Letras
VI
Poesía y Libertad
LA BANDERA ROJA DE YEVTUSHENKO
27 de agosto de 1998
Principiaba el verano de 1968, año de sombras y de nuevos niños héroes de la patria, cuando quizá como un presagio, como una premonición, vino a México un poeta ruso que desde muy joven decidió, según sus versos, castigar asesinos con sus canciones. Ese juglar de las estepas, aquel que dice que presentir un verso, es en el poeta auténtico, como la percepción de un pecado, cometido algún día, en alguna parte…llegó a Yucatán, para decir sus poemas, con la fuerza de su vida joven y rebelde, de inconformidad y protesta, de grandeza y dolor.
Yevgueni Yevtushenko, un hombre en plenitud, de 35 años, venía de la ciudad capital, donde ante 20,000 personas en la Plaza de Toros México, leyó su poesía, en ruso y español, en presencia de David Alfaro Siqueiros, recién liberado de un injusto cautiverio. El genial dramaturgo norteamericano Arthur Miller había dicho: “Es un poeta puro”. Cuando lo escuché, comprendí que era un moderno profeta, con la virtud de poder decir, en poesía, su grito de protesta por las miserias y contradicciones del mundo en que vivimos. Me causó una gran emoción. En sus versos, canta a la desesperación y a la injusticia, a los perseguidos y a las minorías oprimidas, a los obreros y a los campesinos; se burla con ironía cruel de la vida de occidente y con la magia de su verdad, contagia el mensaje de su prédica incendiaria.
La noche de su recital en el teatro de la Universidad de Yucatán, luego de aquella memorable velada que conmovió a los círculos literarios de Mérida, tuve oportunidad de conocerlo y a invitación suya, lo acompañé a recorrer nuestra ciudad, junto con el escritor Carlos Monsiváis. Me asomé entonces al mundo íntimo de su charla, llena de filosofía y de revelaciones.
Lejos de las multitudes que lo han escuchado lo mismo en las universidades que en los estadios de fútbol, en la amenidad de su plática se revela también como un hombre superior, tal como dice en el Monólogo de Till Ulenschpiegel: “Soy un hombre, es mi título de nobleza.”
Hablaba español con fuerte acento de su idioma y expresaba conceptos profundos con palabras sencillas y directas. De carácter melancólico y en ocasiones reservado, reía de vez en cuando y se emocionaba hasta las lágrimas cuando recordaba pasajes tristes de su vida.
El tema de la conversación, naturalmente, le pertenecía y tenía siempre a mano anécdotas que relataba con naturalidad. Por momentos callaba y reflexionaba.
“Estoy pensando siempre –decía– no puedo estar sin pensar un solo momento y cuando pienso, sufro; un filósofo enseñaba pienso luego existo, yo sufro, pues existo, pero no puedo dejar de pensar y de sufrir.”
De humor extraordinario, habla de sus amigos escritores de todo el mundo, de las últimas novedades literarias y de los medios tan sutiles de que algunos autores se valen para obtener argumentos de originalidad, empleando a menudo el engaño.
“La verdad es muy frágil –señalaba–, a veces hay que utilizar la mentira para abrir la concha de los corazones.” Irónico, Monsivais sonríe y dice que no puede mentir porque se ruboriza, a lo que el poeta replica con seguridad: “Ya estás mintiendo ahora.”
A la mitad de la jornada, Monsiváis cansado se retira, pero Yevtushenko, lleno de vitalidad y alegría, decide trasnochar y entonces iniciamos un paseo insólito de madrugada por los rincones de la dormida ciudad, con mi amigo Raúl Cámara de testigo y compañero.
Mientras guiaba mi pequeño automóvil, el poeta rebelde, sentado a la derecha, comentaba con sinceridad un tópico desagradable, las memorias de Svetlana, la hija del dictador Stalin.
“No puedo utilizar el nombre del pueblo soviético para juzgarla. Ella salió de Rusia porque quiso, nadie la perseguía. Abandonó a sus hijos, ahora tiene dinero, pero para qué le sirve. No puedo comprenderlo.” Y añadió: “Stalin fue un asesino del pueblo.”
Al tocar el tema de la literatura mexicana, el autor de “Babi Yar”, comenta que los poetas mexicanos debieran dedicar mayor parte de su producción a los campesinos y recuerda el impacto que causó entre el público asistente al recital de aquella noche, el estreno de su poema “El Ajedrez de México”, escrito apenas unos días antes y que la víspera, durante una cena íntima, dió a conocer, ante el laureado escritor Salvador Novo, Cronista de la Ciudad de México, quien lloró emocionado al escucharlo. Allí dice: “En Castellano el peón es el campesino más pobre. Y es también, la figura más pequeña del ajedrez. Sacrificar al peón es una ley de todos los partidos. El triste ajedrez de América Latina es una burla amarga para ustedes… ¿Cuándo cambiaremos las reglas de este maldito juego?”
En alguna parte de la plática, Yevtushenko recuerda que Trotsky habló una vez de “revolución permanente”, circunstancialmente establece cierta similitud con la “institucionalidad” de la Revolución Mexicana y expresa con cierto simbolismo: “revolución permanente, contrarrevolución permanente”.
Hablamos también de Lenin, del Ché Guevara y al mencionar el socialismo en América, evoco la figura del Mártir Felipe Carrillo Puerto y su lucha desde el Gran Partido Socialista del Sureste, recordando algunas actitudes generosas de los socialistas yucatecos, como por ejemplo el envío de granos a la Unión Soviética con motivo de una crisis que provocó hambre en el pueblo, Yevtushenko se emociona y me solicita que le consiga más información para escribirle un poema. Entonces decidimos visitar la Casa del Pueblo para ver la estatua de Felipe, donde respetuoso, le rinde homenaje en silencio.
Esta aventura increíble de poemas, pensamientos, ideales, confesiones y revelaciones, transcurridos los años, tres décadas, me parece imposible, irreal, imaginada… Pero ocurrió. “Yo no soy hipócrita –me confiaba Yevtushenko–, siempre quiero decir la verdad, conozco mucho de la vida, mis padres –continúa–eran muy pobres, a los seis años ya me ganaba la vida, a los diez años estuve entre ladrones, a los ocho años al salir hambriento del bosque, me encontré en medio de un campo de batalla, entre tres mil cadáveres putrefactos de patriotas asesinados por los fascistas y anduve entre los muertos buscando pedazos de pan en sus alforjas, pero solo llevaban algo de vodka.”
Aquí el rostro prematuramente surcado de arrugas del joven poeta se endurece, sus ojos azules lagriman y recuerda a su esposa en Moscú y a su hijo adoptivo…
Durante los treinta años transcurridos de esta insólita relación de amistad con un hombre del talento y la inteligencia de Yevtushenko, nunca volví a saber de él. Quedaron pendientes los buenos propósitos de investigar el cargamento de trigo enviado a la URSS por Carrillo Puerto y el poema prometido, que tal vez, algún día, se escriba. Siempre me pregunté que habría sido de él, en donde habría estado durante los tiempos tremendos de la caída de la Unión Soviética, la destrucción de ese gran país, precisamente el día de hoy en grave crisis política y económica, la pérdida de sus valores y de su nacionalidad, hasta que hace poco encontré publicado en México su libro más reciente en español, “Adiós Bandera Roja”, que narra, como en los viejos romances castellanos, las miserias y las glorias de un país que dejó de ser.
“Adiós, Bandera Roja nuestra,
En nuestra ingenua infancia
jugamos al Ejército Rojo y al Ejército Blanco.
Nacimos en un país que ya no existe.
Pero en aquella Atlántida estuvimos vivos y fuimos amados.
Tú, Bandera Roja nuestra, yaces en el charco de un mercado.
Prostituidos mercaderes te venden por divisas.
Dólares, francos, yenes.
Yo no tomé el Palacio de Invierno del Zar.
Ni asalté el Reishstag de Hitler.
Ni soy lo que llamarías un comunista.
Pero te acaricio, Bandera Roja, y lloro”.
Yo tampoco estuve en la URSS ni conocí jamás al pueblo ruso, pero leí su historia y supe de su revolución, que fue como la nuestra, consecuencia del hambre, la explotación y la miseria. Desde lejos contemplé la persistente quinta columna de sus enemigos que destruyeron todo, comenzando por el Partido, el ejército y la desmembración de su territorio. Algo dentro de mí me advierte que quizá, aquí, en este momento, está ocurriendo algo similar y lloro por mi Bandera Mexicana como Yevtushenko, porque tengo miedo de que algún día también nos la arrebaten…
Luis F. Peraza Lizarraga
Continuará la próxima semana…