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Don Homobono

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Letras

Parsifal

[Serapio Baqueiro Barrera]

(Especial para el Diario del Sureste)

 

No es su nombre verdadero, su nombre de pila, como él nos diría; pero nadie sabe el nombre que cuando nació le impusieron sus padres.

Llamáronlo así porque el tema predilecto del que trata en todas sus conversaciones es el de la bondad… ¿Es bondadoso el hombre que no hace el mal, pero que tampoco hace el bien?

El que no inventa una calumnia por falta de imaginación, pero se hace el difusor de las calumnias que escucha, ¿no es acaso un colaborador de los difamadores?

Don Homobono no puede resistir a la tentación de repetir las calumnias que se fraguan contra la reputación de una persona a la cual ni siquiera ha visto.

Repite el chisme únicamente para ver el efecto que produce en sus oyentes. Después dice: “Yo me lavo las manos como Pilatos”, y luego endilga una frase latina.

Su voz es unciosa y su aspecto es de seminarista.

¿Qué poder humano podría cambiar la entonación de su voz que parece descender desde la altura de un púlpito?

Sus ayunos, vigilias y abstinencias de toda clase, que dejan en rebeldía los humanos apetitos; sus actitudes de profunda reverencia, sus largas prosternaciones ante las estampas místicas y la negra sotana, robaron a su cuerpo la juvenil frescura y le infundieron ese indeleble aspecto ascético.

Ya iba a ordenarse y quién sabe por qué motivo don Homobono desertó de las aulas del Seminario Conciliar.

Y ahora habla hasta por los codos y refiere cuentos picarescos de abate que en el seminario aprendió mundología.

¿Qué es mundología…? ¿Es arte o ciencia…? Las dos cosas puede ser, según el punto de vista desde el que se le considere, nos dice una persona docta en la materia.

Puede ser el arte de seducir, formando un juego a manera de proyectiles, pequeñas cosas, gratas a la mujer, bagatelas que se reducen a la nada, como vistosas pompas de jabón, pero que atrajeron su coquetería siempre vanidosa.

Y puede ser ciencia, según graves doctores en teología, en la cual se trata in extensum de los enemigos del alma: el demonio y la carne.

Concupiscencia es el título de un libro que escribió en la época del rey Luis XIV de Francia, Bossuet, que entonces era obispo de París.

Hay muchas clases de concupiscencias, pero principalmente son concupiscentes los que sufren las tentaciones del demonio y de la carne; y el demonio que todas las formas reviste para hacer pecar a los hombres en la carne espléndida de placer, se ostenta en carne que, después, se torna triste y dolorosa según el obispo de París.

Don Homobono es célibe; vive como un ermitaño en una choza de paja que mandó construir en el centro de un vasto terreno.

Es dueño de un numeroso rebaño de cabras; a prima noche, sale de su retiro para asistir a una tertulia suburbana y ahí se deleita escuchando los chismes del día, las terribles murmuraciones, las infames calumnias que al día siguiente les cuenta a sus vecinos, lavándose las manos como Pilatos, porque amparándose con esta frase el viejo seminarista cree que no peca.

 

Diario del Sureste. Mérida, 8 de abril de 1935, p. 3.

[Compilación de José Juan Cervera Fernández]

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