El pasado cinco de junio, la población peninsular yucateca se hallaba tensa y al pendiente por la inminencia de un huracán que daría inicio al ciclo anual de estos fenómenos naturales, con sus inevitables consecuencias de daños y afectación de la vida en nuestras comunidades.
No ocurrió así, afortunadamente. Pero a cambio de ello vivimos, y vamos sopesando ahora, las consecuencias de otro fenómeno, huracán-terremoto, en este caso de índole política, que sacudió no solamente la península de Yucatán sino muchas otras zonas de la república mexicana.
El movimiento telúrico y los vientos de cambio estuvieron en las conciencias, en las actitudes, en las decisiones, en las inclinaciones políticas colectivas y, lógicamente, hubo consecuencias inesperadas para doce estados de nuestro país, en los cuales el hastío, los abusos, los pésimos ejemplos de los políticos en ejercicio, la corrupción acumulada y una impunidad enfermiza se sumaron para tal fenómeno social que aún tiene paralizado y sorprendido a un antiguo sistema, acostumbrado a cumplir la voluntad de los poderosos e influyentes, haciendo caso omiso a las opiniones ajenas o el alcance de sus decisiones, cada vez más equivocadas y perjudiciales a las mayorías nacionales.
La correlación de fuerzas políticas, agrupadas en partidos y ahora las alianzas de conveniencia entre izquierdas, derechas y centros, desataron acciones conjuntas que potencializaron el descontento popular, y castigaron el abandono a los intereses comunitarios, rechazando las prácticas viciadas de compra de votos, permuta con despensas. Tomó cuerpo el rechazo a la corrupción, a la impunidad, a la burla de los valores. La violencia creciente y la inseguridad también influyeron, a no dudarlo. El coraje cundió y, con el hastío, se encaminaron hacia los votos de castigo por la insensibilidad de los gobiernos, los partidos, los grupos de poder.
El ferrocarril de la indignación atropelló a los partidos indiciados como principales responsables de la situación dramática en que viven actualmente los habitantes de nuestra república.
Los índices de pobreza, los pésimos servicios públicos, los abusos de poder, la enorme distancia entre un anunciado y publicitado bienestar y la realidad lacerante que viven millones de mexicanos, estuvo presente en ese domingo negro.
Esta es solamente la punta de un iceberg político, como también acción colectiva inicial, y el punto de partida de un gran movimiento ideológico de masas.
Pronto lo sabremos y podremos valorarlo a partir de ahora, esperando acciones y resultados en relación con el año electoral de 2018.