La Visita

By on julio 7, 2017

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XI

La Visita

Esa noche, Ramona se sentía un poco inquieta. Aunque todo parecía normal, sentía que algo en el ambiente era distinto. No alcanzaba a comprender qué le inquietaba; todo parecía igual y rutinario y, sin embargo, en el ambiente flotaba algo…  Ese algo, ese “no-sé-qué” que despierta el sexto sentido femenino.

Se incorporó de su lecho. Le pareció escuchar un ruido donde los niños y quiso ir a verlos.

–“¿Dónde vas?” le preguntó su esposo.

–“Voy a acechar a los niños” –le respondió–. “Creo que Nico está despierto.”

Nico, de un año, y Felipe, de tres, dormían separados de ellos por una mampara fija de madera en esa casa antigua que se encontraba en el centro del pueblo, frente a la explanada que generalmente se utilizaba para los juegos de béisbol. La habitación era muy amplia, diez o doce metros de largo, con grandes ventanales protegidos con barrotes de hierro; de hecho, resultaban puerta-ventana en esos balcones bajos que daban directamente a la calle.

El pueblo, aunque de relativa importancia económica, aún no contaba con luz eléctrica, pero el Gobierno les había ofrecido que antes de que concluyera ese año de 1957 ya contarían con ella.

–“¡Más cuentos!” decían en el pueblo.

–“Espera, yo voy” – le dijo su esposo, al momento que cerraba la novela que leía a la luz de una “coleman» de gasolina. Tomó la lámpara sorda, o foco de mano como se le conocía en el pueblo, que siempre tenía a mano, y fue a ver a los niños.

Esos momentos de relativa soledad fueron angustiosos para Ramona: la noche, bastante fresca, y la luna, que iniciaba el menguante, permitía cierta claridad en el exterior. Ramona, acostada con vista a la ventana que tenía abiertas las hojas superiores, observaba la penumbra del exterior y al interior. La lámpara a sus espaldas acentuaba las sombras que se reflejaban en esas altas paredes.

– “Todo está bien” – le dijo su esposo al regresar, y se acostó nuevamente a su lado.

Ella fijaba la vista en la ventana; el ruido de la lámpara incandescente parecía más alto de lo que en realidad era, y acallaba el cantar de los grillos y las cigarras. Miró a su esposo, le vio tranquilo, “metido en su lectura”. Regresó la vista hacia la ventana…

¡Una sombra!

Le pareció ver una sombra que subía por los barrotes. Fijó la vista para cerciorarse.

¡Sí, una sombra! Por su mente pasó la imagen de un “fisgón” y, con mucha dificultad, sin quitar la vista de la ventana, trataba de avisar a su esposo. Trataba pero… no se podía mover, los brazos le pesaban y los labios parecía tenerlos sellados.

–“¿Qué te pasa?” – le preguntó él, con ternura. La voz de su esposo le ayudó a reaccionar y atropelladamente le dijo:

–“¡La ventana! ¡Un hombre en la ventana! ¡Un mirón!”

Su esposo se incorporó, y a veloz carrera se dirigió a la calle por la puerta del frente. Aun cuando tenía en sus manos la lámpara sorda, no la necesitó para contemplar la soledad de la larga calle, iluminada por la luna. Retornó al lado de su esposa y le dijo:

–“Creo que el cansancio te está haciendo ver visiones y yo, con esta mala costumbre de leer hasta tarde, no te estoy ayudando. Voy a apagar la lámpara para que nos durmamos.”

–“No, no te preocupes, no me molesta” – dijo Ramona. Ella pensaba que la luz de la lámpara le ayudaría a calmar su inquietud, pero prefirió callar.

–“Mejor apago” – insistió él. “Ya son la 1:30 de la noche y mañana temprano tenemos mucho trabajo.”

Ramona seguía nerviosa, seguía viendo hacia la ventana donde se observaba a plenitud la luz lunar. Los barrotes de la ventana los distinguía a perfección. Hacia el interior, al haberse apagado la “coleman«, silencio profundo. Ya no se reflejaban las sombras, lo que se reflejaba ahora era un rayo de luna sobre una silla que estaba cerca de la ventaba.

Regresó la vista a la ventana, y nuevamente la sombra aferrada a los barrotes. El temor le hizo cubrirse la cara con el cobertor para no ver; como si al no ver, desapareciese la visión. ¡Casi temblaba! No casi. ¡Estaba temblando!

Quiso despertar a su esposo, quien ya había conciliado el sueño, pero prefirió cerciorarse de la visión, y lentamente se fue descubriendo la cara. Los ojos fijos en la ventana…

¡No! En los barrotes no estaba colgando sombra alguna.

¿La sombra? ¡En el interior! Junto a la silla que iluminaba el rayo de luna. Se desplazó.

¡No! No era una sombra…

¡Era su tía! La cara de su tía Zoila, iluminada por ese rayo de luna. Quiso articular palabras, pero aun cuando esta vez sus labios no estaban sellados, tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar. Todo su cuerpo, piernas y manos, le pesaban, sólo acertó a cerrar los ojos.

Nico lloró, en esta ocasión lloró, y gracias a ese llanto Ramona pudo reaccionar.

–“¡Hay algo!” – gritó. Tomó la lámpara de mano junto a ellos y corrió a ver a su hijo. Generalmente los llantos nocturnos de los niños eran atendidos por su esposo por lo que éste, cuando la alcanzó junto a los niños, estaba confuso.

–“Estás muy nerviosa, Ramona” – le dijo. “Permíteme que te ayude, no pasa nada malo” – insistió.

Ella abrazó al bebé, y juntos se acercaron a Felipe, quien dormía profundamente.

Ramona le platicó la visión a su esposo, quien había vuelto a encender la lámpara.

Cuando ya la calma había retornado, y los niños se encontraban tranquilos en sus lechos y se disponían a acostarse nuevamente para dormir, vieron junto al respaldo de la silla que estaba cerca de la ventana un colorido rebozo que pertenecía a la tía Zoila.

– “¿Tú dejaste este chal acá?” – preguntó el esposo.

–“No” – contestó Ramona. “Este chal es de mi tía” – dijo intrigada.

–“Sí, sé que es de tu tía. ¿No crees que debes devolvérselo?”

–“Se lo devolví hace como dos meses, estoy segura” – dijo Ramona, confusa. “¿Cómo habría llegado hasta acá?” – preguntó.

–“No inventes” – le dijo su esposo. “Estás muy cansada y muy nerviosa; esto te puede conducir a imaginar cosas. Mejor nos acostamos a dormir.”

Cerca de las cinco de la mañana fueron despertados por insistentes llamadas a la puerta.

–“¿Qué sucede?” – preguntó Ramona a su esposo cuando regresaba de atender a quien había estado llamando.

–“Era Narciso, que está de paso, viene de tu pueblo, y le pidieron que nos informe que a la dos de la mañana falleció tu tía Zoila.”

Ningún comentario. Ambos se quedaron pensativos. Ramona, sin decir palabra, fue a la cocina a calentar agua para café, y regresó con dos biberones de leche para los niños.

Tanto ella como su esposo se vestían para iniciar los preparativos para asistir al velorio de la tía cuando nuevamente tocaron a la puerta. Ramona se asomó por la ventana y vio a Filemón quien jadeante le dijo:

–“Doña Ramona, vengo a informarle que su tía está muy mala.”

–“Gracias, Filemón” –contestó.

– “Falleció a las dos, pero media hora más tarde resucitó y sus hermanas de usted me pidieron que corra a avisarle que está muy mala.”

Ramona le dijo a su esposo que quería ir lo más pronto posible a ver a su tía, por lo que éste fue a buscar al compadre Chalín, para que le diese en arrendamiento su automóvil a fin de trasladarse al pueblo de la tía, que distaba dieciséis kilómetros, ya que el camión de pasaje que les podría llevar pasaba a las nueve de la mañana y se tardaba mucho en el trayecto de ese camino tan malo.

Chalín se portó a la altura: “Claro que sí, compadre, faltaba más” – le había dicho. “Vamos a ponerle gasolina y a inflar la llanta de refacción; no sea que la necesites.”

Hicieron los arreglos necesarios y el auto le fue entregado.

Antes de regresar a la casa en busca de Ramona, pasó por el mercado y dispuso con su ayudante lo que tendría que hacer en el rancho durante su ausencia. Cuando ya estaban listos para partir, cerca de las siete de la mañana, nuevamente llamaron a la puerta y Ramona atendió a Desiderio, el vaquero del rancho de su cuñado.

–“Buenos días, patrona” – le dijo, al momento que se quitaba el sombrero en señal de respeto.

–“Buenos días, Desiderio. ¿Cómo sigue mi tía?” – preguntó.

–“Por eso estoy acá, patrona; para avisarle que ya se murió.”

–“¿A qué hora fue?” – preguntó nuevamente Doña Ramona, ya sin asombro alguno.

–“Como a las cuatro de la mañana, por eso le vine a avisar, para que usted vaya con calma. El entierro va a ser a eso de las cinco de la tarde, con el permiso de Dios, nuestro señor.”

En el velorio, aunque se denotaba la tristeza por la tía, esta situación era esperada: ella ya era bastante mayor y había caído enferma semanas antes, por lo que su fallecimiento no fue sorpresa alguna.

Los pormenores se platicaban abiertamente entre los miembros de la familia.

Ramona estaba consternada. Ella prácticamente había crecido con la tía, y lo sucedido esa noche le había alterado los nervios. Además, pensaba, no la había visitado con la frecuencia debida durante su larga enfermedad; claro está, debido a los requerimientos de atención por parte de sus hijos.

–“Así es, hermanita: la tía ya estaba cansada, ya desvariaba mucho, Dios la tenga en su seno. Fíjate que se iba y volvía. No sabíamos qué hacer. El doctor nos decía que su corazón estaba muy cansado, era cosa de esperar. Hubo un momento que nos pareció que recuperó su lucidez, pues platicó con voz clara, como si estuviese sana, creemos que fue por ser su despedida; es más, nos dijo que fue a visitarte, que conoció a tu hijo chico, pero que era muy llorón y no pudo abrazarlo. Además, dijo que te había dejado el chal de colores que tanto te gustaba. Claro que todas nosotras sabemos que eran figuraciones.”

Ramona, sintió un cosquilleo que le subió por la espalda; después de un ligero traspié, recuperó la calma y contestó:

–“Así es, seguramente la tanta calentura hacía desvariar a la pobre tía” – dijo.

Esbozó una discreta sonrisa y se acercó al féretro. Allá, la Tía parecía responderle con una sonrisa de complicidad.

Ramona lo sabía: la Tía le había obsequiado con su última visita.

Naser Badí Xacur Baeza

HacedorXI_1

Continuará la próxima semana…

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