El Humorismo en Yucatán (XV)

By on octubre 4, 2018

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VII

8

Todos los años, el día de San Francisco de Paula, el General Cantón festejaba en Valladolid el aniversario de su nacimiento. Aun cuando viviera en Mérida, emprendía el viaje para festejarlo. Ese día, la casona señorial donde había vivido tantos años se llenaba de gente que iba a saludarlo, a darle el abrazo cariñoso. Allá iba la comadre llevando de la mano al ahijado, y éste llevando en la mano el pavo que iba a regalar al padrino. Eran muchos los compadres y muchos los ahijados. Casi todo el pueblo. Para agasajarlos, en el patio de la vieja casona se servía un opíparo almuerzo.

El Vate Correa había oído hablar de esos días de santo del general Cantón y quiso dar fe. Un día 2 de abril tomó el tren y se fue a Valladolid para darle el abrazo a su amigo el general.

La contagiosa alegría de los que allí estaban lo embriagó. Y llegada la hora comió hasta hartarse. Gustó de aquel escabeche de pavo, estilo Valladolid; probó relleno negro hecho con mucho chile quemado y, satisfecho el estómago, se retiró a tiempo para tomar el tren que lo había de regresar a Mérida. Al llegar a la estación de Dzitás, el Vate empezó a sentirse inquieto, pero hizo caso omiso de aquellas advertencias intestinales.

Mas cuando el tren se detuvo en la estación de Cansahcab, el Vate se levantó de su asiento y se dirigió al extremo del vagón donde había un pequeño reservado. Intentó abrirlo y no pudo. Estaba cerrado con llave. Se dirigió al retranquero que estaba en la puerta y le pidió que lo abriese.

–No se puede, señor, –contestó– porque el tren ya está en la estación. Lea usted ese aviso que está en la puerta.

Después de leerlo, el Vate comentó:

Me causa mucha sorpresa

aviso tan arbitrario

pues debe saber la Empresa

que el “vientre” no tiene horario.

Luego se apeó del tren y apresuradamente se dirigió al patio de la estación, ocultándose detrás de unas carretas cargadas con sacos de maíz.

La locomotora pitó anunciando la salida. Cuando el Vate terminó su operación, ya el tren se había alejado lo menos diez metros. Cuando subió al andén, el Vate encontró al jefe de estación que regresaba a la oficina después de haber entregado al maquinista la nota de “vía libre hasta Motul”. Este jefe de estación era don Rafael Ramírez, buen amigo del Vate.

Ambos se alegraron al encontrarse.

–Ya sabía que venías en el tren. El conductor me lo dijo. Vienes de Valladolid y pensabas llegar a Mérida hoy en la noche. ¿Qué te pasó? ¿Te dejó el tren? ¿O tú lo dejaste?

Y contestó el Vate:

En grave apuro me vi

y corriendo me bajé.

Entré al patio, me agaché,

y el tren se marchó sin mí.

–Eso no tiene importancia. Aquí te puedes quedar el tiempo que quieras, pues lo que no hubo allá, lo vas a tener aquí: Berreteaga, Soberanis, mistela, anís de xtabentún…

Don Rafael cumplió su palabra. El Vate bebió bien y durmió como un bendito. Al día siguiente hubo que despertarlo. Se sentía cansado y le dolía el pescuezo. La banda donde se acostó a dormir no era un mullido lecho. Pero estaba contento. Refrescó su estómago con una docena de naranjas de China y, cuando pasó el tren que venía de Valladolid, se despidió de su buen amigo y regresó a Mérida satisfecho. No había perdido el humor, ni en los trances más amargos.

De regreso a Mérida el Vate, algún amigo le preguntó:

–¿Y cómo te fue en tu viaje?

–Buen almuerzo y muy contento.

Lo único que lamento

es que no hubo “beberaje”.

Conrado Menéndez Díaz

Continuará la próxima semana…

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