Nos vamos de Dzityá con la curiosidad un tanto satisfecha. Retornamos a Mérida y en el camino nos queda una molestia mínima, pero que va creciendo, y es la que juntos, aportando opiniones, dilucidamos: Las nuevas generaciones no respetan sus tesoros físicos e intangibles; esos valores que dan ser y presencia a una comunidad; objetos que se han perdido para siempre, pero de los que quedan testimonios gráficos y el recuerdo de una tarde treinta años atrás, cuando tuvimos la oportunidad de golpear las piedras musicales y escuchar sus dulces y pétreas tonalidades.
Este trabajo indagatorio lo he realizado con Liliana.
Anduvimos por lo que es Tunich, la Feria de la Piedra; miramos y degustamos lo que nos ofrece esta arrebolada tarde dominical. Personas, familiares y conocidos se cruzan en nuestro camino.
Mi opinión es que esta Feria tiene la apariencia de un caos: hay sitios preferenciales para artesanos de otros estados pero, para los oferentes de la localidad, sitios marginales; las calles están plagadas de conos rojos; se promueven y se habilitan estacionamientos en los patios particulares, una manera ficticia de que la derrama económica favorezca a los vecinos. Los precios por hora son elevados, por lo que los que vienen en auto estacionan en calles distantes, alejadas de la Feria.
Entramos al templo católico de la Inmaculada Consepción (sic). Apreciamos y suponemos que las hornacinas con marco de piedra caliza – piedra hermosa donde la naturaleza misma ha salpicado con fósiles de caracolas o conchitas, piedra linda que nos encontramos y nos recuerda una vez más que nuestra península emergió de los abismos marinos – en la cual están las imágenes, son obra de los artesanos de la localidad.
Entre los oferentes vemos a los maestros artesanos que tallan la cantera maya; observamos sus trabajos y los precios. Quizá sea el precio justo – cuanto más han dedicado horas, días y meses a la elaboración de un trabajo y quizá es lo que encarece el producto –, aparte de que les dirán que aquí vendrá gente con poder adquisitivo alto que podrá pagar, o por lo menos cerrar tratos o contratos de trabajo. Hay personas de todo tipo y solvencia económica distinta, y esta tarde la mayoría solo ha venido a mirar.
Damos una vuelta por las calles y, a punto de irnos, vamos a la búsqueda de las piedras musicales, que le refiero a Liliana. Estaban a un costado de la capilla. No las encontramos a primera vista y nos disponemos entonces a preguntar.
Un vecino nos platica que el vandalismo juvenil de la localidad hizo estragos en algunas piedras. Un vecino, José Manuel Couoh, las rescató y depositó en su traspatio. Aún no las regresa. Vivió a un costado de la iglesia, donde está el arco de las piedras. Buscamos el arco, pensando en uno de mampostería o piedra tallada, pero solo hallamos el soporte tubular donde estuvieron las piedras. Pensamos que quizá el vecino se refirió al sinónimo de arco usando el argot del balompié, como le llaman también a las porterías, ya que sinónimo de portero es arquero o guardameta.
Vamos entonces a la casa localizada en la calle 19, letra A. En la puerta hay un listón negro, en señal de luto, y de la herrería cuelgan varios elementos decorativos tejidos en palma, de la que se acostumbra hacer con las tiras de las hojas de huano inmediatamente después del Domingo de Ramos, y que se colocan adelante o detrás de la puerta.
Estos elementos, según lo instituido por la Iglesia Católica, se deben incinerar previo al miércoles de Ceniza pues son la materia con la que se hará la señal cristiana que marca el inicio de la cuaresma. En la cultura popular, existe la versión de que sirve para ahuyentar a los malos vientos, pájaros de mal agüero y espíritus malignos.
Hablamos con una persona que nos dice es esposo de la hija de José Concepción Couoh, quien rescató las piedras. De ellas no sabe dónde quedaron, dicen que están en el edifico del Comisariado Municipal. “La que debe saber es mi suegra, está en la panadería ‘Los Tres Reyes’”, nos informa.
Doña María Luisa Ek Viuda de Couoh, como se presentó, está al frente de su panadería. Tiene maneras y, por el tono de su voz, se aprecia que está acostumbrada a dar órdenes y a dinamizar las actividades de sus empleados.
“Las personas de aquí no saben”, nos dice de entrada. “Las piedras se rompieron, se perdieron para siempre. Los niños, los jóvenes, las rompieron, hijos de vecinos que no supieron educarlos e inculcarles el valor de esas piedras. Esas piedras eran siete, al igual que el número de las notas musicales, y fue en compañía de un músico que se localizaron. No se han vuelto a colocar porque nadie se ha preocupado de ir a buscar nuevas piedras, que las hay.” Nos precisó doña Luisa que José Concepción Couoh, su esposo, fue Comisario Municipal y que durante su gestión se realizaron dos ferias artesanales. Pasaron quince años hasta que se volvieron a realizar.
Detrás de un puesto de la feria localizamos la placa que señala la época en que se colocaron. Treinta y nueve años han transcurrido.
ESTAS PIEDRAS FUERON POR MUCHOS AÑOS
DESDE LA CREACION DE ESTA POBLACION DE DZITYA
EL MEDIO DE COMUNICACIÓN DE SUS AUTORIDADES PARA SUS
HABITANTES POR MEDIO DE SUS MUSICALES SONIDOS Y MEDI
ANTE CLAVES POPULARES, EL PUEBLO SE ENTERABA DESDE GR
ANDES DISTANCIAS DE LA LLEGADA DE FUNCIONARIOS, DE VISITAN
TES GRATOS, DE PERSONAS NO GRATAS, DE LA PROXIMIDAD DE UN
INMINETE PELIGRO O BIEN SERVIA PARA CONGREGARLOS EN
LA PLAZA PIRNCIPAL POR UNA RAZON ESPECIAL. LA TECNICA PARA
SELECCIONARLAS O PREPARARLAS EN PEREFECTA ESCALA MUSI
CAL ES UN ARTE SECRETO PARA LOS CIUDADANOS DE HOY.
AQUÍ QUEDAN AL CUIDADO DEL PROPIO PUEBLO PARA SU CON
SERVACION Y CUIDADO. 8 DE AGOSTO DE 1977
Hemos respetado el orden y ortografía del texto en el mensaje allí esculpido. Nos parece que tiene más sentido poético, e inversamente profético. Porque esas piedras, quien esto escribe las golpeó una vez y sí: tenían un tañido muy dulce y musical, pero no creo que haya sido para convocar al pueblo, si pensamos que los antiguos pobladores de esta comunidad estaban dispersos a varios kilómetros a la redonda. No como ahora que todos quieren vivir en los alrededores del centro, en la plaza.
Además, históricamente y culturalmente, la plaza representó la residencia de los poderes eclesiales, militares, civiles y económicos. La plaza en sí es un Campo Marte, un estadio para los ejercicios militares. Y el pueblo llano, el pueblo indígena, vivió en los alrededores.
Como también en las comunidades mayas, según observamos en los vestigios de hoy en día, la plaza estaba reservada para los dignatarios de la clase sacerdotal, y luego la militar. Ya lo dijo Mediz Bolio, en La tierra del Faisán y del Venado refiriéndose a Uxmal: la que estaba ahí, pero nadie veía.
El texto de las piedras no está firmado por autor alguno, y menos por quien lo esculpió. Quizá si indagamos supiéramos que el texto bien pudiera ser una antigua tradición oral de la localidad. Hay quien pudiera agregar que, después de que las piedras se perdieron, todo ha ido de mal en peor.
Todos están detrás de los terrenos: la especulación inmobiliaria, la ciudad, el urbanismo galopante que se prepara para dar un zarpazo más y devorar a la comunidad. La vera de los caminos de terracería, y el interior de los montes, se han convertido en basureros al aire libre. El cenote Cheen Ha se perdió para siempre: ahí vierten directamente sus detritus una granja porcina.
Quién sabe, pudiera ser. “Bey hualé”, como dicen los mayas yucatecos. Piedras para convocar al pueblo, piedras para ahuyentar a los extraños. Quién sabe: si las piedras existieran acaso estuvieran continuamente repicando. Quién sabe si no así están, emitiendo un persistente rumor de alarma en la conciencia de los hijos de esta comunidad. Quién sabe si se perdieron, y su recuerdo se olvidó para siempre…
En fin, ahí queda Dzityá ante su destino.
Texto y Fotos de Archivo de Juan José Caamal Canul
Todas las fotos corresponden a 1987