Polemicas Fotografias De Cuellar En La FILEY 2015

By on marzo 5, 2015

Quizá uno de los platos fuertes de la próxima Feria Internacional del Libro sea la presentación en nuestra ciudad del libro “El Rostro de las Letras”, de Rogelio Cuéllar, o por lo menos el acceso inmediato a ese documento gráfico.

Rogelio Cuéllar, como se sabe, es uno de los mejores fotorreporteros en nuestro país. Es quizá hoy en día uno de los maestros tutelares de los que estudian ciencias de la comunicación, arquitectura y, por supuesto, fotografía. A la par de reportero gráfico con 45 años de experiencia y trayectoria creativa en distintos medios y en organismos proveedores de fotografías a medios de comunicación, así como exposiciones individuales y colectivas, es un autor con una mirada personal sobre las cosas y las personas que retrata.

El Rostro de las Letras”, documento gráfico editado por el CONACULTA y ediciones La Cabra, está compuesto por 155 retratos de los escritores más importantes de nuestro país y el continente, del siglo pasado y de éste que aún empieza.

Rogelio Cuéllar es autor, entre otras muchas imágenes, de una fotografía que causó y sigue originando un gran impacto visual y emocional  para el que la ve por vez primera. De hecho es una fotografía icónica del escritor José Emilio Pacheco, en su comedor –estudio–biblioteca, en medio de un caos ordenado de libros. El ambiente puede recibir varios calificativos, tal vez draculesco, de cartujo, o quizá podríamos decir que es el rincón del paraíso para los bibliofágos.  Lo que a continuación escribo no es novedad, existen dos versiones de esa fotografía, ambas con características particulares que las hacen distintas y únicas a la vez.

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En una de ellas aparece José Emilio Pacheco con una vestimenta que semeja la de un monje, junto al busto de una mujer; ésta última cumple la función de sujetar o contener un conjunto de libros. Quien la observa se pregunta si el retratado es el escritor o esa presencia un tanto inquietante e interrogativa, sobre quién puede ser o qué representa la escultura, o si bien era un elemento decorativo casual nada más. Lo que sí es obvio, es que uno pasa la vista de un objetivo al otro. La he mirado y digo que representa a Virginia Woolf.

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En la otra toma, en la imagen se observa un candelabro con cinco velas, pero el busto de la mujer sigue ahí. Si observa detenidamente encontrará la cabeza de la dama. Los libros no fueron movidos, conservan la misma posición. Incluso las extremidades del escritor casi mantienen la misma posición. Encierran un libro. En la fotografía que tiene una vista más panorámica se aprecia con claridad un libro de Octavio Paz, la de portada con querubín.

¿Cuál fue la primera foto que se tomó: aquella en la que resalta el candelabro, o aquella con el busto de la mujer?

Aquí nos apresuramos a elogiar la poderosa visión del fotógrafo, que ya ha percibido antes que otros, o que visualiza el efecto a lograr. Ya que oprimió el obturador, vio e imaginó otra y quiso probar un ángulo distinto para ver qué tal salía, colocó la lámpara, o la retiró, y nuevamente imprimió las placas. Considérese que en ese tiempo, quizá los años sesenta o setenta, las cámaras fotográficas no eran como las de ahora que te brindan la oportunidad de mirar la imagen obtenida al instante, para conservarla o desecharla.

Una de las fotografías se observa fue tomada con luz natural interior y con la lente abierta, y en la otra se halla más claridad, como si se hubiera utilizado la luz indirecta del flash. Las miradas son distintas: en una José Emilio mira hacia un punto, en la otra observa fijamente la lente de la cámara. El fotógrafo y la lente se han movido unos grados, porque en una se ve la mesa casi por completo, la luz de un medio día defeño, y el reflejo del brillo de las hojas de un jardín exterior que se filtra a la biblioteca. En la otra se aprecia por completo la cabeza femenina y un mueble en un pasillo semioscuro.

Esa fotografía la observé por primera vez en un libro editado por el Fondo de Cultura Económica, por los años ochenta, en 1987, y de hecho es parte de una colección –Ríos de Luz–, de la que se me quedaron grabadas en la memoria tres obras: Cuba, dos épocas, de Raúl Corrales y Constantino Arias, otra sobre una iconografía de Julio Cortázar, y una más titulada Escribir con Luz, de Héctor García, libros inconseguibles hoy, me imagino, aunque aparecen como parte del catálogo del Fondo (http://www.fondodeculturaeconomica.com/Librerias/Catalogo.aspx?a=R%u00cdO+DE+LUZ&b=&c=&ch=0&hk=0&filtro=00000010000). Aunque si uno es paciente y cuenta con suficiente vida, salud y suerte pudiera obtenerlos.

“El rostro de las letras” de Rogelio Cuéllar, obra al cuidado de María Luisa Passarggé, se suma a esa tradición de combinar letras e imágenes de las cuales ejemplificamos: El país de las palabras, retratos y palabras de escritores de América Latina 1980-2005 de Daniel Mordzinki, Para verte mejor, América latina y la Ciudad de las columnas con textos de Alejo Carpentier e imágenes de Paolo Gasparini, y Alto Perú de Manja Offerhaus y Julio Cortázar.

Juan José Caamal Canul

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