Letras
Joel Martínez Bañuelos**
Victoria fue hija de Doña Félix Martínez y don Fulgencio Román, hermana de Pablo (Kid Pali), Mercedes, Crescencia, Luis, Prisciliano, Luciana y Ángel Román Martínez; fue prima de Doña Manuela (madrina de Bravonel), Santos y Layo Martínez, hijos de don Nemesio; prima también de Cuco, María, Benita y Joaquín “El Kiry” Martínez López (compadres de Bravonel), hijos de don Luz Martínez y doña Juliana López.
Victoria era una joven morena clara, de pelo negro hasta los hombros y de sonrisa agradable. Era a quien todos buscaban cuando se trataba de poner algún suero o inyecciones, razón por la cuál fue muy conocida en el barrio y en el pueblo, ya que por los sesentas escaseaban doctores y enfermeras. Varias veces Bravonel fue inyectado por la mágica mano de Victoria que, entre plática y plática, masajeaba con un algodón (torunda) impregnado en alcohol de caña, daba dos suaves nalgadas, y luego introducía la jeringa tan suave que no se sentía. La gente decía que tenía la mano liviana.
Un día se vio un joven y risueño militar que empezó acompañarla hasta su casa; luego fueron las visitas más frecuentes. La gente del barrio intuyó lo que resultó ser una gran verdad: Pedro El Guacho, que había llegado al pueblo como parte de un destacamento militar, cortejaba a Victoria. Bravonel ya había tenido la oportunidad de haber visto una boda en el pueblo de su abuelita y se maravilló de ver a los novios vestidos con pomposos atuendos, la atmósfera de felicidad que rodeaba el ambiente de un enlace, la música: ver aquellos aparatos que parecían una caja y que tenían un maneral para dar cuerda, colocar un disco de vinilo sobre un círculo rotatorio y posar suavemente un brazo mecánico con una aguja de metal que recorría el surco del disco desde la orilla al centro, para escuchar la voz del artista del momento en una bocina de color gris, que semejaba una trompeta, sobre un poste de madera.
El noviazgo duró lo necesario. Un día, el barrio amaneció con música, el patio del solar vecino estaba regado. Había sillas y mesas, y había adornos de colores de papel de china y flores. Bravonel era un adolescente y estaba emocionado: era la segunda boda que veía a su corta edad. Desde temprano, Prisciliano, Luis y Ángel, hermanos de la novia, tocaban con su acordeón, guitarra y redova canciones acordes a la ocasión. Bravonel lleva en la memoria las estrofas de una de ellas porque se repitió muchas veces, ante el aplauso de los invitados:
Felicidades, felicidades
Feliz cumpleaños en este día
Felicidades, felicidades
Que tengas dicha toda la vida
Venimos todos hasta aquí
Para expresarte nuestro amor
Para desearte lo mejor
Y abrazarte con calor
Recibe nuestra admiración
En esta ofrenda musical
Que lleva todo el corazón
En un cantar
Felicidades, felicidades
Feliz cumpleaños en este dia
Felicidades, felicidades
Que tengas dicha toda la vida… (1)
Y sí, todo fue felicidad, hasta los árboles de mango, aguacates y ciruelos parecían bailar al ritmo de la música que se alterno, de un tocadiscos y de los hermanos Román.
Victoria y Pedro se fueron a vivir al centro del pueblo. Bravonel los recuerda en una casa por la calle Dr. Salazar, entre Laureles y Góngora y Amado Nervo. Con el tiempo Pedro, el fuereño que había llegado de algún estado de la república como oficial del ejército y que se enamoró y se casó con Victoria, se hizo taxista y vivió en Ruiz, feliz con la mujer que amó.
Pedro ya no está físicamente, pero vive en el recuerdo de los habitantes de un pueblo que lo adoptó como su hijo. Victoria vive, según algunas fuentes, en la misma casa donde decidieron formar un hogar y una familia.
Victoria Román Martínez, nuestra risueña enfermera, es parte de la historia de Ruiz, de un barrio, del barrio y la calle donde vivió Bravonel, esa calle Netzahualcóyotl, rumbo a la toma del Agua.
** Como homenaje póstumo a Victoria, nuestra enfermera y vecina.
- Letra de la canción “Felicidades”.
