Alegría y Nostalgia, Semblanza de mi barrio XV

By on mayo 26, 2016

Santiago_portada

EL MERCADO

En los primeros meses de 1955, cuando tenía nueve años de edad, cierta mañana mi madre me dijo:

  • Ponte tus zapatos, ve con Carlos al mercado y compra un atado de rábanos, uno de cilantro, una cebolla morada, dos o tres tomates, dos limones, un aguacate maduro y cuatro plátanos manzanos. Aquí tienes ochenta centavos.”

  • Sí, mamá. Enseguida iremos.”

Contento por haber recibido mi primer mandado hasta el para mí lejano mercado de Santiago, cesé mis juegos infantiles con Carlos Jure, abandoné las chancletas, me puse mis zapatos y, como parte de una nueva diversión, ambos nos dirigimos a cumplir con mi cometido, que auguraba un sabroso frijol con puerco para el almuerzo y la fruta como postre. Antes sólo recibía encargos para la tienda de la esquina. Mi amigo era un poco mayor que yo y, desde luego, como ya tenía experiencia en realizar los mandados, él sería el encargado de guiarme y cuidarme en mi desempeño.

Cumplida satisfactoriamente la encomienda, incluso con cambio o vuelto de diez centavos, advertí la importancia de ese centro de abasto que surtía a los vecinos de lo necesario para el consumo doméstico. En sus Memorias del Colegio Americano, de 1950 a 1962, Míster Albert A. Riddering, refiriéndose al mantenimiento del internado de la escuela, que era de unos ciento veinticinco alumnos entre varones y muchachitas, dice: “La encargada del dormitorio de mujeres hacía diariamente las compras en el mercado, el cual nos queda a una manzana de distancia. Se mandaban pedir compras en cantidades grandes para entregar a la cocina.”

La primera etapa del mercado de Santiago se construyó en 1918 o 1919 en el ángulo noroeste del parque, al costado norte de la iglesia. Al principio era un galerón para alojar a los abastecedores.

En el trienio de 1947 a 1949, el mercado fue demolido y edificado nuevamente, con mayor amplitud, así que cuando lo conocí era una construcción relativamente reciente, a la que se le impuso oficialmente el nombre de Santos Degollado, el héroe patrio de la Reforma. Pero el pueblo, fiel a sus tradiciones, hasta la fecha sigue llamando a ese centro de abasto el mercado de Santiago, como igual denominación confiere a todo el barrio.

Al mediar el siglo 20, el mercado consistía en una edificación de mampostería con dos amplios cuerpos principales: uno destinado a los abastecedores de carne de res, cerdo o puerco, como acostumbramos decir, y gallinas y pollos, que en esa época no eran tan abundantes como ahora, puesto que no existían las granjas especializadas en su producción.

El otro espacio del mercado estaba destinado a los vendedores de frutas y verduras, y al frente y al costado norte fueron construidos pequeños puestos o estanquillos para ser utilizados como expendios de fiambres, comidas, refrescos de frutas y embotellados, venta de billetes de lotería, periódicos y revistas, molino y tortillería, y actualmente hasta de los ricos helados Polito.

Grandes casonas adornan los alrededores del parque, entre las que podemos mencionar el edificio de la Junta Superior de Sanidad construido en 1910 que, debidamente remozado por los gobiernos estatal y municipal, así como por el INAH, aloja las oficinas de la Secretaría de Salud del estado. La construcción, de estilo “porfiriano”, ocupa casi toda la manzana y se ubica en la calle 72, entre las calles 55 y 53, o sea entre las esquinas de El Cerrito y La Caperucita Roja, respectivamente.

Otra casa señorial digna de mención es la ubicada en el cruce de las calles 59 y 68 (ángulo noroeste) que fue sede del restaurante Siqueff en la época que referimos. La vivienda, con un hermoso patio central y pasillos con bella arquería, era un atractivo adicional, acorde a la calidad de los servicios que ahí se proporcionaban pues ese restaurante fue uno de los mejores de la ciudad. Por motivos comerciales, en fecha no muy lejana, el negocio se trasladó a la calle 60, a unos centenares de metros de la Avenida Colón y del Paseo de Montejo. La casa santiaguera alberga hoy al Hotel Villa María, con un restaurante de especialidades.

Grato recuerdo tengo del Gran Jardín Radiante, al parecer la primera florería que hubo en Yucatán. Su propietario, Don Alfonso Ontiveros Andrade, adornó el jardín de la entrada a ese negocio con un emparrado de cuyas vides colgaban vistosos racimos de uvas blancas, que en realidad eran sumamente verdes e incomestibles. La casa está ubicada en la calle 70, entre las calles 59 y 61.

El señor Ontiveros fue progenitor de Alfonso Ontiveros Carrillo, muchacho aficionado a la música y muy popular en el barrio, que formaba parte de un conjunto de rocanrol denominado Los Monjes, de efímero éxito en la ciudad. Trasladado a la capital de la República, el joven Alfonso triunfó en el medio musical con su seudónimo de Guadalupe Trigo. Este cantautor falleció trágicamente, a una edad en la que se le auguraban muchos éxitos más.

Una casa más, no de dimensiones ni deslumbrante construcción, pero muy bonita, es la ubicada en el ángulo noroeste de la confluencia de las calles 76 y 57, la esquina de La Tarántula. Se trata de una vivienda del más puro estilo yucateco, con sus más altas paredes de acabado rústico, que aquí se llama richiado, característico de las construcciones domésticas de las décadas de los 40 y 50 del siglo anterior, y cornisas compuestas de bellas molduras de pasta.

El actual propietario, de origen extranjero, estableció ahí la sede de la Promise of Health (Una promesa de salud en Yucatán, A.C.) y tuvo el buen gusto de dejar en la pared frontal de la casa la placa enlozada que señala a los anteriores dueños del predio: Familia Sierra Lira. 76 #487-F. El inmueble perteneció a la familia de mi apreciado amigo, el conocido y respetado notario público Pedro José Sierra Lira, quien es santiaguero de corazón, aunque ahora tenga su residencia en La Ceiba.

No cabe duda: Santiago tiene su encanto.

[Continuará la semana próxima…]

Felipe Andrés Escalante Ceballos

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