La Monja de la Revolución

By on noviembre 18, 2016

La monja de la revolucion

La Monja de la Revolución

La novelística de la Revolución mexicana es copiosa, y entre sus títulos y sus autores, como es natural, no todos han recibido el mismo grado de reconocimiento público porque, mientras unos alcanzan la consagración que la crítica, la academia y la comunidad lectora les confieren, otros simplemente quedan como presencias nebulosas en el universo de las letras patrias. Bien se sabe que esto puede deberse a causas atribuibles a los textos mismos, o a factores externos a ellos. Pero, en cualquier caso, todo juicio al respecto tendría que derivar del conocimiento directo de la materia tratada, más que originarse en referencias de segunda mano.

De Ricardo L. Vázquez no es mucho lo que se sabe, fuera de la región donde vivió, acaso lo que él mismo asienta al margen de sus narraciones, y lo que ha sido posible extraer de algunas otras fuentes. Nacido en Coahuila, uno de sus hermanos fue un militar revolucionario de alto rango y gobernador interino de Nuevo León, a quien le dedicó un estudio biográfico. Escribió La monja de la Revolución en el tiempo que le permitía su trabajo de ingeniero durante su estancia en San Luis Potosí, cuando construía un camino. El asunto que trata esta novela resulta singular y despierta interés en sí mismo, aunque su tratamiento no se sostiene acorde con las expectativas que inspira. Su estilo es ágil y su extensión breve; no obstante tales características, presenta su historia de un modo tan esquemático que, con su rigidez, los personajes se antojan distantes y poco persuasivos.

La figura central es una joven de familia acomodada que, a diferencia de la frivolidad de una hermana suya, manifiesta una avidez intelectual que la conduce al estudio y a la reflexión, además de una proclividad al misticismo que la lleva a convertirse en monja. Su padre es un prominente industrial de Puebla, quien condesciende con los deseos de sus hijas, cuyos caracteres opuestos marcan uno de los muchos contrastes que el escritor esparció a lo largo de la novela, como el que encarnan el médico rural que adopta la bandera de la Revolución y el clérigo codicioso que toma las armas para defender al régimen porfiriano; el de la mujer ilustrada y el varón rústico que acepta pulir su trato social; el desaliño de éste y la belleza de ella….

La vida de la protagonista se transforma radicalmente cuando un general revolucionario –antiguo arriero que tras lograr una modesta prosperidad pierde su patrimonio a consecuencia del conflicto armado–, clausura el convento en que residía y la retiene a su lado; la hermosa monja influye en su conducta tanto como él sobre la de ella, al punto de hacerla sensible a los ideales de la Revolución, abandonar los hábitos y contraer matrimonio con él; a partir de entonces, el esposo se encumbra políticamente, antes de llegar a un desenlace fatal.

Se trata de una novela de tesis, si bien sus formulaciones conceptuales no alcanzan una densidad que entorpezca el desarrollo de la acción; contiene sugestivas reflexiones que se ajustan al carácter de los personajes, como cuando el cura avieso encomia la utilidad social de la envidia, o cuando el rico progenitor admite la feliz convergencia del atractivo físico de su hija con sus cualidades intelectuales, mediante argumentos que pueden resultar incómodos desde la actual perspectiva de género (“la mujer debe ser culta para ser un estuche completo.”); o las que el narrador introduce por cuenta propia, por ejemplo al rechazar la neutralidad ante las guerras.

Por supuesto, esta obra favorece la percepción de la importancia de la mujer en la vida social, algo no muy frecuente en esta modalidad de la narrativa mexicana. La crítica la ha calificado de “novela rosa”, o bien le achaca un anticlericalismo que –-no debe olvidarse– fue uno de los elementos ideológicos con que se articuló el entramado revolucionario. El mismo Vázquez advierte en el breve proemio del libro que la suya es una novela primeriza, y con este criterio hay que recibirla. Llama la atención que su penúltimo capítulo esté compuesto de un párrafo, y el último de sólo dos. Puede aceptarse que sea una novela fallida por verse impedida de integrar armónicamente los recursos básicos de su arsenal creativo; la historia de la literatura nacional muestra ejemplos de este tipo porque, como la vida misma, aloja en su seno gérmenes de gloria, promesas truncas y cumbres conquistadas a fuerza de talento y disciplina, cuando otros factores no desvían sus miras.

Ricardo L. Vázquez, La monja de la Revolución, México, Editorial Botas, 1939, 173 pp.

José Juan Cervera

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