Perspectiva – Desde Canadá
XL
Mi primera experiencia cinéfila en Canadá sucedió en 2008, durante el viaje en el cual conocí la empresa para la cual trabajo ahora. Habían estrenado la primera película de Iron Man y ni mis compañeros de viaje ni yo estábamos dispuestos a esperar que estuviéramos de regreso a Mérida para verla, pues íbamos a quedarnos varias semanas en esa ocasión.
13 años después, decidido a acompañar a todos los fanáticos de Rush en aquella noche de jueves 9 de septiembre, estaba listo para regresar al cine… si tan solo supiera en cuál iban a pasar Cinema Strangiato.
La página oficial (www.cinemastrangiato.com) enlazaba a la cadena de cines más cercana al código postal que proporcionaras. En mi caso, sugirió que considerara ir a Ottawa, a unos 70 km de Morrisburg, 90 km de Long Sault.
Estando de acuerdo con la opción que me ofrecían, lo siguiente era encontrar la función. Resultó que solo estaba programada una, a las 7 p.m., en una sala cuyo aforo (por el Covid) estaba reducido a no más de 54 asientos. ¿Lo peor? Solo quedaban disponibles tres boletos…
Pásumecha, al parecer me decidí tarde a ir y por un momento consideré tirar la toalla, no asistir, perder la oportunidad de ver a la banda en acción, en pantalla grande, en un concierto que no había visto, que no está aún a la venta en Blu-Ray o DVD, sin saber cuándo se presentaría de nuevo la oportunidad…
Ante el peso y gravedad de estos argumentos, seleccioné el asiento que se veía en la esquina superior derecha de la pantalla de la computadora, hice la transacción para pagar mi boleto virtual ($16.50 CAD), haciéndome poseedor del preciado y peleado acceso: ya estaba apuntado oficialmente para ir a ver a mis ídolos.
Perfectamente recuerdo haberme dicho en ese instante: “Bueno, voy a estar sentado en la última fila, junto al pasillo, lejos de la música, pero ahí estaré para disfrutar las casi tres horas que dura el documental/concierto. ¿Acaso no es esto lo que hacen los verdaderos fanáticos?”
En honor a la verdad, ese pensamiento es una versión romántica de lo que en realidad pasó por mi mente, pero captura perfectamente la idea… [Chícómonó.]
Cuando no conoces un país, o la provincia donde vives –que es mi caso–, tener un celular con GPS es una inmensa tabla de salvación. Introduje la dirección del cine, le indiqué a qué hora deseaba arribar a mi destino, y Google Maps me indicó la hora a la que debía salir, la ruta, y hasta programó un recordatorio para ese día.
Ahora solo quedaba esperar (im)pacientemente…
Jueves 9 de septiembre, 4 p.m.
La jornada laboral había finalizado (comienza desde las 7 a.m., para aquellos suspicaces que se imaginan que no chambeo), empaqué mis cosas y entonces vino la primera de múltiples decisiones: ¿Almuerzo-ceno en Morrisburg antes de irme a Ottawa, o busco algún lugar donde pueda comer algo ligero cuando llegue al cine?
Ansioso por llegar, opté por la segunda opción. A fin de cuentas, llegaría con suficiente tiempo para localizar un lugar de comida rápida.
La ruta elegida por el GPS era bastante sencilla: sigue la carretera estatal 31 por los siguientes 67 kilómetros y luego da vuelta a la izquierda. Al entrar a lo que viene siendo la demarcación de la ciudad de Ottawa, el pavimento estaba peor que lo que le pasa al de Mérida en temporada de lluvias: irregular en extremo, aunque sin baches.
Aún me quedaban 10 kilómetros para mi destino final, por lo que me hice de paciencia y presté atención a los semáforos, límites de velocidad, y a los nombres de las calles, para localizar aquella en la que debía dar vuelta a la izquierda.
Finalmente la localicé, seguí las instrucciones de las otras calles y otras vueltas para, a las 5:30 p.m., encontrarme frente al complejo cinematográfico.
Las instrucciones del cine eran no entrar sino hasta 30 minutos antes de que iniciara la función, para minimizar el tiempo de estancia en el lobby, el punto de mayor confluencia. Ya saben: cosas del Covid.
Me quedaba una hora, suficiente tiempo para localizar un lugar para comer. Después de programar la ruta de retorno a casa cuando terminara la función, nuevamente con la ayuda de Google Maps, caminé hacia la avenida más cercana y con sorpresa encontré que había un Walmart a 100 metros. Seguramente allí habría un comedero, o establecimientos donde pudiera comer.
Efectivamente, había uno en el interior, pero ya había cerrado. Wepuchis. Recorrí entonces el Walmart, esperando encontrar algo que resultara atractivo a mi estómago, que no fuera pan o galletas. No hubo tal…
Recurrí entonces al socorrido GPS y encontré mi destino de almuerzo-cena tan solo a unas cuadras de distancia: un restaurante de comida rápida de la cadena que Stephen King definió en Danse Macabre como la de las “tetas de Estados Unidos.” Ya se imaginarán cuál cadena, tan solo piensen en logos.
Satisfecha el hambre, emprendí el retorno al cine, dispuesto a encontrarme con la fanaticada con la que compartiría el mágico evento y, sobre todo, para descubrir el interior de un cine canadiense…
De lo que disfruté y sentí durante las siguientes tres horas tendré el gusto de platicarles la próxima semana.
Para hacerles más llevadera la espera, aquí les dejo el otro video dirigido por Dale Heslip hace doce años, canción también del disco Test For Echo, un discazo tanto musical como líricamente.
S. Alvarado D.