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Impresos del siglo XIX

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Luces de México

Enrique Fernández Ledesma

 

Antonio Magaña Esquivel

(Especial para el Diario del Sureste)

Enrique Fernández Ledesma fue, hasta hace poco, director de la Biblioteca Nacional. Bibliófilo erudito, editó diversos volúmenes durante su actuación al frente de nuestra Casa Máxima del Libro; pero una de sus obras personales más interesantes y de mayor utilidad es esta Historia crítica de la tipografía en la Ciudad de México. Impresos del siglo XIX, que reúne el mayor y más acucioso acopio de investigación tipográfica que se haya podido realizar en México. No existe, en verdad, antecedente en este sentido. Volumen primorosamente editado por el Palacio de Bellas Artes, contiene una revisión crítica respecto de todos los productos tipográficos mexicanos en el siglo XIX. Su intención fue exclusivamente analizar la producción bibliográfica desde el punto de vista de imprenta y encuadernación, la belleza física del libro que reside principalmente en la composición, en la formación, “en esa recóndita virtud del operario que asume funciones de artista”.

No es para resistirlo el deseo de hacer un breve comento respecto de esta obra que alcanza trascendental importancia. Pero, en la imposibilidad de reseñar al detalle, nos limitaremos a señalar, en las distintas décadas del XIX mexicano, los tipos representativos que marcan el avance de este arte de la tipografía tan vilipendiado a veces. Al iniciarse el siglo XIX, lo francés guía el pensamiento y el gusto plástico: los impresores, en medio de la precaria situación política y económica, no hacían sino débiles tanteos que iban desde los frontispicios de Prault hasta los lineamientos de Didot. La insurgencia marca una reacción favorable. En tanto que, en los portales de mercaderes, de los agustinos, de Santo Domingo se vendían vidas de santos, novenarios, pastorales y pastorelas, don Andrés Quintana Roo llevaba por los campos insurgentes su imprenta de mano en la que imprimía manifiestos, excitativas y proclamas, y don José Robelo hacía lo propio en los campos insurgentes de don Ignacio López Rayón.

En la segunda década, olvidadas ya las tradiciones tipográficas de nuestros siglos XVII y XVIII, solamente dos obras merecen señalarse en la desordenada situación: Biblioteca mexicana, cuyo autor consagra a Fernando VI, y la primera edición, en el 16, del Periquillo Sarniento del Pensador Mexicano. Puesto que el Periquillo es, por antonomasia, la obra representativa de Fernández de Lizardi, cabe mencionar las sucesivas ediciones que se han hecho de ella en México: la primera en 1816, la segunda en 1819, la tercera en 1830-31, la cuarta en 1842, la quinta en 1845, la sexta en 1853, la séptima en 1863, la octava publicada por el Diario del Hogar [no indica el año], la novena en 1884-85. Lo cual hace ver que Fernández de Lizardi ha sido el escritor mexicano que ha alcanzado mayor número de ediciones. Las mejores son, sin duda –hace constar Fernández Ledesma– la cuarta y la quinta hechas, sucesivamente, por García Torres y Cumplido.

Después de la tercera década, crítica para la tipografía mexicana, surgen en la cuarta impresores que han de convertirse después en verdaderos maestros: Ignacio Cumplido, Vicente García Torres y José Mariano Lara. Los tres, en una competencia estimulante, logran verdaderas bellezas tipográficas. Es en esta cuarta década, en el año memorable de 1833, que aparece la primera edición mexicana del Quijote, hecha en cinco volúmenes por el impresor Mariano Arévalo. La impresión es deplorable, pero tiene una alta significación para las Bellas Letras. Un detalle, por demás curioso, hace interesante esta edición: y es la serie de láminas grabadas en cobre que la ilustran, hechas por un dibujante anónimo, que nos dan una representación ingenua y peregrina del ingenioso hidalgo de La Mancha. Cierto es que esta representación del Quijote no variaba en casi nada de la que los dibujantes españoles, franceses e ingleses habían dado del Quijote. Se trataba de un doncel mofletudo, orondo, con rostro bonachón que se adivina sonrosado, que no reflejaba la menor huella psicológica del atormentado y fantástico personaje de Cervantes. Fernández Ledesma no resiste la tentación de incluir una copia de una lámina de éstas, pintoresca y que mueve a risa por la ingenuidad del dibujante al concebir tan equivocadamente al Quijote. Fue necesario que Pablo Gustavo Doré diera una representación más humana, interpretando mejor la psicología y el carácter del ilustre manchego, para que quedara ya consagrada definitivamente su efigie plástica, no concebida después de otra manera.

A partir de los años cuarenta sale a la luz pública el primer Calendario de las Señoritas Mexicanas, de don Mariano Galván, quien suspirante y sentimental lo ofrece al bello sexo “por la persuasión en que está de las brillantes prendas del sexo delicado a quien lo consagra”. Desde entonces se desata un aluvión de calendarios y almanaques, casi todos dedicados al bello sexo. Unas veces es el Panorama de las Señoritas, otras es el Presente Amistoso de las Señoritas Megicanas [sic]; “el encantador bello sexo” es motivo de preocupación en este punto de los calendarios. En el 42 don Ignacio Cumplido realiza magistralmente la segunda edición mexicana del Quijote, y al año siguiente lanza la famosa Historia de la Conquista de Prescott, traducida por don Joaquín Navarro. La competencia artística se establece entre Cumplido y Lara, en tanto que el primero publica el notable volumen El Gallo Pitagórico y la revista El Álbum Mexicano, además de otras publicaciones. Lara presenta su Liceo Mexicano, las Disertaciones sobre la historia de la República Mexicana de don Lucas Alamán, e inicia por entregas su Revista Científica y Literaria de Méjico.

Otros muchos impresores desfilan por el libro de Fernández Ledesma. Publicaciones casi desconocidas merecen de él un detenido estudio técnico en cuanto a su composición y formato, y completa de esta manera el cuadro más amplio y más fiel del siglo XIX tipográfico. En posterior artículo, comentaremos la segunda mitad del siglo XIX a través de esta maravillosa obra.

México, D. F., 1936.

 

Diario del Sureste. Mérida, 9 de julio de 1936, p. 3.

[Compilación de José Juan Cervera Fernández]

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