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Letras y Reflexiones de un Meridano (IV)

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Letras

IV

Educación y Libertad

 

ENSEÑANZA POPULAR EN UN PALACIO

 

13 de agosto de 1998

Érase una vez un palacio de ensueño, hecho de mármol y de piedra caliza, donde niños felices jugaban, corrían, gritaban, soñaban y decían sus primeros poemas, cantos infantiles de amor a la madre, a la Patria, a los héroes. Esos niños venían de lejos, de un pueblo misterioso, indómito, de un país que no se parece a otro, donde los brujos del agua hablaban con las estrellas, traviesos duendecillos de los montes inquietaban a los caminantes y enanos adivinos sabían leer los signos de las piedras. Ese palacio que se antoja de fantasía, de cuentos de hadas, de la tierra inventada del nunca jamás, era, sin embargo, real, pero no de la realeza, sino de la realidad social.

Era el Palacio Cantón del Paseo de Montejo, la más bella avenida de la ciudad de Mérida, y los niños que allí estudiaban eran alumnos de la Escuela Primaria “Hidalgo”. Tuve la fortuna de ser uno de aquellos niños, pocos en el mundo, quizá los únicos en un país emergente como el nuestro que han tenido el privilegio de aprender las primeras letras en un palacio que era escuela.

Allá por los años de 1940, mis padres mudaron nuestro domicilio de una antigua casaquinta de la entonces lejana colonia “García Ginerés” a un modesto predio del populoso barrio de “Santa Ana”, a pocos metros del Palacio Cantón y del Paseo de Montejo. Desde entonces mi pequeño mundo giró alrededor de esos lugares.

No obstante mi precoz disposición para el aprendizaje, me contaban mis padres, tuve que esperar hasta la edad de 7 años para poder ser inscrito al primer grado de enseñanza primaria. Entre tanto, una vecina generosa me enseñó el abecedario y entonces recurrimos a un ameritado maestro, amigo de la familia y precisamente director de la Escuela, el Prof. D. Remigio Aguilar Sosa, quien sugirió que fuese su hijo mayor quien me diera por las tardes mis primeras lecciones.

Don Remigio era un ser increíble de otro tiempo. Enérgico, pero amable y gentil, tenía el porte distinguido de un caballero de la centuria pasada. Impecablemente vestido, de traje completo, corbata y polainas, vigilaba la entrada y salida de los alumnos. Era todo un señor en su palacio. Un pedagogo al servicio del pueblo, que dirigía esta escuela de niños pobres desde un bellísimo edificio envidiado por la alta burguesía. Ojalá que algún día le sea devuelto este palacio a los niños de Mérida. Sería un magnífico centro cultural infantil. Su utilización actual no es la más apropiada. La disposición de sus naves y sus muros interiores, lamentablemente derrumbados para volverlos corredores, no son la mejor opción para los requerimientos de la museografía.

Todos estos recuerdos y pensamientos me han venido a la mente porque hace algunos días las autoridades municipales anunciaron un proyecto para el rescate del mencionado Paseo Montejo y la integración posterior de un Comité para evitar que de nuevo caiga en el abandono. Mea culpa que constituye una severa autocrítica a sus pares que durante la última década han gobernado el Municipio, y un tácito reconocimiento de la situación en que se encuentra la ciudad.

En aquellos años, la “Hidalgo” fue el mejor ejemplo de escuela pública, oficial, laica, nacionalista, antiimperialista y gratuita. Todo lo que actualmente asusta a las buenas conciencias, a la gente bonita de nuestra burguesía que sabe de billetes pero que carece de sensibilidad social y de conocimientos de pedagogía.

Cientos de niños pobres, mis condiscípulos, hijos del pueblo, recibimos la mejor formación cultural y espiritual que pudo habernos dado el Estado Mexicano. En la mayoría de los casos, para nuestros padres era imposible que pudiesen decidir sobre nuestra educación. Por eso resolvieron que fuesen los maestros quienes se hiciesen cargo de esta tarea. No podía ser de otra manera y eso fue lo mejor. Los resultados están a la vista: magníficos médicos, destacados abogados, distinguidos maestros, hombres de bien útiles a la sociedad, salieron de los jardines y de los salones del Palacio Cantón y de la Escuela “Hidalgo”.

Siempre he pensado que la educación es la mejor arma de que disponen los pueblos para alcanzar su liberación. Educar para la democracia y para la libertad, con igualdad de oportunidades, es la meta de un estado moderno con raíces populares. En este sentido, la experiencia histórica es muy importante para no olvidar quiénes somos y de dónde venimos. Debemos recordar, aunque ahora rara vez se mencione para no incomodar a nuestros vecinos y poderosos socios de los tratados de libre comercio, que en este país, a principios de siglo, en 1910, hubo una revolución social, producto de la opresión y de la injusticia, del analfabetismo, del hambre y de las enfermedades; y que nuestro desarrollo económico y social a partir de 1917, con la promulgación de nuestra Constitución General de la República, obedeció a un nuevo orden en el que se propuso el equilibrio de los factores de la producción, capital y trabajo, para llevar la justicia social a las mayorías.

En todas partes, la ausencia de libertades y la falta de educación generan desigualdad, retraso, pobreza, hambre y miseria. Masas empobrecidas, por hambre, derrumbaron los muros de la Bastilla en París y dieron origen a la Revolución Francesa, con sus postulados universales de libertad, igualdad, fraternidad. El hambre derrumbó también las puertas del palacio de invierno de los zares de Rusia, a principios de esta centuria, con la revolución bolchevique. El pueblo hambriento derrumbó la Alhóndiga de Granaditas, en la gesta heroica de nuestra Revolución de Independencia.

México se debate hoy en problemas económicos que pueden suscitar fenómenos sociales de inconformidad y violencia. El hambre es mala consejera. La escuela pública debe tender la mano al pueblo y preparar a sus hijos, a los niños de hoy, para afrontar los retos del porvenir son las generaciones jóvenes, quienes, con su talento y fortaleza, podrán defender mañana nuestra soberanía y nuestras instituciones. El futuro de este gran país descansa en la educación y en la libertad.

Luis F. Peraza Lizarraga

Continuará la próxima semana…

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