La Aventura Musical de Coki Navarro – XXVIII

By on octubre 22, 2020

XXVIII

Continuación…

Una noche en que me encontraba meditando en mi cuarto, me acuerdo de que, durante la gira con Paco Miller, y casualmente en Tijuana, visitamos a don Enrique Galaz, gran intérprete y compositor yucateco radicado ahí, estimado amigo de Don Guilbardo. No me fue difícil dar con él. Todo fue encontrarlo y entablar una gran amistad que nos unió hasta que Dios dispuso que fuera también a formar parte de la “trova” celestial. Enrique Galaz, conversador, dicharachero, ágil en la guitarra (a pesar de su edad), me canta: CUANDO EN LA PLAYA PIENSO EN TU AMOR, PARECE QUE LAS OLAS VAN DICIENDO… NO PIENSES EN ESA MUJER QUE YA NO TE SIGUE QUERIENDO… Me emociono ahorita al recordar que conviví tan cerca de este auténtico trovador de la “vieja guardia”. ¿Dónde estará la linda guitarra de Galaz?

En esas fechas dejé mi departamento, que me resultaba mayor de lo que mis necesidades requerían, y me cambié a otro más pequeño.

Enseguida lo amueblé con nevera nueva, estufa también nueva, cortinas de colores y algunos sillones y otras cositas que tan fácilmente se pueden conseguir por ahí. Sin ser la gran cosa (ni casa) se ve muy a la medida. En menos de una semana, y con más gusto que dinero, hago en mi departamento un milagroso cambio. Todo lo que ganaba (se puede decir) se lo “comía” MI departamento. Nunca me imaginé que pudiera alcanzar tanta gente en ese pedazo de habitación, hasta que me encontré a un grupo de paisanos que estaban por entrar a los EE. UU. Como no tenían donde pasar la noche, pues les indiqué el remedio y los llevé a mi “mansión”. Fueron varias noches con sus días los que estuvieron esos “amigos” ahí. No sé si eran siete, o diez, o era Alí Baba con sus cuarenta cabrones, pero un buen amanecer que llegué a mi “depa” lo encontré casi vacío. No se llevaron la cama porque no tuvieron donde meterla los muy hijos de puta.

Bonita experiencia, pues hasta unos ahorritos que tenía desaparecieron. ¿Por qué lo hicieron?… Nunca me lo he podido explicar. No creo que entre todo hayan sacado más de doscientos dólares con lo vendido… Ah, y eso si lo vendían bien, por lo que sigo sin explicarme cómo fueron capaces de cometer tan estúpido hurto estos “amigos” (de lo mío). Que Dios los perdone, pues yo en dos días repuse mis lámparas y mis cortinas y mi radio portátil y otras chacharitas que tenía y que ellos creyeron que seguramente serían alhajas. ¡Qué chasco se habrán llevado estos mentecatos cuando trataron de vender el “botín”!

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Pues sigue la mata dando y no era el caso de que por unos pagaran todos, aunque lo digan las sagradas escrituras. Cuanto yucateco me topaba en las calles, le ofrecía mi “hotel” para descansar un rato, bañarse y seguir adelante… (Ya esa era una gran ayuda si tomamos en cuenta que los futuros braceros no tenían puerta abierta en ningún lado). Sigo mencionando a los braceros…. Perdónenme, pero es imposible caminar más allá de Sinaloa sin dejar de ver sus míseros destinos.

Quiero dejar constancia de que algunos que se “enrolaron” y cruzaron la frontera me han demostrado que tienen buena memoria cuando antes y ahora me envían saludos con algún compañero, pues muchos se quedaron a vivir en los EE. UU.

Yo, en verdad, no puedo ni podré nunca olvidarme de las tragedias de tanto bracero. Pobres, con el alma y el cuerpo necesitados de cariño, con la familia tan lejos, sin dinero y con lo único que los mantenía en pie como era la ilusión de poder cruzar para trabajar en los EE. UU.

En verdad que muchos sufrieron, pero lograron su propósito aunque, los más, a los dos o tres meses los sacaban o se volvían (los veía de regreso), unos peor que antes y otros con sus dolarotes y ropa nueva, para presumir en su tierra.

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Tijuana, en esa época, en mi caso (tocar de noche y dormir de día, sin mucha gente en quien confiar, tratando de no caer en tantas tentaciones, miles de ellas), yendo de un bar a otro y de ahí a casa de algún amigo a cantar hasta que amanezca y siga el día y venga la noche y otras tantas cosas más, no es como para llegar a satisfacer mis inquietudes de muchacho impetuoso y tratar de quedarme a vivir ahí, por lo que un buen día amanecí con la idea de que pronto partiría.

Esa idea fue creciendo y se agigantó cuando conocí a un “matrimonio” que se encontraba en un restaurante. Les “canté” algo (pongo cantar entre comillas porque nunca he podido hacerlo bien, LO RECONOZCO) y nos hicimos amigos. Al otro día me di cuenta de que esos señores conocían a mucha gente de “por ahí”. Pasaron muchos días más y se hizo casi costumbre el que nos viéramos y me llevaran a “amenizarles” la fiesta donde ellos la organizaban. ¡Qué buenas noches y abundantes propinas había en el mundo zalamero de esta pareja amable!

Estos “místeres” eran del D.F., tenían unos negocios allá.

El señor tuvo que regresar porque ya “sus vacaciones” estaban terminándose, pero me dijo que si algún día me decidía ir al D.F. que lo visitara. Me dio instrucciones de un lugar donde podrían informarme de él para localizarlo y tal vez podría ser de alguna ayuda para mí encontrarlo, pues siempre organizaba reuniones en su restaurante y me podría invitar a las mismas. “Lo tendré pendiente,” le dije, “gracias” y en un apretón de manos me dejó un billete de 100 dólares. “Hasta luego,” me dijo, y se fue camino a una avioneta que lo esperaba.

Coki Navarro

 Continuará la próxima semana…

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