Antes del fin del mundo

By on abril 23, 2020

David Sarabia

Soy quien soy, ¿o era?, ¿o ya no estoy?

El Tiempo camina hacia adelante; a veces se pausa para dar un giro brusco para atrás. En ocasiones se mantiene suspendido en un limbo donde solamente escucho el sonido de la máquina que inhala y exhala.

En medio de ese traqueteo se entremezclan voces agitadas, alteradas, por momentos llenas de miedo y también de esperanza. Sonidos de pasos que van y vienen a veces corren con la premura de quien tiene en sus manos la solución a una pesadilla. ¿Será ésta una?

Lo es para millones, una verdadera pesadilla, los miedos de una sociedad materializados en la realidad.

¿Podré despertar?

Estás despierto. No te agites. Tranquilo. Todo está bien. No tengas miedo.

¿Miedo? Sí, y mucho, pero no por mí, sino por mi familia, por mi hijo que viene al mundo en medio de este desastre. Hasta creo que es una película, pero no: si lo fuera no sentiría esta angustia en carne propia, en primera persona, no estuviera escuchando esa voz que me contesta, me atemoriza, y también me conforta.

Soy quien vela por ti. Soy el guardián de tu vida, que en mis manos está.

Esa voz de buen hombre parece que viene desde algún punto etéreo. Siento que es mi padre, pero no lo es, Más que un guardián, siento que es un ángel. Es una sensación desconocida, un farol dentro de este túnel oscuro que con su luz aleja momentáneamente los nubarrones provocados por esta pandemia de proporciones apocalípticas.

¡Qué curioso! Siempre fui aficionado a ese tipo de temas: películas del fin del mundo que disfrutaba con un bote de palomitas en el cine o en la comodidad de mi casa. Ahora, la irónica carta fatalista me tiene aquí, como protagonista.  No soy un actor, sino un ser humano que sufre y por momentos siente correr a una incontenible lágrima amarga. Me siento indefenso y asustado por la incertidumbre.

En medio de todo esto, mis pensamientos son para mi niño, mi bebé que no ha nacido y a quien amo mucho desde el día que su mami me llevó la prueba positiva de su existencia.

Algo se desfasa; es mi mente, viajo.

El tiempo se mueve, estoy en un pasado remoto: veinticinco años atrás. Parece muy lejano pero no, es sólo como caminar hacia una calle y dar vuelta a la esquina.

Allí está, aquí estoy. Joven, rodeado de amigos y amigas, bailando dentro de un antro, sumergidos en una niebla artificial y bañados por los láseres. La música retumba, mueve nuestros cuerpos con la inercia de una felicidad infinita, inagotable, eterna, de una juventud extendida por los placeres junto con sus divinos tesoros los cuales, sus joyas, pertenecen a quienes somos osados.

Eso pensaba, eso creía, pero ya no; bebía y me divertía como si no hubiera un mañana, comiéndome al mundo con el apetito de quien quiere probarlo todo. Tuve la fortuna de que éste no me devolvió la dentellada, como a otros amigos que fueron consumidos por sus propios placeres.

Era egoísta, sí, lo acepto. Ahora lo entiendo. Una nueva vida viene en camino, mi hijo, a quien quisiera recibirlo, darle un beso, abrazarlo contra mi pecho y decirle lo mucho que lo amo; decirle también que es bienvenido a este mundo desprovisto de peligros. Quisiera decirle eso, pero sería mentirle. ¿Qué he hecho o qué hemos hecho? Creo que todo mal. Pero yo lo he comprendido y he cambiado; ahora quiero enderezar el rumbo.

No te recrimines, lo pasado quedó en ese lugar; ahora, en el presente, eres un mejor hombre. Has crecido y eres fuerte de espíritu. Corta aquello que te atormenta y dirígele bonitos pensamientos a él, que donde se encuentra te siente, te escucha, y patea con fuerza para regresarte el mensaje.

¡Oh, Dios! No puedo evitar pensar en mi egoísmo. Si hubiera madurado veinte años atrás, ahora mi niño fuera un hombrecito. ¡Cuántas cosas hubiéramos pasado juntos, buenas y malas! Lo hubiera conocido. Estuviera afuera, esperando junto a su madre, y quizá con sus hermanos. Pero no, eso todavía no existe, no me di la oportunidad. Con mi egoísmo se fueron hermosos veranos, cumple años, convivios maravillosos, regaños y consejos, discusiones de adolescente, frustraciones y orgullo, toda la dicha de ser padre.

No pienses así, todo tiene un propósito…

¿Cuál? ¿Estar así, aquí, postrado, respirando con dificultad, con dolor?

Cómo me duele, la maquina mete el aire y lo saca mediante un tubo que me tiene como un muerto en vida, con incomodidad, en medio de un suplicio lento, eterno…

Ya no sé si estoy soñando o despierto, me confundo, todo me da vueltas; mi cabeza está fragmentada, mi ser, mis ensoñaciones de un futuro que se desvanece entre mis dedos que se aferran a este timón, al de mi barco, mi cuerpo, mi templo, mi Yo que se niega sucumbir.

Angustia.

Siento mi frente perlada de sudor. Mi rostro arde, el interior de mi cráneo es un pandemónium de imágenes del pasado, presente, y un futuro de visiones imaginadas…

¿Por qué me dejé llevar por el amor al dinero? Primero fue la fiesta desenfrenada, amores que evité, corazones rotos que dejé en el camino, lágrimas que no lloré de mujeres que me amaron pero cosifiqué para mi propio deleite superficial. Siempre creí que la vida era eterna. Ahora siento que se me va en cualquier momento.

Una fuerte arcada me ataca.

Toso.

¡El maldito dinero y el ego profesional! Años de trabajo y éxito, de haber terminado con honores la Universidad, de haber ostentando los puestos importantes en una carrera meteórica, de tener ahora mucha gente a mi cargo, de decidir con una sola palabra el destino de una empresa, de que mi firma valiera millones, ahora no son nada. Nada de eso tiene importancia. El título y mi puesto son un espejismo que se evapora ante un enemigo invisible que me tiene invadido.

¿Qué pasó, por qué enfermé? ¿Qué hice mal? ¿En qué me convertí: en estadística o en mala suerte? ¿Acaso Dios me pone a prueba? Si es lo último, por favor, quítame todo, déjame sin nada, desnudo como vine al mundo, para recibir a mi niño.

Otra arcada me provoca un dolor lacerante en la espalda, mi pecho se hincha queriendo partir en dos mi tórax y dentro se escucha un chiflido extraño.

Vuelvo a toser, me ahogo…

Oigo voces. Una mujer y un hombre dialogan. Dicen algo que me desconcierta: “Está entubado; no es posible si está sedado.” Parece que un tercero, la voz que me habla, les dice que se retiren y que canalicen sus esfuerzos con otro paciente. ¿Y yo? Al fondo, el sonido de la máquina se intensifica; el ir y venir del sonido del respirador como melodía cacofónica me desespera. Tengo miedo.

No tengas miedo. Tranquilo, serénate. Sé que es difícil lo que te pido. Estás luchando como un verdadero guerrero. Recuerda: después de la oscura noche, al final sale el sol de un nuevo amanecer.

Mi niño, mi sol, mi todo. Con nueve meses, está por nacer, y yo aquí, lejos.

No está lejos, está aquí contigo. Dile algo.

Te amo, mi niño.

Unos diminutos labios me besan en la mejilla: “Yo también, papi.”

El Tiempo se mueve.

Recuerdo cómo empezó mi calvario: primero fue una tos, después ésta se intensificó. No le di importancia. Para qué, de seguro era algo leve, no podía dejar mi oficina, el trabajo, los contratos, a una empresa a la cual le debo todo. Melissa me insistió asustada que me revisara, mientras se tocaba el vientre hinchado. Me dijo: “Hazlo por él.” Apenas así fui a realizarme la prueba. Aunque mirara en los medios lo que sucedía en un mundo que se desmoronaba, a mis 45 años me sentía fuerte y revitalizado, al saber que iba a ser padre, mi visión personal dio un giro radical. Con la prueba, al ser positiva, lo radical cambió a golpe brutal. También era hipertenso y no lo sabía.

Me aislé en un departamento, solo. No quería poner en riesgo a mi familia. Durante el confinamiento, la empresa cerró. Las economías cayeron, la gente comenzó a morir.

Los días transcurrieron. Todos parecían el mismo, un sólo tiempo, era ver salir el sol y meterse para dar paso la noche. Era un círculo interminable de horror.

Una mañana, sentí escalofríos, me dolía la cabeza, no podía respirar, me ahogaba. Como pude llamé al hospital para que fueran por mí.

Aparezco aquí.

Otro ataque de tos me fustiga. Muevo mi cara de un lado a otro. Intento abrir los ojos. Deseo con todo mi ser que cuando despierte este tormento haya acabado. Quiero curarme, volver con mi familia, empezar de nuevo, ser un nuevo hombre.

El respirador nuevamente emite ese sonido que me perturba. Me siento peor, me ahogo, toso; me ahogo, toso, tiemblo, tengo escalofríos, sigo sudando.

¿Quieres conocer a tu hijo?

Sí, lo deseo, por favor.

Yo, mi cuerpo, mi mente, siento que se desfasan, separándose. Algo viaja, soy energía, me materializo.

Soy quien soy, o era, o ya no estoy. Estoy.

Melissa está acostada y yo cargo a nuestro bebé. Es hermoso, se parece mucho a ella, sobre todos tiene sus ojos claros. Mi niño los abre, hacemos contacto visual y me sonríe. Decidimos ponerle mi nombre.

Él tiene cinco años. Lo llevo al kínder, es su primer día y llora asustado, cree que lo estoy abandonando.

Ahora tiene 18 años, se está graduando de la preparatoria. Pestañeo. Trae puesto un traje, corbata, tiene 23, se gradúa de abogado. Se casa, tiene un hijo, mi nieto. Es un hombre exitoso, como yo. ¡Cuánto orgullo, qué felicidad!

Estoy postrado de nuevo aquí. Estoy viejo, cansando. Tengo el respirador, apenas veo, y veo a un hombre maduro –es como verme a mí mismo– tomándome de la mano. Junto a él se encuentra mi nuera y al fondo, sentado, veo a mi nieto, quien en su inocencia está ajeno a la situación, me mira y sonríe.

No veo a mi esposa, ya no está, se me adelantó. Pronto la veré.

Dolor.

Toso con una fuerza que desgarra mis pulmones.

Intenso dolor.

El sonido del respirador.

El mundo se acaba. Mi Mundo.

¿Listo para irte en paz?

Mi mano es apretada por otra, enfundada en látex, que me trasmite una calidez que me reconforta. No tengo miedo.

Afirmo con la cabeza.

Me relajo, me suelto, comienzo a salirme de mi cuerpo, me elevo, me desvanezco en paz…

Pero antes veo una luz y escucho el llanto de un bebé, mi llanto…junto con los sollozos de alegría de mi esposa.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.