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Alegría y Nostalgia, Semblanza de mi barrio XVII

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ESCUELAS Y COLEGIOS

Además del Colegio Americano, otros centros docentes se ubicaban en las proximidades del parque de Santiago. El más antiguo de ellos es la escuela primaria Nicolás Bravo que desde 1902 funciona en el mismo local, ubicado en el ángulo sureste del cruce de la calle 59 con la 72, frente al parque del suburbio. El edificio de este plantel destaca por su cúpula de hierro, vistosa y llamativa, y su hermoso enverjado. La construcción ha dado un toque característico al suburbio desde hace más de un siglo

En la Nicolás Bravo conocieron las primeras letras mi padre y mi tío Alfonso. Muchos años más tarde, mis primos Jure Cejín, todos ellos profesionales competentes, también estudiaron ahí la enseñanza básica.

Otra escuela primaria del rumbo, situada en la muy angosta calle 57 entre la 72 y 74, es el colegio particular Vicente Guerrero, dirigido en esa época por don Edmundo Bolaños García. Todavía me parece ver a este señor cuando se dirigía caminando a su escuela. Don Edmundo nos impresionaba a los chicuelos del barrio por su elevada estatura, físico delgado, aspecto grave y traje oscuro, que le daba un aire de sacerdote católico.

Según veteranos santiagueros, el profesor Bolaños hizo un apostolado de su profesión y dirigió el colegio Vicente Guerrero desde 1922 hasta la década de los 80. El ameritado maestro duró en el encargo más de 50 años. Numerosos alumnos, que luego se distinguieron en las ciencias y en las artes, cursaron los estudios elementales en este centro y en las artes de enseñanza.

Una escuela de enseñanza primaria y secundaria de carácter privado o particular es la que fundó don Orlando Cortés Alpuche, a la cual le dio su propio nombre. El colegio se ubicaba en la calle 59, entre la 66 y la 68, a pocos pasos del parque. Este plantel educativo pronto obtuvo el reconocimiento de la sociedad por la atinada dirección del señor Cortés y la calidad de los maestros que ahí laboraban.

El traje de gala de esta escuela era el más bonito y vistoso de todos los uniformes de los colegios de la ciudad. La presencia de la escuela Orlando Cortés Alpuche en los desfiles cívicos siempre era destacada y su contingente recibía numerosos aplausos del público que presenciaba la marcha.

Lamentablemente, el maestro Cortés Alpuche falleció de manera repentina a una edad en que su obra educativa todavía se estaba cimentando y lo mejor estaba por venir. Poco tiempo después del deceso de su director, el colegio Orlando Cortés Alpuche cerró sus puertas para siempre. Mi informante Juan José Hijuelos Urcelay hasta hoy llora su desaparición, pues ahí concluyó la enseñanza secundaria.

He dejado para lo último la escuela pública más grande y acreditada del rumbo: la secundaria Agustín Vadillo Cicero. Este centro docente tenía su sede en la esquina suroeste de la calle 59 con la 66, casi frente a la Orlando Cortés y, como ella, a un tiro de piedra del parque de Santiago.

La dirección de este colegio estaba a cargo de la maestra Pura Escalante de Cantillo, a quien todos llamaban cariñosamente Purita. Los docentes de la secundaria Vadillo Cicero eran de lo mejor que había en el estado, y su banda de guerra era algo especial, con la participación de mis amigos y vecinos de La Jardinera Jorge (Nani) Solís Manzanero y Rubén Jure Cejín, como primeros en la tambora y la corneta, respectivamente. De la legión de estudiantes egresados de este centro de estudios han destacado muchísimos profesionales que hoy son un orgullo para nuestra entidad.

Dos veces asistí a las fiestas de fin de cursos de la Vadillo Cicero: una, cuando concluyeron su educación secundaria Landy Margarita y José Rubén Jure, que estaban en el mismo curso, y otra, cuando el graduado fue su hermanito Carlos. En ambas ocasiones los programas, con poesías y bailables interpretados por los mismos alumnos, fueron muy bonitos y emotivos.

Un alumno más de la Agustín Vadillo Cicero, compañero de Landy y Rubén, era el hoy abogado y notario público Sergio Iván Priego Medina, quien con frecuencia visitaba a su tía Lupita, que vivía en la calle 65, frente a la casa de mi tío Alfonso, y luego se integraba a la plática de la familia Jure Cejín a las puertas de su domicilio. Ahí lo conocí en las noches de tertulia en los primeros meses de 1955.

Priego Medina me llamó mucho la atención por su corpulencia, además de que llegaba en una poderosa motocicleta Jawa, de producción limitada y enormes manubrios, adecuado al tamaño de su conductor. Nuestro personaje vestía chamarra negra de cuero negro, un quepis -como si fuera policía, militar o piloto aviador-, y ostentaba un fino bigote al estilo del actor cinematográfico Jorge Negrete. La indumentaria de Priego Medina era copia del atuendo que otro artista de la pantalla, el americano Marlon Brando, puso de moda en la película El Salvaje.

Sergio, cinco años mayor que yo, no olvidaba sus orígenes santiagueros, pues su progenitor – el competente y honesto relojero don Israel Priego Velázquez, buen amigo de mi padre – había establecido su hogar en La Jardinera y, más adelante, en busca de mejores horizontes, trasladó su residencia al rumbo de La Ermita. Sin embargo, su rollizo descendiente seguía frecuentando a sus amistades de nuestro rumbo.

Desde esos remotos tiempos tengo muy buena amistad con el abogado Priego Medina, misma que conservo hasta la presente fecha pues la charla cafeteril entre ambos forma parte de nuestra rutina semanal.

La Jardinera es un sitio único.

[Continuará la semana próxima…]

Felipe Andrés Escalante Ceballos

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