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Memorias en Imágenes: Pablo Gamboa Cruz, de oficio fotógrafo
El próximo 19 de agosto se conmemora el día internacional de la fotografía. Vamos a aprovechar la ocasión para referirnos a una de las muchas personas que han hecho de este arte un oficio, o viceversa.
Cito hacer oficio de un arte, porque acaso a estas personas no les quedó de otra: quizá porque había que alimentar a una familia; porque quizá captar imágenes era un trabajo manual y mecánico y, en aquellos tiempos, el trabajo que requería un mayor conocimiento y aprendizaje lo ofertaban los centros de revelado, negocios de fotografía que te ofrecían el servicio de laboratorio.
Me refiero a esos fotógrafos que se arremolinan a las puertas de las parroquias los domingos, hoy organizados sindicalmente, que ofrecen sus servicios de fotografía y que, una semana posterior al trabajo realizado, se encargan de acudir a domicilio a entregar las fotos y cobrar en abonos por su labor.
¡Caray! Pensemos en un pueblo en el que las fotografías de una cámara profesional distaban mucho en calidad de aquellas primeras cámaras fotográficas utilitarias y portátiles. Pensemos también que tener una cámara fotográfica no era algo tan común en una comunidad campesina.
Hoy basta con tener teléfono celular con cámara digital, y descargar después de la memoria; ya no son necesarias la película fotográfica, los químicos, el papel fotográfico, reveladores y fijadores para que una imagen se produzca y quede en soporte de papel.
En mi pueblo existió un lugar, una casa de paja, domicilio de la familia Gamboa y, a la vez, Foto Estudio Gamboa. El jefe del clan era precisamente don Pablo Gamboa, conocido como Pablo Cielos, padre de – espérese a saber el apodo de sus hijos – Choya, Pichi, Pelón y China.
Don Pablo fue un personaje de antología, un muy buen conversador. Además de fotógrafo, era corresponsal del periódico Novedades, encargado de la agencia de correos, y molinero.
La correspondencia y los periódicos llegaban al pueblo en ferrocarril así que todos los días, a las siete de la mañana, había personas en la estación esperando las noticias del día anterior; una vez depositado el atado de periódicos en el andén el señor Gamboa, en tanto intercalaba las secciones, con voz pausada comentaba todos los temas habidos y por haber del pueblo.

En el ángulo superior izquierdo, la marca del fotógrafo. ¿Quién fue “RISUEÑO”? Archivo personal del autor.
Antes que el señor Gamboa existió otro que las personas mayores recuerdan. Era un fotógrafo de apellido Pérez. Pero mucho antes hubo un fotógrafo que marcaba sus fotografías con el nombre entrecomillado y al realce de su estudio – “Risueño” –, en una de las esquinas de las gráficas en papel, de las cuales poseo dos: una de un ferrocarril descarrilado y otra más personal, de mi padre, captada en 1928.
Pero estos son solo los antecedentes de lo que quiero referirme y, como siempre, yo andándome por las ramas.
Lo que comentaré a continuación tiene que ver con lo antes dicho.
El fotógrafo que nuestra generación conoció se llama Pablo Heriberto Gamboa Cruz alias “China”, que hoy se dedica al oficio de despachador de taxis foráneos de la ruta Tekantó-Mérida. Realiza su trabajo unas veces en la salida de Mérida, en el crucero de la calle 65 y Periférico. Otras veces desde el parque del pueblo.
Conversé con él, y di un salto hacia atrás en el pasado que muchas veces nos acompaña, en los recuerdos que guardamos y que se nos revelan, para bien o para mal.
Pablo Gamboa, “China”, se dedicó a la fotografía poco más de dieciséis años, hasta 1989. Desde entonces, hasta 2011, transcurrieron 22 años de haber dejado el oficio, para emplearse como operador de taxi colectivo, y a partir de aquella fecha hasta hoy suman casi cuatro años de ser despachador.
Casi todos los vecinos de Tekantó tienen entre sus pertenencias alguna fotografía de estudio como recuerdo de su Primera Comunión. Imágenes captadas después de la ceremonia litúrgica, casi siempre el 28 de agosto. Esos niños y niñas, correctamente peinados y con el ajuar del sacramento, actualmente son papás, tíos, o abuelos.
En nuestra comunidad no se acostumbraban los álbumes de fotos, esto ya es algo moderno y citadino. Las personas de los pueblos conservaban sus recuerdos enmarcándolos en un cuadro grande. Hacían, siguen haciendo, una selección de los momentos más representativos de sus vidas y familias, para ponerlos en un marco. Se entra a una casa y se aprecian ejemplos de lo anterior.

Las familias guardan fotografías de los eventos principales de su vida cotidiana. La imagen corresponde a un trabajo, citamos los datos de la impronta al reverso de la gráfica, del “Foto Estudio Victoria” Calle 62 503 letra C. Tel 1 66 17. Plaza Principal. Mérida Yucatán México. Escrito a mano el número de la orden de servicio 865011 a. Archivo de la familia Canul.
Pero lo que hacen características a estas fotografías son las imágenes de un Corazón de Jesús o Cristo en la cruz, con el niño o niña sosteniendo su libro de oraciones abierto, y entre las páginas las cuentas del rosario; portan una vela, su níveo vestuario, zapatos blancos o negros. Junto a esas imágenes, ahora lo sé, la escenografía era utilería de cartón pintado.
Esas fotos fueron captadas en el Foto Estudio Gamboa. Le pregunto a Pablo si aún perduran y, en su caso, dónde están. “Se perdieron”, me dice. Imágenes, archivos, negativos y fotografías, contenidos en cajas de zapatos, junto con la casa se perdieron por los efectos primero de Gilberto, y luego de Isidoro.
Ambos fenómenos atmosféricos fueron, en sus respectivos momentos, tragedias que afectaron en mayor o menor medida a todos por igual, causando estragos personales de toda índole. Casi podemos decir que hasta el que casi no tenía nada, lo perdió todo.
Inicialmente había acudido al fotógrafo para saber si sus archivos existían, husmear un poco, si me lo permitía, en los remanentes de imágenes que podría aún guardar, fotografías que nunca fueron recogidas o que las personas no tuvieron el recurso económico para rescatar, de los eventos sociales, familiares y deportivos del pueblo. En esa casa se tomaban las fotografías tamaño infantil o credencial para las cédulas de estudiantes de la secundaria, y para los documentos escolares de aquellos tiempos.
Permanece en la memoria el aroma de la casa, que es casi el de todas las casas de paja, o de palma de huano: era un aroma de la paja avejentada, que se combinaba con el de los bejucos, palos, embarro, cal; era un aroma a humedad, humedad que no ascendía, sino que bajaba del techo, aroma que impregnaba los objetos, incluso la ropa guardada dentro de los baúles o los roperos; aroma que los abuelos conjuraban con bolitas de naftalina.
Le pregunto de dónde le viene el sobrenombre. No sabe. Todo el pueblo le llama “China”; otros “Chilambalam”; algunos más, “Chila”, sus nietos le llaman cariñosamente “Papachina”.
El señor Gamboa Cruz se inició en la fotografía el sábado de carnaval, el sábado de fantasía de 1973, en medio de las atronadoras dianas que los músicos – que el conjunto – emitían cada vez que sus graciosas majestades, la Reina y el Rey Feo, acompañados de su corte de bufones, de sus alegres y bullangueras comparsas, entraban a los corredores del palacio o la terraza municipal. En ese contexto y ambiente festivo y de farsa se inició también “China” en el ejercicio de la fotografía.
China se paseaba entre los grupos de disfrazados que se arremolinaban en torno a su Rey o Reina, entre varones travestidos con hipiles y alpargatas de suela de hule, de grupos de encapuchados pardos, esos que se parecen a los penitentes de la Semana Mayor, pero que pagaban en este caso su expiación divirtiéndose, escondiendo su timidez bajo el capirote del jolgorio desbordado, ocultando su identidad para que nadie se riera de ellos, hiciera mofa de sus trajes, y gozaran bajo un disfraz casi misterioso, casi inoportuno para la fiesta de la carne, casi como mensajeros, o avanzada, de doña Cuaresma.
El entrevistado nos refirió que, en su mejor época, en esos momentos pico de la demanda y solicitud del trabajo, se daba abasto para atender dos bodas y cuatro quince años en pueblos, comisarías y comunidades de los alrededores.
Un vecino, Ignacio Cutz Chan, popularmente conocido por los rumbos como Naz Cutz – sobrenombres y apócopes que solo en Yucatán somos capaces de endilgar –, carpintero de oficio, personaje que trabajaba con herramientas casi de los tiempos de la Biblia y que en el período 1968-1970 fuera presidente municipal, lo requería como fotógrafo para todo tipo de eventos familiares.
Los fines de cursos escolares, veladas, todo evento era cubierto por nuestro entrevistado.
China Gamboa, después de un fin de semana cargado de trabajo, venía a Mérida. Acudía casi siempre a unos centros de revelado; uno de ellos era Foto Mérida en la calle 65 por 62 y 64 y el otro, un lugar frecuentado siempre por fotógrafos de los pueblos hasta que, Don Diego González y Doña Landy, bajaron las cortinas, arriaron el letrero insignia de su negocio y se retiraron a su domicilio, Fotolandia, en la calle 57 por 62, cerca del hotel Colonial, cerca de todas partes.
Ya cuando China Gamboa estaba a punto de aparcar el oficio, una de sus dos hijas – Martha – tomó momentáneamente el oficio y, quizá por no ser de su agrado, no percibir pecuniariamente lo imaginado, o por lo excesivo del trabajo, lo dejó. La muchacha emigró hacia la Riviera Maya.
Pablo Gamboa, China, representó para una época y nuestra comunidad el rol de guardián de nuestra memoria gráfica. Infortunadamente, todos los materiales y negativos se perdieron, como se han perdido muchas cosas en el transcurrir de los tiempos, por circunstancias propias o ajenas a nuestra voluntad.
Pero al interior de muchas casas, en el baúl de los recuerdos familiares, aún se guardan imágenes, gráficas de lo que hemos sido, de lo que un día fuimos, que nos dan sustancia y memoria para ser lo que somos, humanos con un pasado.
No estoy contra la tecnología, no soy enemigo de la modernidad, pero me pregunto si los humanos tendremos memoria gráfica como la que hemos tenido desde que se inventó la fotografía cuando, de un tiempo a esta parte digamos, desde los años noventa, toda imagen o gráfica se guarda actualmente en soportes digitales.
El día que nos despertemos sin recordar y sin saber quiénes somos, dejaremos de ser.
Juan José Caamal Canul
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