Hopelchen y Dzibalchén, Campeche
Mérida, Yucatán, México
CAPÍTULO 7
LA CASA–ESCUELA Y LAS DOS PLAZAS
Ese era nuestro atrio, que en la parte trasera de la iglesia colindaba con la Casa–escuela que el pueblo había llamado así desde su fundación porque en ella, además de ser impartidas las clases, allí mismo habitaban los profesores destinados a la zona. Eran dos amplios corredores en forma de escuadra, en los que por mucho tiempo estuvieron instalados los salones de clases, antes de ser construidos los cuartos en otra nave trasera, que después habían servido para tener separados a los distintos grados que antes, en los salones, estaban todos juntos. Uno de esos corredores miraba a lo que en nuestros tiempos de infancia fue una extensa plazoleta que se utilizaba para terreno de béisbol, cuando se organizaban juegos entre equipos de varios pueblos vecinos, o que también servía para la construcción de la plaza de toros, a la que en los pueblos llamaban tablados, durante las fiestas grandes.
El desnivel del terreno colocaba a la escuela a una altura de algo más de metro y medio por el lado que daba a la plaza, por lo que se hizo necesario la construcción de una doble rampa, sin escalones, para la subida de los chicos a sus clases. Esas rampas se encontraban entre sí por medio de algo parecido a un escenario, que también quedaba mirando para la plazuela y que, en algunas ocasiones, fue aprovechado para pequeñas fiestas organizadas por la misma escuela, o para discursos en algunos actos cívicos. De esta manera, tenían toda la plaza para acomodar al público.
Y en otro de los costados de la plaza se encontraba instalada la Presidencia Municipal, que en aquellos días era un edificio en realidad bastante pequeño, de doble arquería y una tercera nave trasera que albergaba las oficinas de nuestro gobierno y que al mismo tiempo servía de cuartel cuando muy remotamente llegaban tropas militares. En el extremo izquierdo de la segunda arquería, a la vista de todos, quedaba la cárcel municipal que el pueblo llamaba “el calabozo” que era, por así decirlo, casi exclusivamente para borrachines y gente descarrilada que tomaba la mala costumbre de agenciarse las cosas ajenas. Por fortuna, pasaban años sin que se tuviesen graves hechos de sangre.
El cuadro de la otra plaza, la principal, lo formaban las casas “de alcurnia” del poblado. En uno de los costados también formaba parte de ese cuadro la planta eléctrica que era, al mismo tiempo, molino de granos y fábrica de hielo. Anexo a la fábrica de hielo, molino y planta eléctrica – todo en uno – estaba el salón teatro que, ya muchos años más adelante, quedó convertido en el salón de cine del pueblo. Las tres cuartas partes de aquel costado, que estaba integrado por una enorme casa, la planta eléctrica con sus anexos y el salón, eran propiedades de mis abuelos maternos, Adolfo Baqueiro Montero y Rita Lara Sánchez. El total de las otras casas que rodeaban la plaza era también de nuestra familia.
Ya ninguna de esas dos plazas existe, al menos como nosotros las conocimos en los años de nuestra niñez. En la de adelante fue construido “el parque principal”, como le llamó la gente desde su inauguración, y en la de atrás se levantó una serie de construcciones, entre ellas otra escuela “más funcional”, de acuerdo con el decir de las autoridades y el edificio que albergaba, lo que primero fue La sanidad, convirtiéndose más adelante en el módulo del Seguro Social. También se agregó un pequeño parque infantil, y algunos kioscos y locales para la venta de refrescos, de dulces y hasta uno de comida, que incluso servía raciones para llevar a la casa. Fue todo lo que implantó el modernismo.
En esa forma, había cambiado toda la fisonomía del pueblito risueño y pintoresco que yo había conocido y disfrutado en mi niñez. Ahora ya se había convertido en un pueblo más adelantado, un pueblo más unido al progreso que iba llegando poco a poco de fuera, de las grandes ciudades. Ya también era, posiblemente, más próspero que en nuestro tiempo, porque ya estaba más comunicado, con camiones de pasaje que cruzaban por allí diariamente, así como también con automóviles que lo visitaban, aun cuando sólo fuese de paso. Pero, ya todo eso lo había convertido en un pueblo más, igual a otros cientos de pueblos a los que ya había llegado el progreso, haciendo a un lado viejas costumbres, viejas tradiciones y viejos recuerdos entre aquellos a quienes nos tocó vivir sus viejas épocas.
Así que, por ese progreso, Hopelchén ya contaba con una muy útil carretera. Ya contaba también con grandes y modernas casas, ya por sus calles transitaban muchos coches, pero ya no existían aquellas enredaderas siempre llenas de flores, ni aquellas plazas y calles sembradas de piedras, pero eternamente adornadas de fresco y verde césped.
[Continuará la próxima semana…]
Raúl Emiliano Lara Baqueiro