Notas a Pie del Año Nuevo

By on enero 8, 2017

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Notas a Pie del Año Nuevo

Paseo Verde. Jóvenes trasnochados en patineta. Están desde las dos de la mañana. Descansan y vuelven a sus prácticas. La pista de deportes extremos por las noches está a oscuras, lo que aumenta el peligro en la práctica casi obsesiva de estos jóvenes que hacen de las caídas y los golpes un triunfo, una audacia en pos de un triunfo futuro.

La Madre dijo que tirarse de un pretil, de un muro, caer de pie, caer de rodillas, barrerse por una base – en el béisbol –, eran todas acciones que producían lesiones a largo plazo, y que eran de efecto retardado. En algún momento de nuestra vida adulta o vejez lo resentiríamos. El Maestro dijo que tarde que temprano la vida pasaría la factura por todos los excesos.

Parejas de amigos y/o novios sentados quizá desde la madrugada, quizá mostrando su interior, quizá disfrazando su personalidad y realidad de falsas verdades, ocultando su pasado, o acaso imaginando un maravilloso y luminoso futuro.

De tanto en tanto, bajo la sombra de los escasos árboles, hay formas y contornos más oscuros; jóvenes que duermen su desvelo, porque que no alcanzaron a llegar a casa y se sentaron a esperar el primer camión, o aquellos que optaron quizá por quedarse a descansar, o simplemente el cansancio de los meses transcurridos los venció.

Hay pocos automóviles circulando. A los costados, la soledad después de las fiestas.

Son la once de la mañana y un solitario caminante avanza por las sendas de los andadores. Quizá no festejó como muchos, se quedó a dormir en casa y recibe el año ejercitándose.

Otros han ido o se están yendo a la playa.

A lo lejos se distingue a una familia de cinco. En fila atraviesan transversalmente el Paseo; cargan con morrales, bolsas y trastes; van al otro lado de la ciudad, alguno de los Vergeles, quizá Pacabtún; aún les espera la fantasmal y desértica sorpresa del centro de la ciudad.

Los remolinos de basura de las fiestas del día anterior.

Plaza Grande. Quizá algunos crean que es una fábula. La Plaza de la Independencia, su nombre oficial, está abarrotada de personas. Turistas nacionales que se pasean de aquí para allá.

Están los habituales de todas las noches, sentados, esperando que el meridiano pase sobre sus testas, esperando los últimos minutos del uno y los primeros del nuevo año.

Pendientes de las lanzas del sempiterno plenilunio que apunta a los dientes del tiempo en lo alto del edificio municipal, conversan, ríen, bromean, recuerdan. Celebran a su manera. Otro año les sorprendió en el punto cero. En el centro del universo político y económico de la entidad. En el corazón neurálgico de la planicie yucateca.

Hay un número importante de personas de otras latitudes pasando el año nuevo entre nosotros.

No sería mala idea hacer algún evento o espectáculo para recibir el nuevo año.

No todos estamos con las familias: algunos no tenemos; otros podríamos percibir unos pesos más por trabajar extra; muchos más queremos festejar en solitario, pero no solos.

Los turistas nacionales y extranjeros dan vueltas y más vueltas por la plaza y calles aledañas. Sus rostros reflejan la alegría y la emoción de la trascendencia de un año a otro. De las metas cumplidas y los propósitos para el nuevo.

En los recibidores de los hoteles entran y salen personas que quieren vivir la alegría de la ciudad, están en Mérida. Pero casi no hay propuestas, ni públicas ni privadas. Todos se han retirado a sus casas, no siempre a festejar.

Muchos trabajan el día primero temprano. Así es la vida.

Frente al océano. Este año me tocó estar con mis hermanos y mis hijos. Vinimos a la orilla del mar a festejar, por lo menos a recibir el nuevo año.

Tú en casa, con mamá, hijos y sobrinos. Conviven a su manera. Tal como lo han hecho desde siempre. Horas antes cenan, brindan y celebran. El nuevo año les sorprende en plena fiesta. Doce uvas.

La arquería del muelle avanza, entra, conquista el mar con su mole de concreto y sus luces artificiales.

Avanzan vehículos de carga. La economía no hace pausas.

Miro la oscuridad que se divide en líquida ondulante, viva, y la etérea, transparente, vibrante y ululante.

La arena muerde nuestra piel y el frío conjunto invita a abrazarnos.

Las estrellas tiemblan. Hay muchos grupos de personas – vecinos, visitantes – frente al mar.

Esperan los primeros minutos y principalmente el despuntar del fuego nuevo de la mañana. Estamos. Vivimos.

Este instante vale por todos los momentos que hemos vivido y nos esperan vivir.

Pero tú y yo no estamos juntos.

El pasado nos divide.

Alguien tronchó nuestras vidas. La tuya y la mía por separado.

Alguien se llevó algo nuestro para siempre y tratamos por nuestros medios resarcir, atrapar otra vez los buenos momentos. Quizá un cachito de felicidad, quizá una hebra de alegría, quizá un breve latido de emoción y vitalidad.

Juan José Caamal Canul

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