lugar. Ni modo, hay concursos que se arreglan, nos dijo un compañero; pero sale el maestro de ceremonias y anuncia que el primer lugar es para la canción de Pepe Martínez. Ahora, cabras… ¿Qué pasó?… Que envuelvan su altivez y su pedantería de artistas los que hablaron y que se creen más que los principiantes y se la guarden por el… trasero. Ganó Pepe Martínez. Ganó y ganó en buena ley.

Fiesta en el corazón de los familiares de Pepe Martínez y Tax Canto, y media fiesta en mi bolsillo pues, como habíamos quedado que el premio sería para mí y la gloria para ellos (yo no necesitaba gloria ni ellos dinero), grande fue mi decepción cuando abrí el sobre para sacar mis bien ganados pesos. Había solamente la mitad del premio. ¡Qué fraude, señores! Con razón nos entregaron los sobres muy bien cerrados. No era justo. Se lo conté a los demás concursantes ganadores y ellos me dijeron que se encontraban en igualdad de circunstancias. Yo me resigné, aunque sudando indignación y rabia por dentro, pero ni modo. En cambio, unos triunfadores protestaron y, ante el clamor de esa inconformidad, un representante del comité (que prefiero olvidar su nombre), nos pidió no hacer más “ruido” y prometió que en días venideros nos entregarían lo que nos estaban robando. Así las cosas, yo dejé todo en manos de Dios y de Pepe Martínez, y con un brindis me despedí de su fiesta para visitar a mi amigo X que me esperaba en su restaurante. Le di las gracias a los del Conjunto Lezama y Los Armónicos, pues también nos habían infundido ánimos.

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Llegar a donde vivía este buen señor, y darme cuenta de que en verdad se las traía, fue una sola cosa. Timbro y me abre la reja un “gorila”. Pasamos un amplio jardín con fuente en medio y garaje para varios coches. Restaurante de distinguida elegancia. ¡Que mansión, amigos, que mansión!… El señor me saluda al igual que su “esposa” y me presentan con los demás invitados. En verdad que me sentí grande y pequeño a la vez, pues por un lado veía tanta riqueza y por otro sentía tanta soledad en mi alma y pensaba en los mil problemas que era para mí conseguir un poco de calor y comida. Mi elegante traje nuevo quedó apagado entre los soberbios esmóquines de los caballeros, y las rutilantes vestiduras de las damas. Pero qué caray, se brinda por mí y mi “buena suerte”, y ellos continúan su fiesta, después pachanga, y por último orgía (me imagino), pues yo a las cuatro de la mañana ya estaba ebrio de canciones, comida y buen vino. El pianista que tocaba se retiró a las tres, no sin antes darme un buen consejo: “Si el señor te pide quedarte, hazlo. No te arrepentirás.” Y cuánta razón tenía mi nuevo amigo y compañero, pues el señor X era muy generoso con los que lo servían. Dicho y hecho; el señor me pidió que me quedara y siguiera tocando, comiendo y cantando lo que quisiera. La fiesta continuó hasta las dos de la tarde, y yo estaba tan cansado, que me dormí en uno de sus cómodos sillones y no desperté hasta las nueve de la noche en que la servidumbre me dijo que estaría por llegar el señor, pues avisó que traía unos invitados. ¿Otra fiesta?… Pues otra fiesta. Las mismas caras de ayer y otras nuevas que se agregaron.

Llegó el señor, me subió a una de sus habitaciones y, extendiéndome un billetote, me dijo: «Este será tu cuarto y esta será tu casa mientras quieras quedarte aquí. Mis amigos están complacidos con tu presencia y tu manera de ser. Si quieres, acompáñanos en la reunión de hoy, baja y serás bien recibido; en este restaurante puedes comer, vivir y ganarte unos buenos pesos.»

Llamó a la señora que cuidaba y atendía esa parte de la “casa” y le ordenó que uno de los choferes me llevara a la bodega, me indicó que tomara los trajes que quisiera y estuvieran a mi medida, pues él ya no los usaba. ¡Qué bruto! Nunca había yo visto tanta ropa a mi disposición. El chofer me señaló que podía yo disponer de lo que necesitara. Calcetines, cientos de ellos, zapatos otro tanto, trajes de todos los colores y medidas. ¿Corbatas? Más que en la fábrica. Pienso en la gente que, como yo, a veces o casi siempre necesita un buen traje y no puede conseguirlo, y aquí están todos esperando que el tiempo los descolore y envejezca. Pues a vestirme bien y elegante. El chofer, gran señor y caballero, como su patrón, me indicó que me ayudaría a escoger lo mejor…. ¿Lo mejor? Si todo está nuevo y bien planchado. Sacó una maleta y en 10 minutos me hizo dueño de la mejor y más surtida ropa que en toda mi vida hasta esa fecha hubiera podido conseguir. Definitivamente, me dijo, tienes cuerpo de pordiosero, muchacho, pues todo te queda.

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La fiesta de esa noche fue infantil, pues a las siete de la mañana ya todos estaban de retirada. Con un saludo de buenos días, el gran caballero se marchó también. Yo me quedé conversando con la señora encargada de la casa y me contó su historia. Ella y su hija habían venido de Jalapa en busca de trabajo, y tuvo la buena suerte de tocar a la puerta de ese restaurante en el momento en que el señor necesitaba una persona que viviera y cuidara la parte de arriba. De eso hacía ya varios años. Ella y su hija se adaptaron y acomodaron en la casa, pues en su tierra eran muy pobres y su marido las había abandonado. Iban una vez a la semana al cine y las llevaba el chofer. Nada les faltaba con este señor, y aunque apareciera el marido ya no dejarían a este caballero, pues se habían acostumbrado a vivir en esa linda mansión y comer bien, y tener médico y medicinas cuando se enferman. Además el señor les da dinero para que se compren lo que quieran, lo que hacen una vez al mes y siempre con el chofer. Cuando le pregunté por esa ropa que había en la bodega, me explicó que el señor tiene además del restaurante una fábrica de ropa, y esa es la que quitan de los aparadores cuando pasan de moda o están empolvadas. Veo que quieren mucho al señor y me platican de sus bondades.

Jamás las ha regañado y siempre las trata bien. La hija asiste a un colegio particular y la ayuda temprano a dejar la casa limpia cuando las fiestas terminan antes que amanezca, aunque eso casi nunca sucede. Mientras desayunábamos, llegó el chofer y se sentó a platicar conmigo. Todos hablan de la categoría del señor X. Me doy cuenta que son fieles a su amo. El chofer me dice que el señor también tiene su carácter y cuando se pone serio es temerario. A la señora nunca se le ve molesta. Desde el Chief (Jefe) hasta el mesero de menos categoría estiman a sus distinguidos patrones.

Coki Navarro

 Continuará la próxima semana…

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