- Héctor Herrera Alvarez «Cholo»
- José Antonio Méndez
- La liga de la decencia
- Una familia de la nueva ola
- El Mar y la Montaña
- Dr. José Loyola Fernández
- Cuentecito de Color
- México y España
- Dr. Eduardo Urzaiz Rodríguez
- Revolución, Amanecer y Esperanza
- César Portillo de la Luz
- Sicilia
- La legión de salvadores
La Fábrica de Aluxes
En el campo de Yucatán, cuando es tiempo de siembras, aparecen los Aluxes. Son una especie de duendecillos que cuidan de las milpas y que las salvaguardan de los ladrones de maíz. Los campesinos moldean en barro los Aluxes, los entierran en las milpas, y las figurillas, según la tradición, cobran vida para cuidar los sembradíos.
Suele suceder que, cuando los intrusos se aproximan a los sembradíos, reciban fenomenal pedriza que los haga desistir de sus malas intenciones.
Alguna vez, cuando los tiempos mozos, pude yo mismo, y en compañía de algunos amigos, comprobar la verdad de tal hecho al aproximarme por los linderos de una milpa, y sentir el impacto de los guijarros que nos lanzaban de entre las plantas. Si no salimos descalabrados fue gracias a nuestra prudencia de retirarnos a tiempo.
Por esos días conocí a don Pancho Ek, campesino maya cuyas milpas, siempre prósperas, rendían óptimas cosechas gracias a los Aluxes que él mismo fabricaba, según decían sus compañeros del pueblo.
Aseveraban que él sí sabía hacer Aluxes pues, además de su muy buena habilidad para modelarlos y decorarlos artísticamente, poseía el secreto de su durabilidad, ya que utilizaba un barro con ciertas mezclas de otras tierras que daban fuerte consistencia a sus figurillas, resistencia que no tenían las elaboradas por otros trabajadores de la tierra. Esto era importante, pues los Aluxes mal fabricados se deshacían con el agua de la lluvia.
Por más que preguntaban a don Pancho Ek en qué consistía su secreto, él siempre se negó a revelarlo. Alguna vez le pedí que me enseñara, pero me hizo ver que no podía hacerlo pues mis padres no cultivaban la tierra, que tal arte era exclusivamente para los campesinos.
Don Pancho era muy generoso con sus compañeros. Los Aluxes que fabricaba no solamente servían para el cuidado de su milpa, sino también proveía de Aluxes a los campesinos. Entonces los enterraban en cada una de las esquinas de las milpas, también junto a las plantas de maíz y en otros lugares estratégicos, de tal modo que los sembradíos estaban protegidos contra intrusos, plagas y demás alimañas, con lo que se obtenían abundantes cosechas.
Fue tal la demanda de Aluxes, que a don Pancho no le quedaba tiempo para atender su propia milpa y, como regalaba las figurillas, pues esto comenzó a ser costoso para él. Así que, para compensar sus pérdidas, decidió cobrar un peso por figurilla. Los campesinos gustosos pagaban el modesto precio, pues las milpas rendían el doble de las cosechas anteriores.
Viendo don Pancho que los campesinos habían aceptado el precio de las figurillas sin problema, decidió aumentarles otro peso, que los labradores aceptaron también sin chistar. Y así, poco a poco, de peso en peso, la ambición de don Pancho fue creciendo, hasta pedir diez pesos de aquellos tiempos por cada Alux. Los campesinos no protestaron, pues todavía los Aluxes seguían trabajando con eficiencia, y las lluvias se prolongaban más allá de la temporada, y comenzaban antes de lo previsto.
Don Pancho se hizo rico con el taller. Había corrido la voz por otros pueblos, desde donde le hacían jugosos encargos que ya no podía atender. De tal suerte fue que, por la escasez, se inició el tráfico de Aluxes, pues estos se comenzaron a negociar entre los campesinos.
Entonces don Pancho entrenó a dos indios mayas para que le ayudaran a fabricarlos. Sin embargo, aunque las figurillas que elaboraban los artesanos eran de calidad, no daban los mismos resultados y llegaron las protestas, ya que las milpas no rendían lo mismo que con los Aluxes de don Pancho. Despidió a sus ayudantes, quienes lo demandaron ante las autoridades del pueblo.
Nuestro fabricante de Aluxes se vio en la necesidad de trabajar solo y por las noches para aumentar la producción, para reponer aquellos idolillos que no habían dado resultados. Para colmo de males, las manos se le ampollaron y una severa infección le impidió continuar su oficio. Acudió al médico del pueblo, quien le recetó inútiles remedios. Eso sí, le sacó cuanto dinero pudo.
Desesperado, acudió al j’meen del pueblo, quien le hizo beber amargos jugos de yerbas, además de decirle que los dioses mayas estaban enojados con él, por lo que le recomendaba revisar su consciencia.
Esa noche, don Pancho ardía de fiebre. El dolor de las manos le torturaba. En su delirio, se le apareció el Dios de la lluvia, Chaac. “Pancho,” – le dijo – “veo que estás sufriendo, pero ese es tu castigo por ambicioso. Tú fuiste escogido por mí para fabricar a mis hijos los Aluxes, a quienes yo ordenaba trabajar con los poderes que les otorgué para que hicieran crecer prósperas las milpas. También, Pancho, mandé dobles lluvias para que el pueblo tuviera abundancia. Pero te hiciste rico con mis bondades, y los campesinos se corrompieron con el negocio. ¡La inutilidad de tus manos es justo castigo a tu ambición!”
[Aluxes_1]
Pancho despertó sobresaltado del tormentoso sueño, comprendiendo el poder de los Aluxes que fabricaba, y que ya no tendría más. Desde entonces las milpas decayeron, las lluvias se hicieron menos frecuentes, y todos volvieron a ser muy pobres, pues sus milpas apenas rendían para mal comer. Los Aluxes dejaron de hacer su trabajo, y ya de nada sirvió que los moldearan con esmero y los pintaran con delicado arte.
Nuestro amigo don Pancho seguía mal de las manos y, como tuvo que cultivar de nuevo la milpa como antaño, esto le producía fuertes sufrimientos. Todos los días por el camino a su trabajo pasaba enfrente de unas antiguas ruinas mayas en donde destacaba una escultura del Dios Chaac. Respetuoso, se detenía y saludaba a la deidad:
“¡Oh, mi Dios! ¡Todavía no me perdonas por mi ambición! Te lo ruego. No lo hagas por mí, yo puedo quedarme con mis manos inútiles, pero esa pobre gente no tiene por qué pagar mis faltas.”
Así pasaron algunos meses, y la gente del pueblo seguía sufriendo la resequedad de la tierra. Un día don Pancho, al despertar, se dio cuenta de que las manos no le dolían: estaban completamente sanas. Entonces entendió que Chaac lo había perdonado y escuchó el mensaje en lo profundo de su conciencia.
Presuroso, llamó a los campesinos, los reunió a todos y les dijo que Chaac ordenaba fabricar de nuevo los Aluxes, que cada cual debía hacer los suyos, que no se podían comprar, y mucho menos hacer negocios con ellos. Sobre todo, era necesario trabajar muy duro la tierra: había que arar con esmero, hacer buenos surcos, seleccionar con cuidado las semillas, limpiar frecuentemente las parcelas, quitarles las malas hierbas, combatir las plagas, ponerles abono a las plantas y que lo demás se lo dejaran a los Aluxes.
Así sucedió, y desde entonces las lluvias cayeron abundantes y frecuentes. Los Aluxes esmeraron el cuidado de las milpas y las pedrizas a los intrusos volviéronse frecuentes. Entonces el campo se puso verde, las mazorcas maduraron y las cosechas abundantes fueron la felicidad de los habitantes del pueblo.
Nuestro amigo don Pancho todos los días, al pasar por el viejo templo maya, inclinando la cabeza y quitándose el sombrero saludaba a Chaac: “¡Gracias, mi Dios, por escucharme!”
César Ramón González Rosado
Mail: crglezr36@yahoo.com.mx
0 comments