Opinión
Edgar Rodríguez Cimé
Último caso de “cultivo yucateco”: la escritora Erika Millet
2023: ¿Qué sucede en la Secretaría de Cultura de Yucatán que las llamadas telefónicas son para externar enojo, burla, asombro, ironía, quejas, contra el jurado del Premio Nacional de Cuento “Beatriz Espejo” en el reciente Festival Internacional de Lectura de Yucatán (FILEY)?
¿Por qué el enojo de escritores del país participantes en el mencionado premio, que no aceptan el veredicto del jurado? ¿Contra qué están en desacuerdo? ¿A qué se deben las molestias en contra de la ganadora, la yucateca Erika Millet? Por cierto, una desconocida como autora de libros entre las huestes de escribidores de los dos clubes, más los que escriben aparte, sin ninguna publicación que avale trayectoria y talento.
Dos años estuvo como Secretaria de Cultura panista, en los cuales no hizo absolutamente nada por los artistas yucatecos; apenas dejó el cargo por una nueva, maquiló su propuesta para participar como creadora, cuando posee rango de funcionaria, precisamente de la dependencia de gobierno que convoca al citado premio.
Para confirmar su “pasaporte” de funcionaria de gobierno, anteriormente fue Directora de Turismo, del Hache (es un decir) Ayuntamiento de Mérida, y es muy conocida como empleada de gobierno. Nunca en anteriores emisiones se había suscitado protestas y quejas contra los organizadores de este -hasta antes de este balconeo público- prestigiado premio.
¡Una verdadera falta de ética!
2021-2022: apenas la cambiaron por otra secretaria de Cultura, la joven Erika Millet, aún sin publicar, pero con un talento que se le derrama, decidió participar en el Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo, por 75 mil pesotes, animada por talentos locales de los clubes de escritores, que le ofrecieron apoyo para pulir su propuesta individual.
Erika tomó su lap última generación y comenzó a derrochar creatividad. Luego de meses de tallereo, dio a luz la obra, entre ideas prejuiciadas, filtros racistas, y sobrevaloración de valores cristianos, como directriz de la narrativa. Apenas entregó el texto, comenzó la chamba literaria de los asesores.
Participaron en la eliminación de frases, corrección, propuesta de ideas, cambio de personajes y enriquecimiento de narrativa, haciéndola menos conservadora y moralista, escritores tanto del Club I como del Club II, gentes con verdadero talento para desechar, corregir, pulir, cambiar y reforzar la historia, a fin de superar su nivel moral de Colegio Teresiano.
Ella aceptó cualquier cambio, siempre y cuando no le toquen, ni con el pétalo de una rosa, sus valores cristianos. Los asesores aceptan el reto, y echan mano de toda su trayectoria, modelos narrativos, ideas nuevas, propuestas ad hoc, hasta casi consultar con Premios Nobel, para quedar el escrito con un nivel de concurso.
Solamente un pequeñísimo detalle en el jurado: por la tremenda emoción, ni el escritor Will Rodríguez, ni un investigador serio de la UADY como Alejandro Loeza se dieron cuenta que, al dar el veredicto y aceptar a la ganadora, estaban violentando el espíritu de la convocatoria, permitiendo participar como “escritora” a una funcionaria de gobiernos municipales y estatales.
A la autora del premio, Beatriz Espejo, no la podemos señalar como jurado que también avaló lo incorrecto, sencillamente por formar parte de la misma clase social: “la mediocre y envidiosa élite meridana” (el escritor Joaquín Peón dixit).
Entre quienes colaboraron al “cultivo de la escritora” Erika Millet estuvieron: Beatriz Espejo, quien aprovecha para darse vida de reina cuando viene a Yucatán; el astro boy del Centro de Escritores de Yucatán; así como el nuevo ganador de novela; los doctos jurados, lo mismo que la nueva secretaria de cultura, quienes no dijeron “ni pío”.
Resultado: tiene razón Conrado Roche, inaugurador de la nueva narrativa en Yucatán cuando dice que aquí no se necesita talento para ser reconocido como un “artista”; basta un buen círculo de “cultivadores” para dar a luz a “los nuevos creadores de arte contemporáneo”. ¿Verdad, Erika?
2023: como asesores, jurados y autoridades de cultura, se pasaron por las ingles la ética del concurso, dando por bueno el premio para Erika; esta lo aceptó gustosa al momento, mas no imaginaba el polvo que levantaría su premiación por considerarse incorrecta, sin ética y gandallezca, como los “blancos”: criollos, libaneses y meridanos ricos, del norte de Mérida.
Cuando comenzaron los telefonazos en protesta por esta irregularidad, tanto en la Secretaría de Cultura, como en su cel, de amigos, conocidos y gente nueva que había conseguido su teléfono, no se la acababa de tan gruexa: “¡No tienes vergüenza!” / “Eres una impostora” / “¿Escritora o Secretaria de Cultura?” / “¡Tramposita!” / “¡No tienes clase!”.
Ella se paró en el espejo, y sentenció: ¡No me importan las protestas! / ¡Es por envidia! / Ya quisieran, quienes me critican! / ¡Que se vayan a la ….! / ¡Shit! (Mierda).
Entonces se proyectó su alma, apuntalada por toda su estirpe venida hace 500 años a Mesoamérica: decidió, como le enseñó su moral: “Llueve o truene, yo no devuelvo ese dinero”, según comentó la autora premiada al periódico La Jornada Maya, donde lo leí para redactar esta nota surrealista para lectores interesados en novedades literarias.
edgarrodriguezcime@yahoo.com.mx
colectivo cultural “Felipa Poot Tzuc”