VII
6
La popularidad del Vate Correa no tenía límites, pues era bien acogido hasta en las más altas capas sociales. Entre sus amistades estaban Don Carlos Peón, el general Francisco Cantón y el obispo Tritschler. A propósito de este último, podemos referir una anécdota cuyo conocimiento debo a don Alfredo Escalante Peón, persona que me honró con su amistad.
En una visita que hiciera el Vate Correa al obispo D. Martín Tritschler, este buen señor le insinuó que escribiera poesía.
–Hijo, tú eres un buen cristiano y mereces ocupar mejor lugar con tu literatura. Eres inteligente y Dios te ha dado dotes que otros no tienen. Me gustaría que escribieras algo en serio.
El Vate con todo respeto escuchó al obispo y ofreció hacer lo que le pedía… En la siguiente visita que hizo a la casa episcopal llevaba en la mano una composición poética, dedicada al señor obispo, y cuando estuvo en su presencia le dijo:
Este humilde pecador
atendió la indicación
que le hiciste, monseñor,
y con toda devoción,
lejos de cosas triviales,
elevó su inspiración
a regiones celestiales.
La composición era una oración para recitar antes de acostarse a dormir, cuya copia me proporcionó don Alfredo Escalante. Dice así:
Sumo Ser Omnipotente
principio y fin de lo creado,
por la vida que me has dado
cual un valioso presente
haz que con voz elocuente
yo proclame tu bondad;
y guíame en la obscuridad
y vuélveme de él, te lo ruego,
¡Oh, individua Trinidad!
Madre del Ser de los seres
que en el alto Cielo habita
y la más pura y bendita
entre todas las mujeres,
puesto que tan buena eres
ruega por mí a tu hijo santo,
y si algún rudo quebranto
en esta noche me acosa,
cúbreme virgen piadosa
con el broquel de tu manto.
El obispo se enterneció con aquella demostración de amistad, lo felicitó y, aún más, lo convidó a tomar una copa de vino, de aquel buen vino reservado únicamente para los privilegiados, legítimo vino “Lacrimae Christi” importado de Europa. El Vate, vivamente emocionado por la generosidad del buen obispo, se llevó el pañuelo a los ojos para enjugar una lágrima de agradecimiento. El obispo le puso una mano en el hombro y dijo:
–¡Válgame! No es para tanto.
–»Muchas gracias, monseñor. Ni en el día de mi santo tomaré vino mejor,» contestó el Vate en una demostración de gratitud y elogio.
7
Un día el Vate se hallaba junto a una de las puertas del lujoso restaurante denominado Salón Nacional, ubicado en la planta baja de la mansión de don Darío Galera, frente a la Plaza Grande. El Salón Nacional era famoso por sus buenas comidas y por su presentación lujosa, mesas de mármol y grandes espejos en las paredes. Y en lo que a bebidas se refiere, podía uno tomar vinos de Francia y de España, legítimo coñac y cerveza alemana.
El Vate estaba impaciente. Esperaba a un amigo.
Se asomó al interior y no lo vio entre la concurrencia. Regresó a la puerta y siguió esperando. Ya casi eran las doce del día. El amigo con quien se había citado para almorzar en el Salón Nacional no llegaba.
Un vendedor de libros y revistas se acercó al Vate y le propuso un librito cuyo título era “El Busca Pies Cervantino”, escrito por el prestigiado maestro don Gabino de J. Vázquez.
“¿No quiere usted comprarlo? Sólo cuesta un peso” –le dijo el vendedor, al mismo tiempo que ponía en sus manos el libro. El Vate lo tomó, lo examinó, luego se lo devolvió al vendedor y con aguda ironía comentó:
El Busca Pies Cervantino,
cuesta un peso el ejemplar.
Mejor debíase llamar
Busca Pesos don Gabino.
Sonrió el vendedor y prosiguió su camino en busca de otro cliente. Mientras tanto, el Vate seguía esperando que llegara el amigo que había concertado la cita en aquel lugar.
Don Chinto Zapata, propietario del Salón Nacional, había estado observando al Vate y, como tenía una vieja amistad, se le acercó y lo invitó a pasar diciéndole:
–¿Qué es lo que estás esperando?
–¿Algún barco de caleta?
Distraídamente, el Vate contestó:
–Solo tengo una peseta, y el hombre se está tardando.
–Pero, ¡hombre de Dios! –dijo don Chinto–, esta es tu casa. Ven y siéntate, y pide lo que quieras. Te convido. Hoy es mi día de santo.
Y contestó el Vate:
Tu proceder me conmueve.
Acepto tu invitación.
–Entra.
Pues aquí entro, que llueve.
Probaremos buen jamón.
De más está decir que don Chinto Zapata era espléndido cuando convidaba. Fue un agasajo que nunca olvidó el Vate Correa.
Conrado Menéndez Díaz
Continuará la próxima semana…