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Frida Kahlo y Siqueiros en París

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Arte

Gracias al libro de Jaime Moreno Villarreal Frida en París, 1939 (México: Turner, 2021) sabemos ya de sobra que Frida Kahlo estuvo muy descontenta en su viaje a Francia en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, y que no se sintió muy a sus anchas en el departamento del 42 rue Fontaine, donde la recibieron André Breton, Jacqueline Lamba y su hija Aube, ya que, entre otros problemas, el sitio no contaba con baño privado y había que calentar el agua quemando carbón.

Frida Kahlo se queja, además, en sus cartas a Diego de la gran exigüidad del departamento, que contaba con tan sólo dos habitaciones repletas de “cachivaches” surrealistas. Con esto Frida se refería, por supuesto, a la gran colección de objetos de toda índole que Breton coleccionó a lo largo de su vida, entre los cuales llegaría a acumularse con el tiempo una gran abundancia de piezas de América y de Oceanía, sin hablar de las obras de algunos de los mayores exponentes del arte moderno como De Chirico, Picabia y Miró.

Más allá de la crítica de Frida, quien al no aguantar ya la vida con los Breton se cambió muy pronto al hotel Regina cerca del Louvre, uno no deja de maravillarse de que fuera en tan exiguo lugar que se desarrollara uno de los capítulos más importantes de la aventura de las vanguardias, ya que Breton habitó el lugar desde 1922 hasta su muerte, e hizo de este el “centro del movimiento surrealista”, como reza la placa que se instaló ulteriormente en la fachada del edificio.

De los muchos artistas que Frida conoció en París personalmente a partir de la invitación de Breton a participar en la exposición Mexique, al parecer sólo le cayeron verdaderamente en gracia Marcel Duchamp y su pareja Mary, a quien elogia abundantemente.

También habla bastante bien de Yves Tanguy, quien le pareció simpático. De este último cuenta cómo vendía sus cuadros por casi nada para darse el placer de una borrachera que duraba días.

De Wolfgang Paalen, quien todavía no llegaba a México, considera que era el mejor de los surrealistas. También se puede percibir en sus escritos que el afecto que siente por Alice Rahon se acrecienta a medida que la va conociendo mejor.

Si bien es cierto que a lo largo de sus cartas Frida Kahlo se queja de la mala organización de la exposición que le había prometido Breton, lo cierto es que el día mismo de la inauguración, a la que por poco no asiste por no aguantar a los “intelectuales” parisinos cuya frivolidad le parece insoportable, se sintió suficientemente satisfecha con el resultado final para manifestárselo así a Diego Rivera.

Por ejemplo, se alegra de que estuvieran presentes pintores como Kandinsky y Miró. También le cuenta a Diego como Picasso, quien no se había presentado a la inauguración por una desavenencia temporal con Breton, le mandó sin embargo un mensaje de felicitación. Lo cierto es que, a pesar de la espera, el vernissage parece haber sido un éxito.

Más allá de este evento al que asistieron algunos de los grandes nombres de la “escena artística” del París de la época, entre las muchas otras anécdotas interesantes que nos reporta Moreno Villareal en su investigación se encuentra la visita que David Alfaro Siqueiros le hiciera a Frida en la capital francesa.

Según le cuenta Frida a Diego, el pintor la trató “amabilísimamente” las dos o tres veces en que se vieron, si bien no pudo dejar de despotricar violentamente contra el Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente que acababan de firmar en México, en 1938, Breton y Rivera (éste último en nombre de Trotsky, como se sabe).

Este pequeño episodio, así como el hecho de que Frida se lo comentara tan vehemente a Diego, es sin duda interesante porque revela el impacto que el pequeño escrito tuvo sobre el muralista quien poco después –el 24 de mayo de 1940– participaría en el primer intento de asesinato a Trotsky en México.

Desde el punto de vista de la historia del Arte, se puede especular si la furia que le había provocado el manifiesto a Siqueiros, furia de la que Frida fue testigo en París, no atizó la forma tan violenta en que el “coronelazo” vituperó a lo largo de su vida toda manifestación artística mexicana que no coincidiera con su programa ideológico.

En todo caso, la reacción de Siqueiros frente al manifiesto de 1938 es una pieza más para defender la idea según la cual la llamada “Ruptura” habría empezado en realidad con la llegada de Breton y de los demás surrealistas a nuestro país a finales de los treinta e inicio de los cuarenta del siglo XX, es decir, al menos una década antes de la apertura de la Galería Prisse en 1952 y de la publicación de la Cortina de Nopal de Cuevas en el periódico Novedades en 1956.

ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU

garciabrosseaue@gmail.com   

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