Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – LIX

By on abril 29, 2022

Novela

XVIII

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Por la noche, Hunac Kel envió con su capitán Puma Rojo un mensaje a Sinteyut, rogándole que acudiera a la pirámide. Tocado de un hermoso penacho de plumas de quetzal se presentó el capitán en la alta habitación del rey, y los dos amigos hablaron sin tapujos. Hunac Kel le manifestó lo que le había revelado el viejo Ah Yokol Cheen acerca de su conducta subversiva y desleal.

–No sé qué pensar, Sinteyut –concluyó–. Me han confundido sus aseveraciones porque se ha referido a ti como un hombre indigno de mi confianza. ¿Cómo puede ser eso?

–Escucha, Hunac Kel –protestó Sinteyut con la voz temblorosa–. ¿Tú te has creído todo lo que te ha dicho el caciquillo ese? Me ofende hasta la médula de mis huesos que le des crédito a los chismes de un viejo mentiroso, y que te siembre dudas sobre mi lealtad hacia a ti, mi hermano. Eso me duele, Hunac Kel –y se mostró contristado.

–Bueno, él nada más cumplió y me reveló lo que vosotros, estando borrachos, discutíais a las puertas de la Casa Colorada…

–Tú me conoces, Hunac Kel –protestó Sinteyut–, como si me hubieses parido, y sabes de mi afición al balché. Me gusta tanto que, de no tener que darles guerra a nuestros enemigos, me emborracharía todos los días con mis capitanes. No sé, tal vez en alguna de mis papalinas hablé de más y dije algo indebido, y esta puntada de borrachera la tomó en serio el caciquillo y te ha venido con el chisme. Me queda claro que el hijo de puta intenta dividirnos, quién sabe con qué aviesas intenciones… y eso no lo toleraré.

Hunac Kel, conociendo el carácter vengativo de Sinteyut, buscó excusar lo dicho por Ah Yokol Cheen:

–¡Hombre, Sinteyut, la cosa no es para tanto! –le dijo–. Te repito que el pobre viejo sólo ha cumplido con informarme lo que escuchó, o imaginó escuchar. No creo que sus revelaciones oculten segundas intenciones.

–Pero te ha sembrado la duda, hermano mío, y se ha quebrantado nuestra amistad –dijo Sinteyut, y añadió sin que su actitud teatral sonara muy convincente–. Creo que llegó la hora de marcharme y regresar a las tierras frías; por lo menos ahí se me respeta y no se duda de mi integridad.

–No, espera, Sinteyut –lo atajó Hunac Kel, que no esperaba tal fulminante respuesta de su mejor amigo–. ¿Por qué te habrías de marchar? Te necesito aquí y ahora. Hombre, no vas a abandonarme en este momento en que apenas me recupero de la muerte de mi tutor. En realidad, todo lo dicho por Ah Yokol Cheen son especulaciones, simples rumores que, para decir verdad, carecen de la menor credibilidad. Pero tampoco pienso que el pobre viejo sea un embustero. ¿Qué ganaría con engañarme? Yo más bien creo que todo se trata de un malentendido y nada más. Tú sigues siendo el hombre de mi absoluta confianza, mi entrañable amigo de la infancia y el compañero de mis glorias bélicas. Nada ha cambiado, Sinteyut, la vida sigue su curso –y dándole un puñetazo amistoso en el pecho le gritó–: ¡Eres el mismo hijo de la chingada de siempre pero vives en mi corazón!

Sinteyut rió estrepitosamente:

–¡Ahora sí has hablado como un rey! –dijo, y abrazó con fuerza a Hunac Kel–. Te agradezco tu voto de confianza. Yo sabía que no podías fallarme. Pero a ese chismoso de Ah Yokol Cheen le voy a cortar la lengua.

–Olvida al cacique –concluyó el rey–; es sólo un viejo sin ninguna importancia. Déjalo vivir en paz sus últimos años.

–Está bien. Lo haré sólo porque tú me lo pides –dijo Sinteyut, mientras se dirigía a la puerta.

–Antes de marcharte, quisiera, sólo por curiosidad, hacerte una última pregunta –lo detuvo el rey justo antes de salir de la habitación.

–Puedes preguntar lo que te dé la gana.

–¿Por qué escogiste la Casa Colorada por cuartel, en vez del Templo de los Guerreros que te había asignado?

Sinteyut no ocultó su turbación ante la pregunta y se dilató en responder.

–Bueno, Hunac Kel, ¿qué debería yo hacer? – contesto finalmente–. El Templo de los Guerreros está bien para un ejército, pero no para sólo siete capitanes. Nuestras tropas permanecen en sus barracas de siempre, de tal suerte que sólo necesitábamos hospedaje para nosotros siete. La Casa Colorada me pareció el lugar adecuado para nuestra estancia y nos sentimos muy a gusto en ella. Ahora, si lo deseas, podríamos mudarnos hoy mismo al Templo de los Guerreros…

–No, Sinteyut, de ninguna manera –Hunac Kel epilogó la conversación–. Sólo preguntaba por preguntar. Puedes permanecer en la Casa Colorada todo el tiempo que quieras.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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