Editorial
En estos momentos de excesivo calor ambiental, cuando nuestra población se expone a que nuestro sol está ahora “rajando piedra”, es obligado pensar en los fenómenos naturales con madurez y abordar el tema con respeto.
La naturaleza nos obliga a aceptar sus condiciones para vivir y convivir en esta península yucateca, única emergida hacia el norte, a diferencia a todas las demás del planeta.
Nuestros antiguos coterráneos hablaban con respeto de la “canícula”, a sabiendas de la dureza de su castigo a nuestros congéneres yucatecos. No es un calor agradable, ni tolerable por tiempo prolongado. Es agresivo, doloroso, angustiante.
La ingesta de abundantes líquidos se impone; no es presunción o gusto adquirirlos, sino simple ansia generalizada de supervivencia de este considerado un mal mayor en nuestra convivencia.
Los menores de edad requieren de nuestra vigilancia, cuidado y atención. Son momentos de vigilar que beban agua, tanta como el fuerte calor lo exija.
No hablamos de gaseosas o refrescos costosos. Agua común, sana, potable es suficiente para hidratarnos.
No incurramos en el error de competir como consumidores de bebidas costosas o refrescos de marca.
El agua nos redescubre su valor vital.
Consumámosla. Es imperativo.