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La Aventura Musical de Coki Navarro – XXIV
XXIV
Continuación…
Un buen día, noche o medio día, Pepe me presenta con un cuate que es mesero en una casa de citas elegante (según él). Joaquinito, así se llamaba, o lo llamaban. Estaba muy bien maquillado y llevaba del brazo a su novio. El tal Joaquinito era un afeminado de modales elegantes pero, cuando tomaba más de la cuenta, se convertían esos ademanes en verdaderos movimientos africanos. El “amor” de Joaquinito era un moreno de Orizaba que le decían el “toro”. En verdad que asustaba el tal “toro”, pues tenía músculos de acero y mirada de matón, pero ni aun así podía compararse con la bravura de Joaquinito cuando se “encendía…” Ah, y pude comprobarlo una noche cuando unos pendencieros quisieron pelearse con su “toro”. Que se para Joaquinito y les pone tal golpiza a dos de ellos que hubo que enviarlos a la enfermería.
Solamente se escuchó el grito de “a mi macho nadie lo toca” y en un segundo había un tipo en el suelo con la nariz rota y otros dos que no sabían dónde esconderse.
Luego me enseñó Joaquinito un puñal que llevaba al cinto, pero eso lo reservaba para cualquier “vieja” que quisiera quitarle a su amado “toro”. Bien, que me invita el “toro” un buen día a acompañarlo a buscar a su “amor” y que me voy con él (ya éramos tan amigos que me confesaba sinceramente que no dejaba a Joaquinito porque estaba seguro de que si lo hacía lo mataría).
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La casa era una de tantas casas con fachada de tantas miles que hay en el mundo. Pero por dentro… válgame decirlo, todo un paraíso. Mujeres lindas (al menos así se veían), meseros con traje completo, viejos verdes que nunca madurarán y música suave, con media luz para ver solamente media cara.
Joaquinito daba órdenes como si fuera un general con desplantes napoleónicos. Champagne (Champán) para nosotros y un recado para mí de que si me gustaba alguna “chica” se lo indicara… Bonita noche de verdad. Noche de ronda… Que triste pasa… Que triste cruza por mi jardín. Así se dejaban escuchar las melancólicas notas de esta inmortal canción de Agustín Lara (siempre el “Flaco” divino en la vida nocturna y en el corazón de todos).
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Varias veces me tocó acompañar al “toro” a ver a su Joaquinito, hasta que un buen día me dijeron que se irían a la frontera (Matamoros), pues pensaban poner un negocito ahí. En verdad sentí su partida, pues aunque casi siempre estaban discutiendo su atormentado romance, nunca me faltaron el respeto (ni yo a ellos) y sí en cambio me ayudaban con algunos pesos cuando me llegaba la madrugada sin “suerte”.
Nunca supe dónde vivían, ni se los pregunté, nunca supe nada más de sus vidas, ni de su futuro, ni pasado. ¿Mi opinión de ese romance?… Ninguna, pues yo solamente opino de lo que incumbe a mi vida y mi destino… Lo demás es cosa de Dios y de los demás.
¿Por qué y de qué iba yo a pensar si estaba bien o mal lo que hacían? Al carajo con la gente que quiere levantar su tribunal para juzgar los actos de sus semejantes… Esos son los peores malvados y pecadores, líbranos Dios de sus aparentes “moralidades” y sus impúdicas lenguas… EL CIELO SE GANA RESPETANDO LA VIDA PRIVADA DE LOS DEMÁS…
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Nuevamente, con mi guitarra al hombro en las tardes, o bajo el brazo por las noches de frío. Ya entro y salgo de las cantinas y cafés a cantar como “Pedro por su casa”. Tengo muchos compañeros en desgracia como yo y nos invitamos al caldo y las tortas. El trío “Los Guadalupanos” se terminó, pues el oaxaqueño se regresó a su tierra por una gravedad de su padre, y José entró a formar parte de un conjunto para cantar en una orquesta.
Yo para esas fechas estaba más encallecido que un político de cuatro sexenios. Mi cuarto era un pequeño cuadrado que al menos tenía una cama y un ropero (viejos como mi pensamiento).
Vivíamos (digo vivíamos) en una comunidad de guitarristas, artistas de tercera, corista de cuarta y gentes de sin lugar ni esperanza, pero teníamos nuestro código social inquebrantable y severo.
Cada quien improvisaba la comodidad de su “habitación” y trataba de vivir lo mejor que pudiera. Eso sí, y se los aseguro con verdad de caballero, nada de escándalos, ni insultos, ni entrar ni salir en paños menores del único baño que había, ni difamar a nadie, ni criticar a las dos mujeres casi ancianas, pero que todavía nos contaban sus anhelos de triunfar en el cine como estrellas. Cómo me dolía el alma cuando las escuchaba y veía en sus rostros la derrota del tiempo y sus desesperanzas en el alma, pero con dignidad de artista, con maquillaje y con sonrisa para enseñar al mundo un semblante alegre, aunque por dentro se tenga destrozado desde el corazón hasta… Me gustaba conversar con estas dos buenas mujeres y escuchar sus años de gloria. Se sentían hasta con derecho a aconsejarme lo que debía hacer o no hacer, y claro que había que prestarles atención, si eran carnes ancianas que destilaban filosofía de vida pura aprendida como lo estábamos haciendo nosotros (según ellas, los que comenzábamos) en la gran universidad que es la calle, y con los mejores maestros como son la necesidad del afecto, amistad, abrigo y comida. Por eso ahora no se imaginan ustedes como me rechinga la gente que, sin haber probado la puñalada del hambre, me quiera dar lecciones de la vida o se crea superior a los que hemos afrontado tanta adversidad y hemos luchado contra la crueldad de tantos como ellos… ¿Qué me pueden o no decir?
Coki Navarro
Continuará la próxima semana…
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