Limpiando cajones

By on septiembre 28, 2023

Letras

LI

¿Le ha ocurrido, estimado lector, que de pronto encuentra un papelito con algún número de teléfono inscrito y no sabe de quién es, ni de dónde salió? Limpiando cajones asoman docenas de estos cachitos de papel, servilletas con algún garabateo ilegible, tarjetas de presentación de personas que no volvimos a ver, hojas arrancadas de un block con guías culinarias que jamás seguimos, recetas médicas vencidísimas y una larga lista de curiosidades que lleva tiempo descartar.

Aparecen también, por ahí, agendas que incluyen directorio y datan de treinta, veinte años atrás. Se acumulan las horas mientras rebobinamos recuerdos, porque nos entretiene: desde el índice de números telefónicos cuando fueron de cinco dígitos, hasta la alteración de la correcta clasificación de los nombres, (en vez de asentar en la T: Tijerina, Guadalupe, ponemos en la E: electricista don Lupe), y así nos seguimos de largo con la inutilidad de los teléfonos de emergencia que nunca responden cuando se necesita, tendajos que ya no existen, familias que cambiaron de dirección y, lo más triste, amigos que han fallecido y suman páginas y páginas subrayadas, de modo que cuando se las repasa sugieren un pentagrama de ausencias.

Sin embargo, las agendas antiguas no deben excluirse por aquello de su relativa utilidad, alguna vez. En su apariencia, la tradicional sobriedad del cuero oscuro en las pastas es muy socorrida, pero han variado los conceptos y actualmente tienen demanda otras más flexibles que consignan en su interior filosofía de acceso popular, como son las sentencias de Paulo Coelho. La dependencia del uso de las agendas está asociada con ejecutivos, funcionarios y toda persona ordenada que cubre cierta cantidad de actividades al día, pues viene convirtiéndose en la bitácora de su vida.

En virtud de que en lo personal más bien soy señora de mi casa, casi ajena a compromisos sociales, prefiero las libretas de apuntes en las que sin orden alguno anoto títulos de libros que debo comprar, datos de las investigaciones que realizo, temas que los lectores proponen para abordar en esta columna, aunque de repente también apunto algo para que no se me olvide y luego ya no sé por qué debería recordarlo. Adoro las libretas de pasta dura con portadas de reproducciones de arte, mi favorita hasta hoy es la de “la persistencia de la memoria” de Dalí, pero igual me encanta una de Tamara de Lempika y tengo también de Van Gogh, Cézanne, Picasso y Magritte, regalos de familiares y amigos que las adquirieron en tiendas de diferentes museos, en sus viajes al exterior.

Se cuenta que la libreta más famosa es la Moleskine, de simpleza tal como sus hojas a rayas y puntas de páginas redondeadas, un listón elástico para sostenerlas y un pequeño separador. Negra, de piel, fue imprescindible para bocetos y fichas de artistas y escritores de la vanguardia en París: (Matisse, Picasso, Hemingway, Le Corbusier). Después de casi dos siglos de fabricación en Francia, la Moleskine salió del mercado en mil novecientos ochenta y seis. En ese tiempo, el periodista viajero Bruce Chatwin acude a la papelería por dotación de libretas para su próxima expedición a Australia, cuando le comunican que quedará descontinuada, entonces compra toda la existencia en bodega y la agota con el registro de sus experiencias en el safari.

Debido a que en la publicación de sus vivencias Chatwin menciona la utilidad de sus Moleskine, éstas vuelven a editarse, ya que, en mil novecientos noventa y siete, un impresor italiano, siguiendo las descripciones, produce una libreta parecida aplicando los nuevos formatos digitales y variedad de modelos y accesorios. Hoy en día, es artículo infaltable en el mundillo cultural e intelectual europeo.

Después de limpiar cajones se concluye que, para evitar esos montones de papeles sueltos e inscripciones sin principio ni fin, es conveniente echar mano de un cuadernito para ir suscribiendo todo en un solo lugar, no sea que los márgenes de las hojas de la guía telefónica sean insuficientes y se pierdan cuando toca el cambio. También podría suceder que, pasado un tiempo, cuando se revisen dichas anotaciones realizadas a bote pronto, uno se pregunte: “Bueno, ¿y todo esto para qué era?”

Paloma Bello

Continuará la próxima semana…

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