Maní

By on junio 27, 2019

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Una historia jamás olvidada

Visitar esta cabecera municipal, recorrer su convento e iglesia monumental, construidos piedra a piedra por las manos mayas, al igual que lo fueron sus imágenes religiosas, objetos de culto y edificaciones, logrado todo solo con materiales de la región, nos habla en silencio de la grandeza creativa de nuestros ancestros, ya desde ese entonces cautivos y subyugados por doctrinas ajenas a sus originales y centenarios conceptos religiosos.

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Con la cruz vino la espada, que visualmente tiene la misma forma, pero invertida.

Los naturales del cacicazgo de Maní, avanzados en su pensamiento de vivir y convivir con su estructura social propia, vieron violentadas sus creencias ancestrales por los abusos de los encomenderos y la catequización a través de las acciones religiosas de los frailes, que acompañaron a los “conquistadores” para “salvar las almas de los habitantes antiguos con la intervención de un nuevo dios cristiano.”

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Fue en Maní donde se enfrentaron dos modelos de vida y convivencia: el antiguo, con su estructura religiosa, educación y conceptos históricos heredados, y el nuevo, impuesto por los encomenderos y sus voceros religiosos, los frailes, de conceptos distintos, imágenes nuevas e historias religiosas diferentes.

Por un tiempo, la convivencia religiosa y física pudo mantenerse. Con Fray Diego de Landa se rompió el paradigma, por su carácter violento y conflictivo.

Surgió la imposición de ideas, el decomiso de bienes, la destrucción de símbolos del pasado histórico de los mayas, y su destrucción física en el fuego atizado por los nuevos voceros cristianos.

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Así fueron incinerados analtés, ídolos, registros históricos de gran antigüedad, además de imponer actuaciones con violencia inusitada, desacostumbrada usualmente, contra los habitantes de Maní.

Y los españoles se dijeron entonces: “Aquí terminan las creencias y el concepto religioso maya.” Y se equivocaron, porque los mayas construyeron el convento y sus casas habitación, asistieron a sus “capillas de indios”, modelaron imágenes y tallaron piedras y esculturas. Pero mantenían y conservan firmes aún ahora creencias ancestrales.

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Vieron destruir imágenes, acabar con el fuego objetos sagrados de culto en el llamado “Auto de Fe”, pero enviaron a lo profundo de sus mentes las raíces de sus creencias originales, adaptándolas a lo que los españoles y sus gobiernos políticos de ese entonces, religiosos y territoriales, deseaban.

Aún se dieron pequeñas ventajas, dejando sus huellas en pinturas murales, con registro de visiones religiosas y astronómicas propias que aún pueden visualizarse.

Les fueron dolorosos los latigazos, la violencia de los encomenderos y frailes, la visión del fuego devorando sus libros y escritos antiguos, realizados difícilmente en papel y fibras vegetales, con colorido también vegetal, conservados por muchos años y gobiernos indígenas. Pero lo que salvaron fueron sus mentes, y alguno que otro ejemplar que aún deambula por ahí, en el secretismo de las familias depositarias que se lo trasmiten generacionalmente.

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De la construcción eclesial, del monumental convento y templo anexo puede, y debe, decirse que cada piedra labrada, como muro pintado, cada nivel de pisos, está impregnado del sudor histórico del maya creador, explotado, pero jamás vencido por completo.

Maní es llaga abierta en la memoria histórica, y muestra actualmente las huellas del tiempo en la integración racial, con ventaja numérica y espacial para un mestizaje con mayoría de sangre indígena y clara prevalencia de la grandeza maya que duerme en el Mayab legendario.

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El Corresponsal Viajero

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