Expectación: Empate 14 a 14 y… ¡Mireles!

By on febrero 3, 2017

Vivencias Ejemplares. Apuntes de un Maestro Rural.

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Expectación: Empate 14 a 14 y… ¡Mireles!

Y así, con la debilidad por aquel ingrato y largo día, nos decidimos a cumplir. Pero, estando acomodando a mis alumnitos en la cancha, de pronto me gritan asustados y enojados: “¡Mire eso, profe!” Volteo y veo a dos enormes muchachas en posición delantera. Una de ellas era la que había retirado el cura que las llevó a El Ahijadero.

Y entonces sí que mi indignación subió al rojo. Con los pelos del cuello erizados, como los del chucho de horas antes, exigí que fueran cambiadas. La gente aprobó con gritos y, mal de su pesar, Mireles tuvo que reemplazarla. Al cabo que tenía buenos repuestos.

En el sorteo nos tocó sacar. Yo les dije bajito, pero con energía: “¡Ese balón no se nos cae!”

Ante un silencio impresionante, uno de mis niños sacó con un balón precioso y tan bien inflado – ante una red de verdad que ellos veían por primera vez, ya que en nuestro ejido seguíamos jugando con un hilo. Las muchachas lo devolvieron con cierta dificultad, no obstante su impecable técnica. Para mí era claro que estaban nerviosas, mientras que mis niños se veían concentrados e incluso molestos. Bien.

Nuestros saques eran siempre de “globito” y muy flojos. Casi siempre certeros. Las muchachas tenían dificultad para manejarlos por eso y, por el contrario, fallaban a veces con los suyos porque llevaban gran fuerza. Yo no podía menos que admirar la elegancia con que se impulsaban al sacar, lanzando el balón al aire y descargando tremendo golpe con el canto de la mano. Había tal fuerza, que algunas veces los míos ni siquiera intentaban pararlo; pero eso mismo hacía que frecuentemente el balón cayera tras la línea de fondo o que, por cuidar que eso no sucediera, le pegaban a la red con lo que el saque pasaba a nuestro equipo. El público se inclinaba cada vez más a favor de mis fierecillas y… ¡ganamos el primer set 15 por 13!

Los niños estaban envalentonados.

Nos formamos para cambiar de campo, pero en el cambio reaparecieron las dos muchachotas que habíamos logrado eliminar. Sólo que esta vez nada valieron mis protestas ni los chiflidos de algunas personas. El argumento de Mireles fue que los niños eran “demasiado buenos”.

Yo dije molesto a mis alumnos: “¡Déjenlas, que al cabo nos las vamos a cargar!”

Pero el otro lado de la cancha no nos resultó favorable. Sea porque las muchachas eran demasiado grandes, o por el viento, o por la posición de las luces que ya se habían prendido, o quién sabe por qué razón, a pesar de que los chamaquitos pelearon bravamente, perdimos el segundo set, aunque apretadamente también.

Volvimos al lado inicial. Puse para el saque al más seguro, después de hacerles notar que ese lado era el mejor y que era el set decisivo. Entonces recomenzamos.

La historia se repetía. Por los dos lados había lucha y decisión. Yo veía a los pequeños rojos por el esfuerzo, con el ceño fruncido y los ojos brillantes. A pesar de todo, la adrenalina suplía nuestro desgaste. Nadie cedía. El público gritaba y ya casi era del todo nuestro.

Hubo un momento en que percibí cierto cansancio de todos modos. Había momentos largos en que nadie anotaba, y nos íbamos en puro cambio, por errores en ambos bandos. Ninguno de los dos equipos lograba despegar en el marcaje. Tan pronto uno era aventajado, el otro lo empataba.

Así llegamos 14 a 14.

El público estaba enardecido, pero los equipos estaban trabados y exhaustos. Entonces se me ocurrió una idea loca que pudo habernos costado el triunfo…

MTRO. JUAN ALBERTO BERMEJO SUASTE

[Continuará la próxima semana…]

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