Editorial
“Conquista”, en el Diccionario Esencial de la Lengua Española, donde sólo hay tres versiones con registro alusivo, define en su primera opción que “conquistar” es ganar, mediante operación de guerra, un territorio, población, posición, etc.; en las otras acepciones se refiere a “posiciones elevadas socialmente, ganar la voluntad de una persona y traerla a un partido ajeno”, o bien, “lograr el amor de alguien, cautivar su ánimo.”
La anterior reflexión es alusiva a la Conquista de América por las hordas españolas, que a sangre y fuego entraron con cañones, rifles, filosas espadas y gérmenes patógenos a nuestro México, e impusieron con violencia tributos, despojo y sojuzgamiento al pueblo originario de estos territorios.
Esos hechos ahora se ventilan en todos los medios de comunicación, por la remembranza de ese pasado de violencia extrema contra la población que por muchas generaciones sufrió excesos de españoles y criollos en México, y abusos que tuvieron un alto transitorio con las luchas y conquista de la Independencia Nacional.
Es ahora, cuando el Presidente de la República en funciones solicita un relanzamiento de las relaciones con las dos entidades que iniciaron e incurrieron en excesos, España y El Vaticano, a partir de una renovación de las relaciones bilaterales basadas en la verticalidad histórica, que olvidadizos apologistas de tales excesos asoman la cabeza para censurar, o elevan la voz para criticar negativamente la intención de crear, a partir de la verdad histórica, unas nuevas relaciones internacionales e ideológicas entre nuestros países.
Entendamos que existen y conviven ahora intereses creados, una nueva casta de explotadores abusivos de las personas, economía y recursos naturales y/o económicos que los empoderan y hacen sentir críticos de acciones oficiales, poniéndose del lado histórico de los Conquistadores.
Tal actitud no es nueva ni original. Ya ocurrió en los siglos precedentes, con los personajes de la Malinche y el de Jerónimo de Aguilar, que asumieron con otros rostros e intereses las mismas actitudes entreguistas, ellos por motivos distintos, no con los fines de mantener o acrecentar sus nichos de poder.
O sea que desde las luchas históricas el vasallaje impuesto con el poder de las armas ha estado presente. Entre los grupos originarios era entendible que se dieran luchas por la búsqueda migratoria de nuevos espacios de alimentación y supervivencia.
Lo que los españoles nos trajeron, armados hasta los dientes, fue su hambre de oro y metales preciosos que no eran usuales en los reinos indígenas, preocupados por su supervivencia alimenticia, no por afanes de despojo de ornamentos y riquezas acumuladas.
Por esas épocas, la riqueza era su cultura, la exaltación de sus dioses, el registro, preservación y transmisión de los conocimientos.
Hoy los tiempos han cambiado, aunque sobrevive el ansia de poder. Vencer sin convencer. Poco ha importado el interés colectivo. Resurgen los intereses particulares de grupos elitistas.
Por ello, cuando se realizan con buenas intenciones el respaldo y ayuda a los marginados, surgen las campañas de rechazo, despreciativas de las tareas oficiales y ajenas a los propósitos de justicia social.
Los integrantes de la antigua aristocracia financiera, social, económica, con la fuerza de su estructura de abusos y enriquecimiento ilícito, desplazados políticamente por la voluntad popular mayoritaria, asumen la crítica mordaz como único recurso para denostar, oponerse y agredir lo que ahora es un movimiento de esperanza para México y los mexicanos humildes.