Dos siglos de dramaturgia regional en Yucatán – XXI

By on enero 21, 2022

XXI

 

Juan García Ponce

 

Alrededor de las Anémonas

Comedia en tres actos

 

ACTO II

Continuación…

 

Por la izquierda entra ÁLVARO. Tiene aproximadamente cuarenta y cinco años. Es alto, guapo y muy bien vestido. Su aspecto general denota una gran formalidad.

ÁLVARO: (Entrando.) ¿No hay nadie, aquí?

MARÍA: (Levantándose) ¡Es él!

(Camina hacia el portal.)

Aquí estamos.

(JOSEFINA se levanta tras ella y sale hacia el portal, también.)

ÁLVARO: (Abraza a MARÍA) ¿Qué pasó, viejita?

MARÍA: ¡Qué bueno que viniste! (Lo besa)

¡Estás muy guapo!

JOSEFINA: De veras que sí. Ese traje te queda muy bien.

ÁLVARO: Bah… hombre, no exageren.

MARÍA: No es exageración.

(Pausa)

¿Pasamos adentro?

ÁLVARO: ¿Para qué? Aquí estamos muy bien.

MARÍA: Quiero hablar de algo muy importante contigo, y prefiero que sea adentro ÁLVARO: (Sonriendo) Como quieras.

Pasan a la sala y se sientan.

ÁLVARO: ¿Hizo algo malo, José?

MARÍA: No. No tengo ninguna queja, de él.

ÁLVARO: ¿Entonces…?

MARÍA: (Mira a JOSEFINA significativamente)

(JOSEFINA se hace la desentendida. Pausa.)

Josefina ¿no tienes que ir a ver si ya compraron el pan?

JOSEFINA: ¿Cuál pan? Siempre comemos galletas…

MARÍA: Da lo mismo. ¿No tenías que ir a ver algo a la cocina?

JOSEFINA: ¡Ay, de veras! Se me había olvidado.

(A ÁLVARO)

Ahorita vuelvo.

(Sale por la izquierda.)

ÁLVARO: ¿Qué les pasa a ustedes?

MARÍA: ¡Ay, Alvarito! Es una cosa tan grave, que no sé cómo empezar.

ÁLVARO: Hazlo por el principio, mamá. Siempre es lo mejor.

MARÍA: Ya lo sé. Pero ¿cuál es el principio?

ÁLVARO: ¡Mamá! ¿Cómo quieres que yo lo sepa?

MARÍA: No… Tú sí… Tú sí debes saberlo.

(Pausa.)

Tú no quieres que me muera ¿verdad, Alvarito?

ÁLVARO: ¡Mamá, por favor! ¿Cómo puedes decir algo así? Esas cosas no debes ni pensarlas. Tú todavía estás muy fuerte y no tienes por qué pensar en morirte, ni en nada parecido.

MARÍA: Pero yo estoy muy mala del corazón y un disgusto fuerte podría matarme…

ÁLVARO: ¿Quién te ha dicho que estás mala del corazón? Eso es mentira. Nunca lo has estado.

MARÍA: Sí lo estoy. No se lo había querido decir a nadie… Hasta ahora, sólo Josefina y yo lo sabíamos. Pero estoy muy mal y un disgusto fuerte podría matarme de golpe. Simplemente me quedaría dormida, como un pajarito.

ÁLVARO: ¿Quieres que te mande un médico, entonces? Él podría decir….

MARÍA: (Interrumpiéndolo) No. Yo ya tengo mi doctor. No necesito médicos. Lo que necesito es que no me disgusten.

ÁLVARO: Y ¿quién te ha disgustado? ¡Mamá! ¡Por favor! No me andes con rodeos. Tú sabes que a mí me gustan las cosas rectas y claras.

MARÍA: Eso era lo que yo creía, hijito: que a ti te gustaban las cosas rectas.

ÁLVARO: Y es verdad.

MARÍA: Pero me contaron una cosa tremenda, Alvarito, Una cosa que no quiero ni pensar que sea verdad, porque sería tu perdición y la mía, de paso.

ÁLVARO: ¿Qué cosa? Dímelo y podré aclararlo todo. Tú sabes cómo es la gente de habladora y aquí hay más de uno que me tiene envidia. Así que no debes hacer caso de todo lo que te cuenten.

MARÍA: Desgraciadamente, la persona que me lo contó no es alguien que pueda tenerte envidia, hijito.

ÁLVARO; Pero ¿qué es lo que te han dicho?

MARÍA: Que tienes una querida. ¿Es verdad eso, Alvarito? Dime, que no por favor… Dime que no. ¡Dímelo!

ÁLVARO: (Enojado.) ¿Quién te lo contó?

MARÍA: (Pausa.) Luego es verdad… Pero, Alvarito. ¿Cómo pudiste hacer una cosa así? Tú siempre tan serio, tan correcto, tan formal… ¡Tan orgullosa que me sentía yo de ti! ¿No has pensado en tus hijos y en tu posición y en todo lo que puedes perder por esta tontería? Esas mujeres son como pulpos, hijito. Te van a chupar. ¿Ya no te acuerdas cuánto hizo sufrir tu tío a la pobre tía Elmira y cuánto lo odiabas tú, por eso? ¡Ahora estás igual! Y además, por lo que veo, sin ningún cuidado. ¡Ya lo sabe todo el mundo! ¿Has pensado en lo que sufrirán tus hijos cuando lleguen? Ya están en edad de saber esas cosas y se enterarán. Tenlo por seguro. Siempre habrá una mala lengua que se los cuente… ¡Eso se tiene que acabar, Alvarito! Me matarías del disgusto, si pasara algo en tu casa, por tu culpa.

ÁLVARO: Mamá: tú no comprendes. Aquí todo el mundo tiene una amante, si no es que más. No tiene por qué ser un escándalo. Ya estoy cansado de trabajar y de que mi mujer sólo piense en mis hijos y se olvide de mí. Necesitaba a alguien que me mimara, un poco, que me comprendiera. No tiene por qué ser un escándalo.

MARÍA: Pero, Álvaro… ¡Estás lleno de lujuria! El demonio de la carne te tiene aplastado con sus pezuñas asquerosas. ¡Qué vergüenza!

ÁLVARO: No es ninguna vergüenza. Es lógico que yo busque alguien para satisfacer mis necesidades.

MARÍA: ¿Y tu mujer?

ÁLVARO: Mi mujer es la madre de mis hijos; pero nada más. Tienes que comprenderlo, mamá. Yo me merezco una diversión de esta clase. He trabajado demasiado ya. Mis hijos tienen todo lo que quieren y mi mujer, también.

MARÍA: Comprendo eso, hijito. Pero tú no has sabido hacerlo como se debe.

(Pausa)

Si quieres seguir con ella, sigue: pero vas a matarme del disgusto. A matarme, óyelo bien.

(Comienza a lagrimear.)

ÁLVARO: ¡Mamá! ¡Por favor! Yo no he dicho eso…

MARÍA: Sí, sí lo dijiste. Pero no importa. Ya sé que yo no te intereso. Los viejos, a sus rezos ¿verdad?

(Llora.)

Mátame, si quieres; pero te advierto que Mercedes ya lo sabe también y quiere divorciarse.

ÁLVARO: (Enojado) ¿Se lo dijiste tú?

MARÍA: ¿Me crees capaz de algo así? No, Alvarito. Para mí, primero que nada, estás tú. Ella lo averiguó sola y fue la que me lo contó a mí. Vino a verme ayer, para eso. Y piensa divorciarse si no te enmiendas. Así que ya lo sabes: tienes que decidir: o la carne o tu mujer y tus hijos. Yo no tengo nada que reprocharme; te he dado la mejor educación que podría darte y tú ya sabes lo que tienes que hacer. A ti te toca hacerlo bien. Me moriría si te creyera capaz de escoger el mal camino. Sólo te pido que recuerdes cómo han terminado todos los que se dejan llevar por ese funesto vicio, hijito. Borrachos, solos y en la miseria: podridos por dentro y por fuera y despreciados y humillados por todos los que antes los ensalzaban. ¡Como en la Biblia! (Pausa. MARÍA piensa en todo lo que acaba de decir y llora, desconsolada.) ¡Yo no quiero que eso te pase a ti, hijito! ¡No quiero!

ÁLVARO: (Pensativo.) Así que fue Mercedes… ¡la muy idiota! ¡Me las va a pagar!

(A MARÍA)

Voy a hablar con ella y a darle una buena regañada por venir a asustarte. No tiene por qué mezclarte en sus enredos.

MARÍA: Pero… ¡No, Alvarito! ¡Por Dios! No hagas eso. Ella vino a decírmelo porque no sabía qué hacer.

ÁLVARO: ¡Tonterías! ¡Divorciarme! Ya le daré yo su divorcio. Ya lo verás. ¡Tú, enferma del corazón y ella viniendo a asustarte con esas idioteces!

(La besa)

Me voy a hablar con Mercedes.

(Pausa.)

Y voy a mandarte al doctor para eso del corazón. Con eso no se juega.

MARÍA: Pero…

ÁLVARO: Nada… No quiero ni volverte a oír hablar de este lío. Esos son asuntos míos y de Mercedes. No comprendo cómo se le ocurrió venir a decírtelo… ¡La muy idiota!

(Sale. MARÍA lo mira irse, desconsolada. Sale del portal y se sienta, limpiándose las lágrimas. JOSEFINA se asoma primero discretamente y después, al ver que ÁLVARO se ha ido ya, camina apresuradamente hasta donde se encuentra MARÍA.)

JOSEFINA: Ya no podía aguantar más la curiosidad. Estuve a punto de entrar varias veces, ¿Qué pasó?

MARÍA: Ay, Josefina…

(Pausa)

JOSEFINA: Pero ¿qué pasó?… ¡Dímelo! ¿Va a terminar con la pobre querida?

MARÍA: Se puso furioso. Furiosísimo, Creo que lo eché a perder todo.

JOSEFINA: ¿Por qué?

MARÍA: Fíjate que le dije que estaba enferma del corazón, pensando que eso serviría para convencerlo. Pero lo que pasó fue que le dio mucho coraje que Mercedes viniera a darme esos sustos, estando enferma…

JOSEFINA: ¡Pero, María! ¡Por Dios Santísimo! ¿Qué has hecho? ¡Eres una bárbara!

MARÍA: (Llorando) Sí.

JOSEFINA: Y ¿no te dijo si iba a terminar con la pobrecita mujer ésa?

MARÍA: Ay, no lo sé, Josefina. Yo no sé nada. Ahora ni siquiera estoy segura de que eso sea verdad.

JOSEFINA: ¡Qué barbaridad! Dios nos perdone. A lo mejor nada más son calumnias…

MARÍA: ¡Ay! Perdónanos, Virgencita. ¡Perdónanos! ¡Él es tan bueno! ¿Cómo pudimos creer algo así?

Por la izquierda entra una MUJER. Vestida de oscuro y con la mantilla puesta.

MUJER: Adiós.

JOSEFINA: Adióoos.

MARÍA: Adiós.

Sale la MUJER, por la derecha.

JOSEFINA: Esta chismosa ya vió que estabas llorando. Ahora se lo va a contar a todo mundo.

MARÍA: (Limpiándose las lágrimas) ¡Es verdad! ¿Por qué habrá pasado por acá? ¿Ya es la hora del rosario?

JOSEFINA: Debe de ser.

MARÍA: ¡Dios mío! Y Marcela que no llega… ¿Dónde estará?

JOSEFINA: Vete tú a saber… En algún sitio oscuro, probablemente.

MARÍA: Ni digas eso. ¡Sería horrible que le pasara algo! ¡Sólo de pensar que está sola, con el muchacho ése, que dicen que es tan terrible, me pongo a temblar! JOSEFINA: Pues no tiembles tanto. Emilio será todo lo terrible que tú quieras; pero Marcela sabe muy bien cómo cuidarse.

MARÍA: Tú no conoces a los hombres, Josefina. Nunca te casaste. Pero son terribles… terribles. Le hacen hacer a una hasta lo que no quiere.

JOSEFINA: No digas tonterías. Yo no me habré casado, pero conozco a los hombres. Y muy bien. ¿Por qué crees que regresó a Veracruz mi novio aquel? ¡Porque no quise hacer lo que él quería! Por eso.

MARÍA: ¿De veras? Te dijo que…

JOSEFINA: ¡Claro! Ahora, que de haber sabido que se iba a ir, le hago caso…. MARÍA: ¡Ya lo ves! ¡Ay, Dios mío! Y Marcelita sola, con ese bárbaro, que le puede decir que va a regresarse a México.

JOSEFINA: ¡Jesús, María y José! No había pensado en eso… ¡Es terrible! ¿Qué hacemos?

MARÍA: Rezar. Eso lo arregla todo.

JOSEFINA: No estés tan segura. Mira lo que acaba de pasar con Alvarito,

Por la derecha entra ANA. Se dirige a la casa y entra.

ANA: Buenas tardes.

MARÍA: ¡Anita! ¡Qué bueno que viniste! ¿Te dijo Marcela que la esperaras aquí?

ANA: ¿No está?

JOSEFINA: No. Salió desde el mediodía, con Emilio.

ANA: ¿Con este calor? Eso ya es cosa seria.

MARÍA: Ni lo digas.

MARÍA: Ay, Anita, porque… no sé por qué, pero no termina de gustarme ese Emilio. ANA: Pero, doña María… Si es como cualquier otro.

JOSEFINA: ¡Qué va! Está tísico.

ANA: No es cierto, doña Josefina. Estuvo anémico… no tísico. Si hubiera estado enfermo de los pulmones, no lo habrían traído aquí. Éste es el lugar menos indicado para un tuberculoso.

MARÍA: No sé… no sé… En cualquier forma. ¿Tú no prefieres a Alberto?

ANA: Pues… la verdad, doña María, es que Alberto, a veces -aunque yo no deba decirlo- es muy pesado.

MARÍA: Bueno… pero al menos, sabemos que es decente.

JOSEFINA: En cambio, ese Emilio…

ANA: Emilio también. Por lo menos, tanto como Alberto. Es un poco grosero; pero eso no quiere decir que no sea decente.

MARÍA: ¿Tú crees?

ANA: Estoy segura.

MARÍA: Pero, entonces ¿por qué hace estas cosas? María Santísima… Mira qué horas son… ¡Casi las seis! Y él se la llevó desde las dos. ¿En dónde podrán estar? ANA: Estarán dando vueltas por ahí, doña Mari. No se preocupe por eso.

MARÍA: ¡Cómo no me voy a preocupar! A que tú nunca sales así de tu casa…

ANA: Bueno, es que…

MARÍA: Nada. Es que tú eres una muchacha como debe de ser… ¡En cambio, Marcela es una chiva loca!

JOSEFINA: ¡María!

MARÍA: ¡Es la verdad! ¿Cuándo nos ha hecho eso? Estoy segura de que Anita siempre obedece a su mamá.

(A ANA.)

¿No es cierto?

ANA Sí… pero…

MARÍA: (A JOSEFINA) ¿Ya lo ves? A eso es a lo que yo llamo ser buena. La obediencia es la primera de las virtudes. Acuérdate de lo que dicen los Evangelios de Jesús: primero que nada, obediencia a San José. Aunque tú ¿qué vas a saber? Si nunca los lees…

JOSEFINA: Eso no es cierto. No los leo ahora, porque se me cansa la vista; pero antes seguidamente.

MARÍA: ¿Antes? ¿Cuándo? Hace más de cincuenta años que tienes la vista cansada.

(A ANA)

Y ¿qué me cuentas de Jorge, Anita? ¿Vas a decidirte?

ANA: (Pausa.) Este… todavía no lo sé. Hoy, por la mañana, me estuvo rogando que saliera con él. Pero prefiero quedarme en mi casa. ¡Tengo tantas cosas que hacer!

MARÍA: ¡Dichosa tu mamá, Anita! No sé qué daría yo por oírle decir algo así a Kelita.

ANA: Bueno, es que yo… aunque Jorge me ruega mucho… no estoy tan interesada por él. En cambio, a Marcela si le gusta Emilio…

MARÍA: Eso es lo peor de todo.

Por la derecha entra ALBERTO, Sube al portal.

ALBERTO: Buenas tardes.

MARÍA: Buenas, Alberto.

JOSEFINA: Buenas…

ALBERTO: ¿Qué pasó?

ANA: (Molesta) Hola.

ALBERTO: (A MARÍA) Este… está… este… Marcela?…

MARÍA: No. Fíjate que salió.

ALBERTO: Ah… ¿Tardará mucho?

MARÍA: No sé, pero ¿no quieres esperarla? Ana también quería verla…

ALBERTO: Bueno, pues.

JOSEFINA: Siéntate. Anda. Ya no debe tardar…

ALBERTO se sienta. Un silencio.

ALBERTO: (A ANA) ¿A dónde se fueron ayer?

ANA: (Inocente) ¿Cuándo?

ALBERTO: Por la tarde. Fui a la iglesia como habíamos quedado; pero no los encontré.

ANA: Marcela cambió de opinión… y fuimos a la Catedral.

ALBERTO: Me hubieran avisado…

ANA: ¿No te avisó ella? Me dijo que te iba a hablar por teléfono…

MARÍA: (Interrumpiendo.) ¿Cómo está tu tía Rosa, Alberto? Hace mucho que no la veo.

ALBERTO: Este… muy bien… muy bien…

ANA: ¿No resultó cierto lo del lío con la sirvienta?

ALBERTO: (Con la mirada furibunda, a ANA) Sí… este… parece que sí…

MARÍA: Y ahora ¿por qué?

ANA: Es que… Fíjese, doña María, que parece que estaba discutiendo con la cocinera… y porque ella le respondió con mucha grosería, mi tía le dio un taconazo y le vació el ojo…

JOSEFINA: ¿Todito el ojo?

ANA: ¡Todito! Pero lo malo fue que la sirvienta se fue a quejar al sindicato y querían meter a mi tía a la cárcel. ¡Hasta tuvo que sacar amparo!

JOSEFINA: ¡Dios mío! ¡Qué barbaridad! Si te digo que ahora el servicio está materialmente imposible. Con esto del comunismo, se sienten los amos y por cualquier cosa arman líos. Así estamos nosotras con nuestra… ¿Cómo se llama, María? Marte. Júpiter… ¿cómo?

MARÍA: Saturnina…

JOSEFINA: ¡Eso!

(A ANA)

¿Quieres creer que nunca puedo acordarme? Voy a ponerle otro nombre, Petra, o algo así, porque eso de Satu… ¿Satu qué, María?

MARÍA: Saturnina…

JOSEFINA: ¡Eso!

(A ANA.)

Es muy complicado ¿verdad? ¡Yo no sé cómo puede ocurrírsele a alguien un nombre de planeta para su hija!

(ANA sonríe.)

Pausa

ALBERTO: (A MARÍA) ¿Salió sola, Marcela?

MARÍA no contesta. Mira a JOSEFINA pidiendo ayuda. JOSEFINA tampoco contesta.

ANA: No. Se fue con Emilio.

ALBERTO: Ah… ¿Y no sabes a dónde fueron?

ANA: No. Yo no estaba aquí cuando salió.

MARÍA: (Con súbita inspiración.) Fue a comprar papel para escribirle a su papá. JOSEFINA: Sí; ella le escribe muy seguido. Por eso gasta una cantidad increíble de papel. ¡Es tan cariñosa!

MARÍA: ¡Sufre tanto, por estar separada de él!

ALBERTO: Me lo imagino. Debe ser muy duro…

JOSEFINA: Sobre todo para ella, que es toda dulzura y bondad. Tú no te lo puedes imaginar; hay que vivir con ella para darse cuenta. ¡Es tan buena!

MARÍA: Tan buena…

ALBERTO: ¿Ya qué hora se fue?

JOSEFINA: A las dos.

ALBERTO: (Francamente escandalizado) ¡Cuatro horas para comprar papel! Pero si eso puede hacerse en diez minutos.

MARÍA: Es que…

(Duda, sin saber que decir. Le pide ayuda a JOSEFINA con la mirada)

JOSEFINA: ¡Es que ella compra mucho!

MARÍA: Si. Eso es… es que ella compra mucho.

ALBERTO: Pero, eso no puede ser el motivo por el que tarde tanto. La cantidad no importa.

JOSEFINA: Claro que sí. Porque, por lo general no encuentra todo el que quiere en una sola papelería y tiene que recorrerlas todas.

ANA: Fíjate que compra tanto, que a veces, usa un camión para traerlo…

(ALBERTO la mira, furioso)

MARÍA: Pero no te preocupes. Ya no debe tardar…

ALBERTO: Eso espero. Ya es muy tarde.

(Pausa)

¿Siempre sale con Emilio?

MARÍA: ¡Nunca! Es la primera vez.

JOSEFINA: Y eso, porque él pasó por aquí cuando Marcela iba a salir… y se ofreció a llevarla… Ella nunca sale sola con muchachos. Tú lo sabes.

ALBERTO: Entonces, se fue en su coche…

MARÍA: (Muy queda, a su pesar) Sí.

ANA: No esperarías que anduviera a pie con toda esa cantidad de papel… JOSEFINA: ¡Claro!

ALBERTO: Pues ya debiera estar aquí.

(A MARÍA)

¿Usted conoce bien a Emilio, doña María?

MARÍA: Conozco a sus papás. ¿Por qué? ¿Sabes algo malo de él?

ALBERTO: No, Yo no. No es amigo mío… Creo que estuvo un poco enfermo, ¿no?

MARÍA: Si… Eso me dijeron…

ALBERTO: Porque a mí me contaron que dejó de estudiar por eso; pero yo no sé si será cierto. Dicen que iba muy mal en la escuela y que se fingió enfermo porque iba a perder el año.

ANA: No es verdad. Sus papás lo obligaron a regresar.

ALBERTO: ¿Estás segura?

ANA: Sí.

MARÍA: Yo eso supe, también…

ALBERTO: Entonces se equivocó el que me lo contó…

ANA: Indudablemente… ¿Quién fue?

ALBERTO: (Turbado) Este… pues… ya no me acuerdo… Me parece que lo oí decir en mi casa; pero no estoy seguro…

ANA: (Sonriendo) Ah… ya veo…

ALBERTO: (Consulta su reloj.) Perdóneme, doña María. No puedo esperar más. ¿Me hace el favor de decirle a Marcela que vine para invitarla al cine?

MARÍA: ¿Al cine, en Cuaresma? ¡Pero, Alberto!

ALBERTO: Este… perdone… no al cine. Se me había olvidado. A dar una vuelta, o cualquier cosa así.

MARÍA: Bueno. ¡Pero mucho cuidado con andarse llevando a mi nieta al cine, en esta época!

ALBERTO: No, dona Mari. No lo haría sin su permiso… Yo había pensado que doña Josefina nos acompañara.

JOSEFINA: (Enfática.) Entonces, espérala. Ya no puede tardar. Yo iría con mucho gusto.

MARÍA: ¡Josefina!

JOSEFINA: Pues si no al cine, a dar la vuelta, o algo así…

ALBERTO: Lo siento; pero ya es muy tarde. Tenía que recoger a mi mamá, que está en casa de mi tía Rosa. Me dijo que pasara yo por ella a las cinco y media y ya son más de las seis

MARÍA: No la hagas esperar, entonces.

ALBERTO: Dígale a Marcela, por favor, que mañana paso por ella para ir a dar una vuelta…

MARÍA: Sí. No dejes de hacerlo. Le dará mucho gusto.

ALBERTO: Adiós, entonces.

MARÍA: Adiós,

JOSEFINA: Adiós: Y cuando quieras salir «así»… ya sabes, ¡avísame a mí!

ANA: ¿Me llevas a mi casa? A mí, también, ya se me hizo tarde.

ALBERTO: Como quieras…

ANA: Me voy, doña Mari. Marcela, por lo visto, todavía se va a tardar… Le dice que estuve acá… Que me llame…

MARÍA: Si, no tengas cuidado. Adiós.

(La besa.)

ANA: (A JOSEFINA.) Adiós.

(La besa.)

JOSEFINA: Adiós, linda. Salúdame mucho a tu mamá.

ANA: Si. Gracias.

Salen ANA y ALBERTO.

MARÍA: ¡Ay, Josefina! Decididamente, nuestra nieta es tonta…

JOSEFINA: ¿Por qué?

MARÍA: Pero… ¿no te diste cuenta? ¡Alberto estaba celosísimo!

JOSEFINA: ¿Tú crees?

MARÍA: ¡Claro que sí! Hasta se puso a hablar mal de Emilio, del coraje que tenía. ¿En qué estabas pensando, que no te diste cuenta?

JOSEFINA: En qué cosas estaría haciendo Marcela, que no llegaba.

MARÍA: ¡Virgen Santísima! ¡De veras que sí! ¡Ahora sí que ya es como para alarmarse! ¡No debiste dejarla ir, Josefina! ¡No debiste dejarla ir! ¿Qué cuentas le vamos a entregar a su papá, si le pasa algo?

JOSEFINA: No lo sé. Yo no tengo la culpa. Ya te dije que ni siquiera me pidió permiso. Llegó el muchacho ése y se largó sin decirme una palabra. ¿Qué querías que hiciera?

MARÍA No dejarla ir. Era tu obligación.

JOSEFINA: Yo no pensé que fuera a tardar tanto…

MARÍA: Pues hay que hacer algo.

(Se levanta)

JOSEFINA ¿Adónde vas?

MARÍA: Por mi chal, para salir a buscarla. No podemos esperar más.

JOSEFINA: ¿Y a dónde vas a buscarla?

MARÍA: No lo sé. Lo pensaré en el camino. En cualquier forma tengo que hacer algo.

(Camina hasta la sala, diciendo:)

¡Virgencita del Perpetuo Socorro! ¡Cuídala! ¡No permitas que haga una tontería! (Sale JOSEFINA murmura una oración, con los ojos cerrados, mientras se balancea nerviosamente en la mecedora. Par la derecha entran MARCELA Y EMILIO)

MARCELA: (Llegando hasta JOSEFINA) ¿Qué pasa, tía?

EMILIO: Buenas tardes.

JOSEFINA: (Abriendo los ojos) ¡Marcelita!

(Se levanta y la besa)

¡Qué bueno que llegaste!

(Da vueltas alrededor de ella para observar si no hay alguna irregularidad)

¿Estás bien?

MARCELA: Claro que sí. ¿Por qué no iba a estarlo?

JOSEFINA: (Gritando) ¡María! ¡María! ¡Ya llegó!

(A MARCELA)

Estaba muy preocupada por tu tardanza.

MARCELA: Pero ¿por qué? Apenas son las seis.

JOSEFINA: (Hipócrita.) Eso es lo que yo decía. Pero tú sabes que ella es muy aprensiva. Debiste…

MARÍA entra, casi corriendo.

MARÍA: ¿Eres tú, Marcela?

(La ve.)

¡Gracias a Dios!

(La besa, mira hacia arriba)

¡Gracias, Virgencita!

MARCELA: (Después de mirar a EMILIO. Extrañada.) ¿Quieren explicarme qué es lo que pasa?

MARÍA: (Calmada ya. Pero un poco enojada.) No me avisaste que ibas a salir… MARCELA: No estabas aquí…

MARÍA: Esa no es una excusa. Ven un momento: necesito hablar contigo. MARCELA: Como quieras.

(A EMILIO.)

Espérame un momento, por favor.

(Le pide paciencia con la mirada.)

EMILIO: (Comprendiendo) Si, pásale…

Salen MARCELA y MARÍA hacia las habitaciones.

JOSEFINA: Siéntate, Emilio.

EMILIO: Gracias.

JOSEFINA: ¿Por qué tardaron tanto?

EMILIO: No pensamos que podrían estar preocupadas. Marcela creyó que doña María llegaría más tarde.

JOSEFINA: ¿Y en donde estuvieron tanto tiempo?

EMILIO: En los portales. Tomando helados y conversando…

JOSEFINA: ¿Todo el tiempo?

EMILIO: Sí.

JOSEFINA: ¿Seguro?

EMILIO: Sí.

JOSEFINA: ¡Qué barbaridad! En mis tiempos, los hombres no eran así….

EMILIO: ¿No?

JOSEFINA: Claro que no. Entonces era un verdadero peligro… estar tanto tiempo con un hombre.

(EMILIO ríe.)

No. No te rías. Es la verdad. Yo lo sé más que bien… En mi época, tuve muchos enamorados. Claro que como ahora me ves vieja y acabada, no lo creerás; pero es verdad. Y te advierto que no creo, en lo absoluto, eso de que estuvieron tomando helados todo el tiempo. Eso, cuéntaselo a otra. A mí, no. Yo conozco muy bien a los hombres. ¡Son terribles!

EMILIO: Yo puedo ser la excepción.

JOSEFINA: Dudo mucho que haya excepciones.

(Pausa.)

Aunque dicen que hay algunos a los que les gustan otros hombres. ¿Tú eres de esos?

EMILIO: (Ríe.) No. Yo no.

JOSEFINA: Porque eso sería peor. ¿No crees?

EMILIO: Sí. Desde luego. Pero yo no soy de ésos. No se preocupe.

JOSEFINA: ¡Ya lo sabía! ¡Sólo hay que fijarse en tu manera de mirar a Marcela, para darse cuenta!

EMILIO: ¿Usted cree?

JOSEFINA: ¡Claro! No soy tan tonta.

MARCELA entra a la sala. Está muy disgustada. Prende el radio y sale al portal. Comienza a oírse un programa de canciones americanas muy lentas, que continúa hasta la caída del telón.

MARCELA: ¿De qué están hablando?

JOSEFINA: Le estaba preguntando que por qué se habían tardado tanto… MARCELA (Disgustada) ¿Tú también?

JOSEFINA: ¿Qué tiene eso de malo!

MARCELA: (Áspera) Nada

(Sale del portal a la terraza y se pone at examinar las flores y las plantas.)

JOSEFINA: (Con aire de inocencia) Debe de estar disgustada porque Alberto no la esperó.

EMILIO: ¿Estuvo aquí Alberto?

JOSEFINA: Sí. Y Ana, también. Pero se cansaron de esperarla y se fueron.

EMILIO: Ella no sabía que iba a venir.

JOSEFINA: Lo sé. Peor por eso debe de estar disgustada. La conozco.

MARCELA: (Con voz dulce) Emilio… Ven… ¿Nunca has visto el framboyán que planté?

EMILIO: No.

MARCELA: Ven a verlo. Se va a ver precioso, cuando crezca.

EMILIO: (A JOSEFNA.) Con permiso.

(Se levanta)

EMILIO: Está muy grande, ya. Las ramas van a quedar sobre la terraza…

MARCELA: Eso es lo que yo quiero.

JOSEFINA hace visibles esfuerzos para vigilarlos. Pero MARCELA Y EMILIO están ahora en la parte posterior de la terraza, donde su tía no puede verlos MARCELA corta una rosa y la desliza suavemente por su rostro. EMILIO la mira, embelesado.

EMILIO: Tu tía acaba de decirme que estabas enojada porque Alberto estuvo aquí y no te esperó…

MARCELA: ¿Estuvo aquí? ¡Qué suerte que no lo encontramos!

EMILIO: En serio, ¿No querías verlo?

MARCELA: No. Ayer te lo dije. Ni siquiera sabía que había venido hoy. ¿Cómo iba a estar enojada por eso?

EMILIO: Entonces ¿por qué…?

MARCELA: Por nada. Cosas de mi abuela, que es una cursi.

EMILIO: ¿Te regañó?

MARCELA: Si. Pero no importa. No hagas caso. Siempre que salgo con algún muchacho, pasa lo mismo.

EMILIO: ¿Con Alberto también?

MARCELA: Menos, pero también.

(Pausa.)

Pero no te preocupes. En cualquier forma, prefiero salir contigo, que con él.

EMILIO: ¿Estás segura?

MARCELA: ¿No te lo he demostrado?

EMILIO: Si. Creo que sí.

(Pausa)

A mí me gustaría estar siempre contigo…

Entretanto, JOSEFINA hace esfuerzos desesperados por poder espiarlos. Entra María, a la sala. Toma una costura colocada sobre la mesa de la derecha y se sienta en el sofá de ese mismo lado.

MARCELA: Ya sabes lo que tienes que hacer, para lograrlo. Con que no te emborraches, es más que suficiente.

EMILIO: Desde el día del baile, no he vuelto a tomar nada…

MARCELA: Lo sé.

(Se lleva la rosa a la cara para oler su perfume.)

EMILIO: ¡Te ves muy bonita, así!

MARCELA: ¿Te gustan las rosas?

EMILIO: No especialmente. Sólo cuando tú las tienes.

MARCELA: Ten. Te regalo ésta…

(Le tiende la rosa.)

EMILIO: (Tomándola.) Gracias.

JOSEFINA no aguanta más y se asoma, para mirarlos bien. Comprueba que están a prudente distancia, pero la tentación es demasiado fuerte y se queda escondida, mirándolos.

MARCELA: No la pierdas.

(Se miran. MARCELA es la primera en apartar la mirada.)

MARCELA: ¡Mira qué bonito está el cielo! Me encanta cómo se ve el rojo sobre los árboles, cuando se pone el sol….

EMILIO: Sí. Es muy bonito.

(Después, muy quedo.)

Marcela… te quiero…

MARCELA: ¿Eh?

EMILIO: Que te quiero, que te quiero mucho…

MARCELA: Pero, Emilio… si apenas nos conocemos. Espera a que…

EMILIO: ¿Qué importa? Yo te quiero y no tenemos mucho tiempo.

MARCELA: ¿Por qué?

EMILIO: Tal vez regrese a México.

MARCELA: ¡No!

EMILIO: No es seguro… pero…

MARCELA: (Interrumpiéndolo) ¡No! ¡Yo no quiero que te vayas! ¡No! ¡Emilio!

EMILIO: Entonces… ¿me quieres tú también?

MARCELA: Sí. Yo también.

En ese momento, por la derecha, entra MERCEDES, corriendo. Está llorando sin ver a JOSEFINA y sin que ésta, demasiado atenta a lo que hacen MARCELA Y EMILIO, la vea tampoco pasa por el portal y entra a la sala.

MERCEDES: Dona María… su hijo… Es un… ¡Lo odio!

MARÍA: ¡Mercedes! ¡Linda! ¿Qué pasa?

MERCEDES: ¡Quiso pegarme! ¡Su hijo quiso pegarme! ¡Ay, doña María!

(Se le tira a los brazos)

MARÍA: ¡Pero, Mercedes! No puede ser… ¿Cómo fue?

MERCEDES: Llegó furioso, a la casa… Estaba como loco… Empezó a reclamarme porque dice que yo vine a asustarla a usted, que está enferma del corazón. Yo me defendí…Y entonces, quiso… ¡Ay! ¡Lo odio! ¡Lo odio! ¡Es un idiota! ¡Un imbécil! ¡Un cafre!

Por la derecha entra ÁLVARO Está muy agitado. Sube al portal, ve a JOSEFINA y va a hablarle. Pero al ir hacia ella ve a MARÍA y a MERCEDES Se dirige a la sala.

 

ÁLVARO: (A MERCEDES) ¡Idiota! ¿Qué haces aquí?

MARÍA: ¡Alvarito! ¡Tú también! ¡Espera!

ÁLVARO: ¡Nada de eso! ¡Sabe que estás enferma y todavía viene a darte otro susto!

¡Es el colmo!

(Toma del brazo a MERCEDES e intenta separarla de MARÍA)

MARÍA: (Reteniendo a MERCEDES) No. Espera. Yo…

ÁLVARO: (A MERCEDES) ¡Los trapos sucios deben lavarse en la casa! ¿Nunca te enseñaron eso?

MARÍA: ¡Álvaro!

Entretanto, EMILIO y MARCELA, aún en la terraza, se besan, después de hablar unos momentos más.

JOSEFINA: ¡Virgen Santísima!

(Da media vuelta y camina apresuradamente hacia la sala, mientras dice:)

¡María! ¡María! ¡Ven pronto! ¡Se están besando!

ÁLVARO: ¿Qué cosa?

MERCEDES: ¿Quiénes?

JOSEFINA: ¡Marcela! ¡Emilio!… ¡Se están besando!

MARÍA: ¡Dios mío!

(Como último recurso, se deja caer del sillón al suelo, fingiendo un desmayo.)

ÁLVARO: ¡Mamá!

 

Telón

Fernando Muñoz Castillo

Continuará la próxima semana…

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