La Aventura Musical de Coki Navarro – XIV

By on julio 16, 2020

XIV

Continuación…

¡Desde Navolato vengo, dicen que nací en el Roble, me dicen que soy arriero, porque chiflo y se paran…! ¡Ay, ya, yay, mamá, por Dios! Cuánta algarabía y qué musical es el estado de Sinaloa. Bandas de música por las calles. Casi toda la banda se compone de cuatro, pero qué ruido hacen sus tamborazos. Antes del debut en Culiacán, nos regresamos a Guamúchil (Guamúchil está entre Mochis y Culiacán) a presentar una función. Pueblo lindo, pueblo de feria, pueblo donde dicen que nació Pedro Infante. La carretera pasa por Playo, Pericos, Lavatorio y Angostura… Unos son ranchos muy grandes, y otros pueblos, pero todos con ese sabor provinciano que huele a misa de seis y suena a campana de voz conocida. Regresamos enseguida a Culiacán y me encuentro con la sorpresa de que me escribe un amigo de San Diego para enviarme un paquete de Programas que tan celosamente guardó, pertenecientes a la gira que hicimos en EE. UU., y que olvidé en el teatro donde nos tocó hacer nuestra última presentación y casualmente en San Diego. Me doy cuenta al hojearlos que pasé por alto nuestra estadía en el teatro Yosy de Santana, California, el Sweets Ballroom, el Mendoza y México, teatros de Mendoza; también en California, el gran teatro Mason, donde actuamos otra vez en Los Ángeles, el auditórium Alba Orión, otros auditorios que engrosan las filas de auditóriums donde estuvimos y más teatros y cines de los EE.UU.

Qué lindo es Culiacán. Su paseo del Malecón donde un río se mece despacio y se desliza entre el follaje que lo bordea. ¡Ah, Malecón de Culiacán, cuántos bellos recuerdos has dejado en mi mente y en mi alma!… Te juro que nunca olvidaré tu sabor de besos y tus miradas de ojos color miel. Culiacán, ciudad de cabellos largos y cadencioso palpitar de corazones. SOY DEL MERO SINALOA, DONDE SE ROMPEN LAS OLAS Y BUSCO UNA QUE ANDE SOLA Y QUE NO TENGA MARIDO PA’ NO ESTAR COMPROMETIDO CUANDO RESULTE LA BOLA… Ay ya yay mamá por Dios… por Dios que borracho vengo… que me toque la tambora… pum… pum… que me toquen el quelite, después el niño perdido. Adiós Culiacán, aquí te dejo un pedazo de mi corazón.

Nos iremos mañana a Mazatlán. Pasamos por Carrizal, Quila, Abuya, La Noria y llegamos al bello puerto que recibe en sus arenas la caricia de las olas del mar Pacífico. Ahora sí que voy a recordar mis años de niño. ¿Por qué de niño? Pues porque ya tengo doscientos años de experiencia, según mi pensar. Ahora me doy cuenta de que lo que expuse al principio de mi relato es lo que en verdad sentí: Tengo experiencia y sigo en embrión. Nadie nunca llega a tener la experiencia suficiente para vivir esta vida. Unos porque creen tenerla y se vuelven cautelosos, y otros porque no la tienen y son imprudentes. El caso es que se vuelve uno misterioso y pendejo, como los ratoncitos. Señores, vamos a dejar el misterio para los que estudian teología y a quedarnos con lo que podamos. A veces resulta más provechoso no saber que se sabe, para saborear lo que se sabe que se sabe. ¿Bien? Adelante entonces con mi relato.

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Ya estamos en Mazatlán. Visito “La Carpa”, que es un Bar cuya pista se adentra aproximadamente veinte metros entre el mar. Por debajo de mis pies, veo las olas del Pacífico que pasan veloces y se estrellan contra el pie de la montaña. La base de la montaña también está debajo de bar “La Carpa”. Muy original este lugar, con ventanas al océano. Noche de gala en el teatro donde vamos a actuar (en esta ocasión no vamos a utilizar nuestro portátil centro de diversiones, por ser demasiado pequeño para el lugar que es Mazatlán). Los dirigentes del Club Rotario se han dirigido a Paco Miller, pidiéndole nuestra colaboración (solo el trío) en la noche de damas que celebrarán mañana, y Paco nos cede y concede el honor de colaborar con este club de servicio, que por cierto resulta muy alegre y amistoso.

Mazatlán, qué romántico porque tienes tu fuente central donde venden los más ricos helados que he probado desde que soy terrícola. Me hago amigo de un señor, dueño de una relojería y competente relojero. Pido perdón a los familiares de este gran señor por no acordarme de su nombre y menos de su apellido, pero lo importante es que pasamos largas horas conversando en el malecón y descubro que, además de excelente relojero, es un gran filósofo. Tiene tres lindas hijas de bonito carácter y sincera alegría.

Nos tomamos hoy unas fotos con Pepe Guízar en el hotel Del Mar. Lindo y ambientoso hotel frente al meritito Pacífico. Me dicen que de aquí a la Islas Marías hay como doscientos kilómetros de distancia. Muy bien, doscientos kilómetros de distancia que no quisiera recorrer ni de paseo, pues me asusta el puro nombre de las famosas islas. Isla María Madre, Isla María Magdalena y María Cleofás, esta última la más pequeña de las tres hermanas mexicanas, donde es fácil llegar, pero muy difícil salir. ¿Quieren hacer la prueba? Mejor vamos a cambiar de conversación ¿Si? Bien, otra vez, pues Mazatlán me resulta extraordinariamente alegre, hermoso, tropical (con color ídem) bullanguero, enamorado y con una playa paradisíaca en la que me extasío rodando todas las horas que me lo permite mi tiempo, nadando y chocando con las olas impetuosas del Pacífico. Irónico, pero cierto. Las olas del mar Pacífico son muy impetuosas. ¿En qué quedamos entonces, pues, como que siendo pacífico el mar, sean sus olas tan temperamentales y tan inquietas? Hermano mío, eso que lo resuelvan los marinos o los ecólogos, pero por vía de mientras yo me receto un par de litros de cerveza cada treinta minutos. Me da envidia ver cómo la gente de Mazatlán goza de su malecón diariamente, y en mi puerto Progreseño apenas vamos dos meses al año, y eso cuando no hay mucho viento.

Hoy nos avisan que saldremos rumbo a Tepic. Caray, también voy a conocer algo del estado de Nayarit. Bien por ti, chamaco, pues hace un año solamente estabas con tus esqueléticas formas juveniles deambulando con tu inocencia por las calles de tu puerto que presume de tener el muelle más largo del mundo (largo en lo que hace mar adentro), y que sin embargo no ha servido más que para NADA. Bueno, habrá que preguntarle a los que obtuvieron el contrato de su construcción, a los grandes estadistas de esa época, y entonces sabremos si ha servido o no para algo. ¿O no, señores y señores y señores y señores?

Me pregunto, ¿por qué se hizo un muelle tan largo, largo, largo, y que no sirve para nada, nada, nada, nada? ¿De qué cerebro turbulento y conocedor pudo haber surgido la grandiosa idea de construir un muelle tan hermoso que es portento y ejemplo de la buena arqui-ingeniería y que, asombrando a cuantos lo conocen, asusta a los capitanes marinos que son a los que más debe gustar? Perdónenme que machaque este asunto del muelle, pero es que me molesta hasta el centro de mi lastimado hígado saber lo que se le ha hecho a mi puerto con su muelle y su apéndice a medio salir (que me imagino también le ha costado a nuestro pueblo). Ni hablar, merezco ser enviado a las Islas Marías por pensar en voz alta. ¡No me vayan a decir que estoy entrando en política, porque soy capaz de mandarlos a su recontra jodida suerte! Política o no, es muy cosa nuestra, ¿o acaso pensaron que iba a decir que solo mía?

No, no, no, mi querido Mazatlán, no me voy a apartar de ti para seguir lamentando lo que ya no tiene remedio. Solamente estoy pensando, sin ser la mamá de los arquitectos, que con lo que costó el muelle nuevo se hubiera podido hacer una carretera de oro de Celestún a Chetumal, con todo y puentes de platino y ribetes de brillantes. Espero y se apersonen los genios que hicieron este muelle, paralítico del golfo, y que me digan si estoy equivocado en mis conceptos. No, no, no, mi Mazatlán, no me estoy apartando de ti para hablar de mi Yucatán y sus tribulaciones, pero es que me muero de envidia y tristeza al conocer tus playas y tus instalaciones portuarias y ver esa dinamita sin mecha (léase muelle nuevo) que se pierde en el mar de mi puerto y que solo sirve para MALDITA SEA LA COSA. Bueno, ya voy a soltar este tema, pues me enfermaría si lo sigo.

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Cuánto he crecido, Santo Dios, y qué rápido han pasado estos 380 días de experiencia artística. Cuántas vicisitudes y cuántos miles de aplausos cada noche. Ya voy a los bares a cantar con mis cuates. Ya sé hacer amigos desde el primer minuto en que me presentan a alguien. La vida se me hace un caramelo. Y ya me estoy despidiendo de todos mis cuates de Mazatlán, pues partimos por la noche rumbo a la ciudad de Tepic. Mazatlán, me llevo en los ojos la luz de tu hermosa luna. Me llevo en los labios el sabor de un beso que te robé.

Coki Navarro

Continuará la próxima semana…

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