La Conjura de Xinúm – V

By on agosto 26, 2021

V

III. Fracasa la aprehensión de Chi y de Pat

En cuanto el gobernador de Yucatán tuvo noticia de estos sucesos, ordenó que sin tardanza se procediera a aprehender, juzgar y condenar a Cecilio Chi, Jacinto Pat y a todos los indios que estuvieran comprometidos en la conjura descubierta. Para el gobierno esta no era ya suposición militar ni ardid de los blancos, sino realidad que no admitía dudas. Con tal orden, el jefe político de Tekax –dentro de cuyo partido estaban los cacicazgos de aquellos hombres– dispuso que los coroneles Antonio Trujeque y Vito Pacheco llevaran a cabo las aprehensiones. Con un piquete, estos militares salieron de Tihosuco y se dirigieron en secreto hacia el pueblo de Culumpich. Por la cautela de su marcha, parecía que iban a cumplir con la consigna que tenían.

Pero entre ellos y dichos caciques existía vieja amistad política; en tiempos pasados habían tomado parte en campañas de partido y, la verdad, no era fácil poner esto de lado por más graves que fueran las circunstancias presentes. La complicidad tiene sus derechos, De ahí que los primeros pasos de Trujeque y Pacheco no pasaran de ser mera simulación y tanteo y lo que hicieron fue lo siguiente:

Una vez en Culumpich, dejaron en un retén la tropa que traían y sin ayudantes se presentaron en la casa de Pat, donde por cierto no había apostada ni una mala guardia. La casa estaba abierta de par en par. Encontraron al cacique tranquilo, libre de temores y entregado a sus faenas de campesino. Pat recibió a sus amigos de buen grado y sin recelos, después de invitarlos a beber y a comer, los hospedó y colmó de agasajos.

Cuando al día siguiente conoció el objeto de la visita de sus antiguos correligionarios, no pareció darle importancia y con naturalidad dijo que las especies que corrían eran falsas y calumniosas. Sin ambages, mencionó las gestiones que él y otros caciques venían haciendo ante el gobierno con el fin de aliviar la situación de los indios, cada vez más agobiados por gabelas y tributos. Luego enumeró uno a uno los martirios que éstos sufrían en las haciendas y en las casas particulares, donde se les tenía punto menos que como esclavos. Al hablar de Manuel Antonio Ay dijo:

“Con Ay se ha cometido una injusticia, pues era hombre bueno y de firmeza. Estoy seguro de que las declaraciones que, según dicen, hizo antes de morir fueron inventadas por sus enemigos. Aquellas palabras no pueden ser suyas. Ay no tenía condición para tales flaquezas ni menos era capaz de denunciar a nadie. En cuanto a las cartas de que se habla, imagino que carecen de importancia o su texto verdadero debe ser muy otro.”

Convencidos o no de la sinceridad y de las palabras de Pat, los coroneles, después de recoger su tropa, regresaron a Tihosuco para dar cuenta del resultado de las gestiones que habían hecho. Entonces Trujeque mandó al capitán Miguel Beitia que se trasladara a Tepich e invitara a Cecilio Chi a presentarse en Tihosuco con el fin de concluir una diligencia ordenada por el gobierno.

Acompañado de una escolta, Beitia se encaminó a Tepich; recorrió el pueblo y sus alrededores, pero no le fue posible encontrar a Chi, pues éste no se hallaba ni en su casa ni en los sitios que le indicaron algunos vecinos. Ya se volvía a dar parte del fracaso de su misión cuando alguien le informó que el cacique se encontraba en la taberna de una tal doña Ricarda Reyes, conocida partidaria de los indios. Beitia se encaminó a dicho lugar y allí encontró a Chi en medio de sus partidarios. A juzgar por la cara que tenía y el destemple que mostraban sus palabras se podía colegir que no celebraba ninguna fiesta.

Aunque Chi estaba borracho, se mantenía erguido y con buen ánimo y sus dichos revelaban furia e indignación y, sin importarle que le escucharan extraños, a gritos se lamentaba de la situación de los indios, pero muy especialmente del fusilamiento de su amigo Manuel Antonio Ay.

–Fusilar a un hombre como Ay –decía– ha sido un acto cobarde y una insensatez.

Auguró luego que tal crimen no quedaría sin venganza, pues con él se había rebasado la medida de las vejaciones y de las injusticias que sufría la gente de su raza. De mendaz y traicionero calificaba al gobierno. Beitia no se dio por enterado de estas palabras; se acercó a Chi y le transmitió el mensaje de Trujeque. Al oírlo, el cacique se demudó, pero en el acto se repuso y, en términos corteses, prometió acudir a la cita tan pronto como le fuera posible. Beitia le agradeció su buena voluntad, pero no esperó más, recogió su tropa y volvió a paso veloz a Tihosuco.

Casi tras Beitia, Cecilio Chi abandonó la taberna y se refugió en la choza de un amigo, donde pasó la noche. Al amanecer, lúcida su cabeza, pensó que la suerte estaba echada; que ya no era posible retroceder en la empresa y que sobre él y los otros caciques se cernía un inminente peligro. No tuvo la menor duda de que la cita de Trujeque era una trampa y que éste, al verse burlado, no tardaría en volver sobre sus pasos. Lo único, pues, que le quedaba por hacer era empezar la lucha. Nadie se le podía oponer. Desde este momento entró en acción y así envió mensajes a varios caciques amigos, apremiándolos para que tuvieran a punto armas y hombres pues la guerra tantas veces prevista iba a empezar y probablemente enseguida.

Por desgracia, uno de sus mensajes cayó en manos de un espía y de este modo Trujeque se enteró de la actitud subversiva de Chi y comprendió el error de no haberlo hecho preso. Decidió entonces recuperar el tiempo perdido.

Ermilo Abreu Gómez

Continuará la próxima semana…

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